Ernesto Caballero dejó la dirección artística del CDN en 2019. En los años en que estuvo al frente del buque insignia de la escena nacional sostuvo un ritmo creativo tremendo (Montenegro, Galileo, Doña Perfecta, Rinoceronte…). Eso a pesar de la carga institucional y de gestión que lleva aparejada tal cargo. Pero tras cerrar la puerta de su despacho del María Guerrero, no se cruzó de brazos precisamente.
Aparte de tomar el timón de Lantia Escénica, productora integrada en el grupo Focus, que le permitió revisitar Tartufo junto a Pepe Viyuela, se ha puesto las pilas con Teatro Urgente, proyecto que lidera junto a la actriz Karina Garantivá. Bajo este último paraguas, extendido en el Teatro Quique San Francisco, se ha metido en faena con Yerma, obra con un personaje mítico de nuestras tablas al que Caballero, como es costumbre en él, le extrae lecturas paradójicas al contraponerlo con el presente.
“Yerma –explica el director y dramaturgo madrileño a El Cultural– está atravesada por varias urgencias; partimos de un texto en el que cada palabra parece surgir de una necesidad inaplazable. Es una palabra agónica y, en ese sentido, encuentro que es un texto extremadamente vivo y urgente. También lo es porque nos permite reflexionar sobre un hecho, nada ajeno a nuestro tiempo, como es la necesidad de suplantar la realidad por ideas. Las ideas, cuando no son permeables, resultan peligrosas”. Caballero, en línea con otras obras suyas, vuelve a alertarnos de las derivas totalitarias que pueden estar agazapadas bajo proyectos ideológicos aparentemente bienintencionados.
En su puesta en escena, lo que subraya es el dramático pulso que sostiene con la realidad la protagonista, encerrada en un matrimonio que no le da el fruto que desea: un hijo. Esta frustración poco a poco le va emponzoñando el alma hasta lanzarse a una resolución marcada por una visceralidad violenta. Es el gran error que pone en primer plano el montaje.
“La falta de aceptación de la realidad conduce inexorablemente a la autodestrucción. Sobran ejemplos en nuestra vida social”, apunta Caballero, que ha confeccionado la producción con mimbres mínimos y sencillos, y con vestuario informal de hoy, a fin de hacerla apta para representarse con ‘urgencia’. El concepto, así, emula a La Barraca, la compañía itinerante de Lorca, que trataba de ofrecer la palabra dramática por los pueblos de la España condenada al analfabetismo.
La culpa de no engendrar
Caballero cree, pues, que Yerma sigue teniendo una vigencia vibrante. Se podría pensar lo contrario: que el drama de la mujer que no puede completar la función reproductora ya no es tan lacerante porque la sociedad lo ha asimilado mejor. Pero él niega la mayor: “Sigue sufriendo todo tipo de presiones y prejuicios moralistas: lo del instinto maternal, el reloj biológico, la plena realización personal… A ello ahora hay que añadir una suerte de culpabilidad a quienes deciden no engendrar, dado el envejecimiento de la población”.
Aun así no quiere mostrarla únicamente como una fémina martirizada por su entorno y que, a partir de esta perspectiva, sirva de icono feminista sin matices ni lecturas más profundas. “Nuestra versión no pretende continuar con la idealización de la figura de una Yerma victimizada, porque la aniquilación de otro ser humano no puede ser justificada por ‘la represión patriarcal’. También este aspecto resuena pavorosamente actual”. Alude Caballero a la salvaje determinación final de Yerma respecto a su esposo, Juan, que intentaba quitarle hierro a su incapacidad para alumbrar nuevas vidas.
Estaba claro que el artífice de La autora de Las meninas, al mando de un elenco encabezado por la propia Karina Garantivá y con Rafael Delgado, Felipe Ansola, Raquel Vicente, Knesia Guinea y Ana Sañiz, no se iba a conformar con una aproximación trillada de la pieza lorquiana. “He intentado que esta Yerma invite al público a participar no sólo con la emoción, sino con el pensamiento, a un debate sobre lo que podemos y debemos hacer como ciudadanos ante problemas como los que enfrenta la protagonista. La tragedia abre infinidad de nuevas preguntas, pero se resiste a ofrecer respuestas unívocas y apresuradas, en esto se emparenta con su matriz, la poesía”.
Y Yerma cumple a la perfección con las exigencias del molde acuñado en la Grecia clásica por Esquilo y compañía. “Es una obra magistralmente cerrada en lo formal e ilimitada en lo semántico”.