A lo alto de la Montaña Sagrada de Heidelberg se llega a través de umbrías veredas desde las que, de tanto en tanto, se abren preciosas panorámicas a la ciudad, un fortín abonado para el pensamiento y la cultura. Max Weber, Karl Jaspers, Hegel, Goethe, Lutero, Schumann... Son algunas lumbreras que confluyeron en su entramado urbano, bañado por el apacible y caudaloso río Neckar. La universidad más antigua de Alemania se levantó en su suelo y el movimiento romántico, aquella arrebatada contestación al racionalismo neoclásico, también tuvo aquí uno de sus epicentros creativos. Pero al caminante que ha transitado algunos tramos del Philosophenweg (el camino de los filósofos) le espera arriba, tras la caminata, un encuentro con uno de los capítulos más oscuros en la historia de la vieja Europa. Un imponente anfiteatro, el Thingstäten, erigido por el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores a mediados de los años 30 e inaugurado con la rétorica belicosa de Goebbels, que lo describió como “el Nacionalsocialismo hecho piedra”.
En la primavera de 2022, la gente toma el sol en sus gradas, que pueden acoger a veinte mil almas, y utiliza sus prolongadas escalinatas para ejercitar las piernas. Arriba y abajo. Un, dos, un dos. El canto de los pájaros aporta la guinda al gozo sensorial. Digamos que el civismo apacible se ha enseñoreado del lugar tras el ominoso paréntesis. En la desactivación del autoritarismo castrense y dogmático el arte jugó también su papel. Y debe seguir jugándolo en un tiempo en el que hemos empezado a entender, viéndolo en nuestras propias sociedades, en nuestro vecinos y familiares, algo que hace solo 15 o 20 años atrás no éramos capaces de asimilar: que las reglas que permiten la convivencia pacífica de una comunidad, y que tanto tiempo cuesta robustecer, pueden ser arrasadas en un periodo muy corto de tiempo por un incendio alimentado a la vez por la demagogia, el hábil manejo de los instintos más bajos, la carestía financiera, los bulos, la polarización social...
El Festival Stüma, que ha celebrado su 39 edición, cumple con esa esa labor de cortafuegos. Un espacio abierto a la libertad y al cuestionamiento, que acoge las propuestas de compañías en cuyos montajes permean los conflictos y tensiones de la sociedad contemporánea. Es uno de los festivales más relevantes del país teutón en su ámbito. Tiene solera: 39 ediciones. Y es un gran escaparate que, cada año, acoge a un país invitado. Este 2022, tras dejar atrás los momentos duros de la pandemia, su director artístico, Jurgen Popig, ha logrado traer a una delegación española para exhibir el pulso de la escena española actual. Los encargados de 'comisariar' el pequeño desembarco, conectado con otro más grande en lo que a promoción de la ‘marca’ España en Alemania se refiere (la Feria del Libro de Frankfurt, que albergará asimismo a nuestro país en octubre), ha sido el tándem Carlota Ferrer-José Manuel Mora (tanto monta...).
Un poso de rebeldía
Ambos, hacedores de hitos como Los nadadores nocturnos, han seleccionado a algunos de los artistas más llamativos de nuestras tablas en los últimos años. Buen ejemplo es Marta Pazos, al frente de la compañía gallega Voadora, que tras desenvolverse casi dos décadas en el circuito alternativo, ha dado un salto a una nueva dimensión en los últimos cinco años, con estrenos en los grandes teatros nacionales y con encargos futuros realizados desde instituciones como el Liceo de Barcelona. O la Agrupación Señor Serrano, una de las alianzas con mayor proyección internacional del gremio escénico patrio, ganadores del León de Plata en la Bienal de Venecia, que han llegado a representar su trabajo hasta en países como Irán. O Los Bárbaros, tras cuya simplicidad y ternura aparente vibra un poso filosófico de rebeldía.
“Lo que buscábamos, dentro de las posibilidades que ofrecía el festival, era mostrar una pluralidad de referentes de nuestra escena. Al final, pudimos traer cuatro piezas. Por un lado, las lideradas por dos directoras fundamentales hoy, como Pazos y Ferrer, y, por otro lado, dos alumbradas en el seno de compañías tan sugerentes como Los Bárbaros y Agrupación Señor Serrano”, explica a El Cultural Mora, que, con Ferrer, ha estado presente en Heidelberg con Desmontando el universo, que pudo verse en 2020 en el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Un botón de muestra pues de la pujanza creadora de nuestros teatreros, que se despliega en múltiples direcciones.
Algo que dificulta identificar corrientes comunes. De lo visto en Heidelberg, no obstante, sí se puede confirmar la querencia por el ensayismo y autoficción. Es patente en Las explicaciones de Los Bárbaros, una suerte recapitulación autobiográfica de su trayectoria en la profesión en la que afloran ilusiones truncadas y esperanzas intactas a pesar de los reveses. Y en cuyos cimientos se identifica a pensadores como Franco Bifo Berardi. La propensión autorreferencial, que en el caso de Los Bárbaros, ojo, no renuncia a la ficción, también es perceptible en la predisposición a mostrar el making off de los montajes: cómo se fueron tomando, en fin, las decisiones que dieron como resultado el espectáculo.
Ocurre asimismo en Desmontando el universo, un paso más del binomio Mora-Ferrer, dentro del cual los roles de autor (él) y directora (ella) se asumen con una actitud flexible y abierta. Aquí le dan otro giro más a la tuerca, ya que Ferrer retoma -con energía cósmica- su faceta como actriz y Mora es embarcado también en el elenco. Eso sí, siempre tras una pantalla, detalle determinado por el contexto en que se cocinó la obra, cuando la pandemia nos mantenía enclaustrados. Tiempo en el que Mora pudo intensificar su inmersión en los textos religiosos de la tradición sufí, cristiana y hebraica para buscar respuesta a las grandes preguntas atemporales de la humanidad: el sentido de la vida, el de la muerte, la existencia de Dios… Casi na. “El resultado es un fracaso”, reconocía entre bromas y veras al término de la representación. No podía ser de otra manera dada la ambición de un texto de tanta enjundia metafísica que, con acertado equilibrio, conjuga con el humor autoparódico y momentazos musicales a cuenta de Elvis, Tina Turner y Adamo. Mora fue reconfortado por el respaldo del público, que procuró al elenco un cálido y prolongado aplauso.
En general, así fue la respuesta del respetable germano a lo largo de todo el fin de semana, que es cuando se concentró la exhibición de la sección española. Los sobretítulos no fueron óbice para el disfrute y comunicación de los ‘mensajes’ físicos y simbólicos que se lanzaron desde el escenario. “Teníamos miedo de que una obra como la nuestra, con tantas referencias locales, no se entendiera, no conectara con la gente, pero hemos notado la conexión desde el principio”, apunta Rocío Bello, de Los Bárbaros. Una impresión suscrita por sus colegas de Voadora, que ofrecieron su ‘revisión’ antirracista del Othello shakesperiano, en la que evidencian el grado racismo que había estratificado en la cultura popular española: la canción del Colacao –que suena en la puesta en escena- como paradigma de esta circunstancia. Una versión sucinta, refrescante, irónica y de una brutal fisicidad que caló en los tendidos del teatro principal de Heidelberg.
Aparte de las representaciones escénicas, las voces de los autores españoles contemporáneos pudieron degustarse a través de un concurso de textos al que concurrieron Mi película italiana de la citada Rocío Bello, Tanatología de Xavier Uriz, Los ignífugos. Universo 29 de Ruth Rubio y Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra de María Velasco. Esta última fue la que se alzó con el galardón, que le llega como un modesto maná de 5 mil euros para destinarlo a la difusión de su alegato contra la prostitución. Estará la próxima temporada en la Sala Beckett de Barcelona y en La Cuarta Pared de Madrid. “La estancia aquí me abre nuevas oportunidades de estrenos. Ya nos han contactado para ello. Además, nos ha dado la posibilidad de ver concentrado un amplio número de montajes alemanes, lo que ha supuesto un gran aprendizaje de los lenguajes que se manejan aquí”.
La traducción como primera piedra
Hay que aclarar que todos los textos han sido traducidos al alemán. Y algunos de ellos serán compilados junto a otros (de Denise Despeyroux, Paco Gámez, Juan Mayorga...) en un volumen que se editará en un futuro próximo, con vista al gran evento de la Feria del Libro de Frankfurt. Se trata de trabajo clave para darles la posibilidad de trascender fronteras, una asignatura pendiente de la industria escénica española. En general, los autores (y directores) lamentan el escaso esfuerzo institucional que se hace para propiciar la irradación de nuestro patrimonio teatral más reciente, que, salvo casos puntuales (Liddell, Mayorga y poco más), apenas tiene recorrido en las carteleras internacionales.
El lamento de Velasco, en realidad, se extiende más allá de esta cuestión. En un encuentro con el sociólogo hispanogermano Martin Valdés-Stauber, dramaturgista del Kammerspiele de Múnich, no dudó en calificar la situación del gremio como de “indigencia”. Ese desamparo, sin embargo, a su juicio tiene como contrapartida la libertad, al no tener que rendir cuentas a ningún poder público. Mora, por su parte, apuntó esa carencia de un respaldo sólido y decidido de la administración implica también el peligro de que los creadores se vean en “la necesidad de incorporarse a las corrientes ideológicas dominantes para ganar espacio y visibilidad”. Dos lecturas a partir de una misma coyuntura.
Afloraron en la charla, inevitablemente, los contrastes con Alemania. La traductora Franziska Muche, especializada en traducción teatral y agente clave en la presencia de España estos días en Heidelberg, apuntó un detalle muy chocante para la parroquia española: que en su país es más fácil que un teatro te estrene tu obra a que una editorial te la publique. Por otro lado, Valdés-Stauber advirtió de la diferencia entre los teatros públicos de aquí y de allí. Aparte de la dimensión de los presupuestos, mucho más holgados en Alemania, el modelo predominante es el de la compañía estable asociada a cada centro. Nada que ver con nuestro sistema, donde apenas existe (excepción puntual sería la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico). La diferencia supone una mayor estabilidad laboral en tierras germanas. Y cabe preguntarse si, a cambio, sus teatros resultan menos porosos a lo que se cuece en ‘la calle’.
A ambos modelos, en cualquier caso, les corresponde ofrecer a la sociedad un reducto de “resistencia” (idea que hizo valer Mora durante todo el fin de semana) frente a las derivas inquietantes de nuestra época, con una cruenta guerra en suelo europeo, la primera desde la II Guerra Mundial, si exceptuamos la barbarie balcánica de los primeros 90. En efecto, se avecinan años en que el arte habrá de avivar la resistencia. Contra el incivismo obvio y contra el que se disfraza de civismo para despistar. ¡Achtung!