María Velasco (Burgos, 1984) conoce bien el reverso oscuro del mundo. Ser millennial, nacida en cuna modesta y pretender ganarse la vida como artista (como autora de teatro, para más señas y para más inri) le hizo darse de bruces con su realismo más sucio. Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra es su grito –bien meditado, eso sí– de rabia contra los peajes, morales y físicos, que le ha hecho pagar. Un grito con un eco creciente. Hace apenas unos meses era galardonado en el Festival de Teatro Contemporáneo de Heidelberg (Stüma). Luego, en junio, le otorgaron el Max. Con esos avales, ha regresado a la capital, tras un paso efímero por el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Estará en la Cuarta Pared hasta 17 de septiembre.
Pregunta. Una chica que se prostituye y al tiempo prepara una tesis entre libros de Agamben, Benjamin, Nietzsche… ¿De dónde sale este personaje?
Respuesta. Es un alter ego. Yo admito haber pasado por esa experiencia en el momento no future de mi generación. Necesitaría más tiempo para explicarlo, pero para eso está la obra. Al fin y al cabo, en la pieza, la prostitución es una herida más del viacrucis de una millennial.
P. En un momento dado dice que en el Barrio Rojo de Ámsterdam hay muchas prostitutas que fueron a la universidad. ¿Un síntoma de la degeneración de nuestra civilización?
R. No lo señalo como un fallo del mito de la meritocracia, que a estas alturas ya nadie cree, sino más bien por eso que escribe la activista boliviana María Galindo: ninguna mujer nace para puta.
P. Usted se define como 'artivista'. ¿Una obra como Talaré… aspira a invertir el estigma social: que este recaiga sobre el putero y no sobre la puta?
R. Aquí el artivismo se limita a dar visibilidad a otro relato, porque la prostitución ha sido romantizada por la literatura y el cine. Por eso necesitamos obras como las de Virginie Despentes o Camila Sosa. La mujer que se prostituye está en una situación de extrema vulnerabilidad también por la vergüenza. Eso impide que salga al espacio público a vindicar derechos y que se creen más vínculos asociativos. El tabú, se trate del tema que se trate, nos aísla y nos fragiliza.
P. La prostitución genera división no solo entre los partidos sino en el seno de ellos. ¿Cómo ve estas fricciones políticas?
R. Ningún modelo –ni el sueco, que criminaliza al cliente– puede tener éxito sin que haya un refuerzo educativo. Las matemáticas son importantes, pero lo es más educar en la contemplación y el reconocimiento del otro. De ese modo, alguien puede preguntarse si la persona que se folla se halla en una situación de exclusión o de riesgo. Estamos rodeados de psicópatas y antisociales disfrazados de buenos hijos. Talaré…, de hecho, no es una obra sobre la prostitución, sino más bien sobre la educación sexoafectiva. Los modelos que operan en familia, pareja, escuela y mercado.
[Libros de teatro: Parte de lesiones existenciales]
P. Saca a relucir la imagen de Nietzsche abrazado a un caballo apaleado y la emparenta con la de su protagonista abrazada a un árbol. ¿Por qué hilvana ambas estampas?
R. Nietzsche, entre lágrimas, abrazó al animal golpeado por un cochero y sufrió el colapso mental definitivo. Kundera escribe al respecto que el filósofo podría llorar arrepentido de un modelo que ha servido para someter a los animales, pero también a todo lo que no era el hombre blanco occidental (de los arboricidas a la prostitución infantil). En la obra la mujer se abraza al árbol porque se siente parte de un juego que ha herido a otras formas de subjetividad, a la vez que ha esquilmado los recursos naturales. Y ese abrazo reúne sus pedazos.
P. ¿Merecen los hombres ser talados de un planeta que han devastado?
R. No empleo el título, que viene de la Biblia, como una llamada a la venganza en plan Kill Bill, sino por eso que se dice: el hombre es la única especie en peligro de extinguirlo todo.
P. Varios premios y vuelta al CDN en junio, con Harakiri. ¿Siente que es su mejor momento como autora?
R. La obra del CDN la firma la compañía Les Impuxibles (Clara y Ariadna Peya). Mi aportación consiste en un texto breve y en una asesoría artística. Dicho eso, sí es un buen momento, porque Talaré…, que fue una autoproducción modesta, ha tenido su onda expansiva. Los premios suponen un espaldarazo para no desistir de mi propio imaginario, de mi poética. Motivos para hacerlo no han faltado.
Trabajos basura
P. ¿Teme que estos éxitos le puedan alejar de los márgenes, el territorio que ha engendrado esa poética?
R. Estoy lejos de eso. Si Talaré… vuelve a Madrid es porque los actores y los técnicos coproducen conmigo al trabajar por debajo de su caché. Talaré… es también el proyecto de la actriz Laia Manzanares, que podría estar haciendo otras cosas más rentables que una obra alternativa. Dicen que el mercado lo absorbe todo, no estoy tan segura. Sobre todo porque el teatro, salvo excepciones que confirman la regla, es para una inmensa minoría.
P. ¿Sería la autora que es hoy sin haber desempeñado tantos trabajos basura en su día? ¿Qué recuerdo guarda de aquello?
R. Guardo la sensación de lasitud que te da la precariedad y el rencor hacia la autoridad y el paternalismo. Aprendí calle, pero también siento que fue un tiempo robado y el fin de cierta inocencia. Mi experiencia es la de mucha gente.
P. Harakiri pone el dedo en otra de las llagas de nuestra sociedad: el suicidio. ¿Cómo lo hace?
R. Aborda el sufrimiento mental y también el duelo de los supervivientes, es decir, los allegados de la persona que se suicida. A petición de Les Impuxibles me fijé en la historia particular de una madre que, a pesar de haber dado la vida, al estilo de Sylvia Plath o de Anne Sexton, no encuentra motivos para vivir.
P. En Talaré… la protagonista concluye que ha crecido como ser humano y ahora le toca seguir creciendo “como algo que no conoce”. ¿Es que en ese territorio desconocido la humanidad es un lastre?
R. Sabemos por la tragedia y los mitos, incluido el Génesis, si es que no por propia experiencia, que el conocimiento duele. Como los reptiles, el personaje de la obra muda la piel y hay una esperanza de regeneración. Tenemos que plantearnos de nuevo qué es ser humano si queremos que la especie sobreviva a sus estragos.