Lo normal es encontrarse tipos que saben poco y aparentan mucho. Lo raro es lo contrario: dar con alguien docto que se esfuerza por parecer un ciudadano del montón. José Luis Alonso de Santos (Valladolid, 1942), autor de obras troqueladas en la memoria popular española como Bajarse al moro y La estanquera de Vallecas, pertenece a esta última especie, casi en extinción. Durante la entrevista llega a decir de sí mismo que, por mucho que se sepa El Quijote casi de memoria, es más bien un tonto. Lo hace en el amplio y luminoso salón de su casa, situada a tiro de piedra de El Retiro y forrada con carteles de sus obras, cuadros de Rafael Alberti, figurines de Miguel Narros...
La luz que entra por el ventanal de la terraza, sin embargo, se le apagó hace ahora tres años. Una lesión en la retina de ambos ojos le dejó ciego. El diagnóstico era muy malo. La única solución pasaba por operarle y que estuviera cuarenta días con la cabeza boca abajo sin moverse. No podía dormir para evitar escorzos bruscos, ni tomar calmantes para el dolor que le ocasionaba la posición (se incrustó en el hueco entre dos camas juntas), agravado por su escoliosis. “Cuando pasaron las dos primeras horas, ya no podía más”, recuerda. Aquello era una misión imposible de todo punto. Pero entonces se le ocurrió una idea: escribir una obra durante ese tiempo. ¿Cómo? Dictándola a una grabadora. Aquella actividad le salvó. Le permitió trascender su penosa situación y conectar con los otros, que es lo que viene intentando (y consiguiendo en gran medida) en las últimas cuatro décadas. Huye, en efecto, del experimentalismo ensimismado como de la peste.
Cuando le quitaron las vendas, veía. Y Mil amaneceres, la obra en cuestión, estaba escrita (el protagonista es un galeote en cuyo pellejo no le costó meterse). Superado el trance, ha seguido a lo suyo, sumando títulos a la cincuentena que ya ha firmado. Todos los días, de buena mañana, empieza a teclear en su estudio, en el que se agolpan los premios. No sabe ya dónde encajarlos. Pero pronto tendrá que hacerle hueco al Max de Honor, que le entregan en junio en Mahón.
Pregunta. ¿Cómo le ha sentado el Max?
Respuesta. Hombre, bien. Yo siempre pongo buena cara pero ha habido muchos momentos duros en estos años. Por otro lado, he tenido varios puestos de responsabilidad importantes y creo que he salido bien librado: he seguido manteniendo una relación normal con el mundo y demostrado mi honestidad. A mí me dieron en su día una tarjeta de esas de oro para todo y lo que hice fue meterla en un sobre y devolverla intacta cuando me marché. Jamás me pagué una cena o un taxi con dinero público. Me parecía ya excesivo.
P. En Urueña, ese pueblo español insólito donde hay más librerías que bares, acaba de recoger otro premio por Los jamones de Stalin. ¿Esta obra no la había terminado ya hace unos años?
R. Una obra solo se puede considerar escrita cuando la publicas o la estrenas. Hay algunas que las escribes rápido porque tienes muy claras. Esta en cambio era muy compleja porque está ambientada en la Guerra Civil y tiene contenido político, con lo que menudo lío. Luego es comedia pero con un tema trágico. Es la que más tiempo me ha ocupado: 20 años.
"El Max de Honor no me lo ha dado el Ministerio de Cultura, para ellos seguramente sea un hereje"
P. En su día, apuntaba que con ella quería mostrar el daño que había hecho el comunismo en la tierra.
R. Yo soy un librepensador. No soy juez ni fiscal. Observo y cuento a mi manera. En este país tan politizado hay una doctrina sobre la memoria histórica según la cual quien no hable del pasado conforme a las consignas oficiales es un canalla. El comunismo, como el fascismo y otros movimientos políticos, han hecho mucho daño a la humanidad, mucho. La figura de Stalin y la intervención de los rusos en la Guerra Civil, haciendo de esta un conflicto del comunismo internacional, no se ha tocado nunca: ni en cine, ni en literatura, ni en teatro… ¿Por qué? Por pavor. Es peor que si habláramos de Mahoma ahora. Será polémica.
P. ¿Por qué? ¿Qué perspectiva ofrece de aquella intervención?
R. Esta no se corresponde con ningún catecismo, ni los de derechas ni los de izquierdas. Ni los de la memoria histórica ni los de la antihistórica. Ahí [señala sus rebosantes estanterías de libros] tengo una ristra de estudios de Stalin y su época y de la Guerra Civil. Me lo leo todo y no me creo nada. Saco mis conclusiones. Y no hago una tesis a partir de ellas sino una… ¡comedia! ¿Me entiende?
P. ¿Y no cree que meter en el mismo saco a Marx y a Stalin es hacer trampa?
R. Es que yo no lo hago.
P. No, no lo digo por usted, se lo planteo en general.
R. Marx era un filósofo por encima de todo. Escribió unos tratados que luego se aplicaron de distintas maneras, según el tipo de sociedad en que se hacía. No es lo mismo cuando lo leen campesinos que cuando lo hacen unos intelectuales. Lenin y Stalin vienen de Marx pero sus personalidades difieren. Y el marxismo de Stalin no es el marxismo de Carrillo. Y el de Carrillo no es igual que el de Pablo Iglesias. Pasa como con el cristianismo. La inquisición viene de él, pero también las monjas de los hospitales.
"La Constitución actual fue un milagro. Un acuerdo que se dio entre personas que venían del odio mutuo"
P. O como con el islam, que engloba al sufí giróvago y al barbudo con el Kaláshnikov.
R. Claro, creer que todos los musulmanes son unos terroristas es un disparate. Los terroristas islámicos matan muchos musulmanes.
P. De hecho, es a los que más matan.
R. Así es. Y con el marxismo pasa igual. Marx era un filósofo que vivía en Londres con el dinero de Engels, un burgués, nada que ver con un revolucionario poniendo bombas en nuestra guerra.
P. Señalaba que esta cuestión del intento de implantar un régimen soviético en España no la han abordado nuestros literatos. ¿De verdad cree que no se atreven?
R. No, nada.
P. ¿Diría que el entorno de la creación artística en España es demasiado monocorde ideológicamente?
R. Demasiado tópico. Hay un status quo muy poderoso. Recuerda a la pureza de sangre en el Siglo de Oro. Si tienes el carné que acredita tal pureza, funcionas. Si no, te tratan como a un hereje.
P. ¿Usted se siente así, un hereje?
R. En relación a la estructura política y cultural actual de España, sí. No respecto a la sociedad española.
P. O sea, respecto a la superestructura, que diría el propio Marx.
R. Eso, exacto. Yo estreno mis obras, soy conocido. Si me quejara… ¡Por Dios! Pero a mí el Max de Honor no me lo ha dado el Ministerio de Cultura, con el que no tengo nada que ver. Para ellos seguramente sea un hereje. No es maldad por su parte, es por ese status quo tópico.
P. Se definía como librepensador. ¿Y liberal?
R. Dejémoslo en lo primero. Yo si me meto con el comunismo puedo escribir 40 obras describiendo sus mentiras. Pero si me meto con el capitalismo, no te quiero decir nada… La derecha, la tradición liberal, el mercado… Todo eso también tiene tela marinera. La historia de la humanidad es para echarse a temblar. No me creo ninguna doctrina política. Además, he estado en la cárcel por activismo político, no como otros que tanto presumen. Yo intento pensar cada día lo que me da la gana.
P. Hay gente que lee, por ejemplo, Bajarse al moro y La estanquera de Vallecas en clave de denuncia social izquierdista.
R. Lo pueden leer como quieran. Yo, gracias a esas obras, soy muy leído en las cárceles. Los presos me creen de los suyos. No es que piensen que los defiendo, ellos intuyen que también soy un colgaete de barrio que fumo porros… Yo es que soy pirata cuando escribo de piratas. Y me da igual la etiqueta que me pongan. Doy voz a los que no la tienen. Intento comprenderles. El día que se estrenó La estanquera me robaron en mi casa. Es normal: yo tenía más que los que lo hicieron. Acepto el juego.
P. ¿Y cómo le robaron?
R. De la forma más bonita posible. En vez forzar la cerradura, picaron el marco alrededor de la puerta. Como iban con monos, los vecinos pensaban que eran obreros trabajando.
P. Puro teatro.
R. [Risas] Se suponía que luego iban a venir con otra puerta pero...
P. Usted tituló su versión de Los pasos de Lope de Rueda Fiesta de farsantes. ¿Es una buena definición para este país?
R. Lo seres humanos somo capaces de heroicidades. Basta ir a un hospital. Te quitas el sombrero. En el plano individual, cada vez creo más en la humanidad. En el político, cada vez me inquieta más. Veo que se crean simulacros sobre los que luego se opera política y mediáticamente, como en El retablo de las maravillas de Cervantes. Por ejemplo, ahora es flagrante lo de la energía. No soy un técnico pero incluso un tonto sabe que no lo estamos haciendo bien ahí, porque qué fuente de energía tenemos. La de los paneles solares y los molinos, que en las mejores condiciones pueden darnos entre un 7 y un 10% de la que necesitamos. Pero aquí todo el mundo te hacía manifestaciones contra el carbón y las centrales nucleares. Y luego traemos la energía nuclear de Francia. En fin, simulacros.
"Como ciudadano, estoy con el reparto social. El problema es que este lo hacen funcionarios. Eso me inquieta"
P. ¿La picaresca, esa expresión cultural tan española, es algo de lo que sentirse orgulloso o de lo que avergonzarse?
R. El ‘hombre normal’ no tiene por qué ser un santo ni un sabio ni un supermán. Se entiende que intente pagar menos a Hacienda o tenga una aventura extramatrimonial… Eso no es bueno ni malo, es normal. La picaresca es una forma de sobrevivir en un mundo difícil, dividido entre los felices y los infelices. ¿El infeliz y agobiado tiene que ser encima bueno? Se le pide demasiado. El hombre normal tiene que tirar para adelante como pueda, incluso con picaresca. Y si para dar de comer a sus hijos tiene que engañar un poco en la declaración de la renta, pues perdóname que te diga… No hay que ser ejemplar las 24 horas pero tampoco sembrar en el mundo la doctrina de la mentira, que es la que propagan los falsos predicadores. Estos no suelen ser a los que toca sobrevivir.
P. Los conserjes de San Felipe la escribió a partir de la Constitución de 1812. Comentaba entonces que en aquel texto ya se percibían todas las tensiones que han enturbiado la convivencia en España los dos siglos posteriores. ¿Qué le parece la actual, la del 78?
R. Un milagro. El acuerdo político se dio entre personas que venían del odio mutuo. Ahora, cuando un partido le dice a otro que quiere dialogar, suele ser para intentar engañarle. Entonces, no: se conformaron con empatar. Gracias a ese equilibrio ha durado tanto. Tiene defectos notables que han ido creciendo hasta el momento crítico actual. Los principales son el electoral, la sobrerrepresentación en las cámaras de algunos territorios, que no es justa, y el de la propiedad privada, que es todavía más complejo. Me refiero a sus límites en aras de la redistribución de la riqueza. Porque a medida que se potencia la justicia social es más difícil sostener la propiedad.
P. ¿Y cuál diría que es el equilibrio deseable?
R. Yo, como ciudadano, estoy con el reparto social. El problema es que este lo hacen siempre funcionarios. Eso me inquieta. Si pudiera bajar Dios y hacerlo él, yo diría que se hiciera ya mañana mismo.
P. Aquella carta magna de 1812 exigía al gobierno procurar felicidad a sus ciudadanos. ¿Eso es pedirle demasiado a un gobierno?
R. Sí, bastante lío tienen ya. Los gobiernos tienen que manejar bien el dinero, evitar que le engañen, por ejemplo, cuando compran mascarillas y cosas así. La religión, la espiritualidad, la felicidad, la bondad…, todo eso es mejor dejarlo fuera. Yo apuesto por gobiernos técnicos, que resuelvan problemas concretos: la energía, los puentes, las carreteras…
P. Como licenciado en psicología, ¿qué le parece eso de interpelarse a uno mismo por su felicidad?
R. El ser humano debe tomar alrededor de un 20% de decisiones importantes. En lo demás, nos limitamos a vivir tontamente, en esa rutina que hacemos sin pensar pero que es crucial, porque cuando la pierdes es cuando enloqueces. La gente que presume de que es culta y lista todo el día es que no lo es. Yo soy tonto la mayor parte del tiempo aunque me sepa medio Quijote de memoria. La salud mental es la rutina, ir al parque y vigilar que el niño no se caiga del columpio, todo eso. ¿La felicidad? Una tontería. Y el ‘yo’, otra, aunque los anuncios de los grandes almacenes lo promocionen tanto. No es más que una ‘y’ seguida por una ‘o’. Nada más, un constructo de guardería.
"El ser humano debe tomar un 20% de decisiones importantes. En lo demás, se limita a vivir tontamente"
P. Entonces el Romanticismo, con su exaltación de la individualidad creativa, le parecerá muy cargante, ¿no?
R. Bueno, tuvo su sentido. Después del Humanismo, vino el Barroco, marcado por el Concilio de Trento, que defendía tapar los sentimientos y trasladarlos a la espiritualidad. Contra esto reacciona el Neoclasicismo, que fue una rebelión de la razón: las luces, la ciencia, Descartes… Y frente al exceso de razón que genera, brota el Romanticismo. El ciudadano decide pegarse un tiro si le deja la novia y vestirse como un dandy. Es bonito pero tan exagerado que resulta insostenible, por eso duró tan poco.
P. ¿Y dónde estamos ahora?
R. Pues en un mundo donde la juventud no tiene hueco. Y esta a su vez crea otro mundo donde el pasado tampoco lo tiene y los mayores somos postergados. Hay un gran desajuste. La técnica va arrasando con todo y va condicionando los mensajes.
P. ¿Y esto va a dar origen a algún movimiento artístico de la altura de lo enunciados?
R. Yo creo que sí. En el teatro, por ejemplo, lo más interesante que he visto en los últimos tres años es lo de estos dos catalanes [Nao Albet y Marcel Borràs] que hicieron lo del atraco al banco en el CDN [Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach] y su anterior espectáculo [Mammón]. Esos sí que han dado un brinco. No sólo por el uso de la técnica sino por cómo esta está creando un nuevo mensaje. Aún andan algo perdidos, pero es una puerta que se está abriendo. Y no una puerta de falsa modernidad, de esas que se abren a todas horas y luego no hay nada detrás.
P. Pero usted sigue creyendo en la razón poética de María Zambrano como método creativo, ¿no?
R. Sí, en las escuelas que parten de lo empírico, según las cuales nada hay en la razón que no haya estado antes en los sentidos. Es decir, creo en todo pensamiento y vivencia que parte de dentro del individuo, no desde fuera, como los modelos ideales de Platón, que tanto desconfiaba de la fantasía. Yo defiendo la vida desde el sentimiento, desde las pulsiones, desde las necesidades, que dan lugar al ingenio y la imaginación.
P. ¿Y teme que el imperio de la técnica actual acabe sepultando esa razón poética?
R. El día que se eliminen las pirámides de Egipto, las sinfonías de Beethoven, los cuadros de Velázquez y los libros de Cervantes entonces sí estará desterrada. Pero lo veo difícil, porque si al mundo le quitas todo eso, seguramente lo que quede no merezca ya la pena.
Alumbró el mítico grupo teatral independiente Tábano, dirigió la Compañía Nacional de Teatro Clásico, fundó la potente productora Pentación, presidió la Academia de Artes Escénicas... Aparte, ha escrito más de cincuenta obras, algunas tan populares como Bajarse al moro y La estanquera de Vallecas. No hay duda de que el Max de Honor que recibirá en junio es de ley.