Si el curso pasado el concepto que inspiraba la programación del Centro Dramático Nacional era la fragilidad, en el próximo, que ha presentado esta mañana su director artístico, Alfredo Sanzol, será la reconstrucción. Ambos pilares ideológicos, el del pasado y el del presente-futuro, tienen conexión con el gran acontecimiento que nos ha sacudido en los últimos meses: la pandemia. Pero en el CDN pasan a afrontarlo en clave constructiva. Toca remangarse para hacer del mundo un lugar mejor que el que casi derriba la Covid-19. “Para cambiar la realidad primero hay que cambiar la visión que tenemos de la realidad, y para eso está el teatro”. Ambicioso Sanzol.
“Los desastres dejan una huella en la memoria de la que hay que ocuparse antes o después”, ha continuado. Se refiere el director y autor navarro y madrileño (o al revés) a episodios históricos cuyos efectos actuales deben encararse y no arrinconar en el olvido, para poder así cimentar una convivencia armónica. En ese sentido se mueven obras como El libro de Sicilia, de Pablo Fidalgo; The Quest, de Cedrid Eeckhourt; N.E.V.E.R.M.O.R.E, de Xron (Chévere); Alfonso el Africano, una comedia política sobre la afición al porno de Alfonso XIII de Chiqui Carabante.
En este grupo, hay que sumar Los últimos Gondra, último título de la trilogía de Borja Ortiz de Gondra sobre la violencia en el País Vasco conectada con su saga familiar, y Rif, de Mariano Llorente y Laila Ripoll, que reconstruyen el ambiente (según Arturo Barea, el de un gran burdel corrompido) de la guerra colonial española en el norte de Marruecos. Esta pieza lleva por subtítulo, De piojos y gas mostaza, aludiendo este último elemento a los bombardeos tóxicos que practicó nuestro país sobre la población rifeña. “Imperdonable”, sentencia Llorente.
“Es imposible reconstruir sin palabras. Las propias palabras son las primeras víctimas de la destrucción. Usar palabras para mentir, dar sentidos falsos a las palabras, unir palabras para manipular, desprestigiar palabras por poder”, ha añadido Sanzol. Golem, de Juan Mayorga, se adentra en ese terreno: una mujer que está en un hospital a la espera de recibir un tratamiento es interpelada por otra que le dice que, para continuar con su cura, debe aprenderse de memoria unas palabras. Ahí se abre una trama con el suspense filosófico mayorguiano que tendrá al propio Sanzol como regista.
En esta veta lingüística, se inscriben asimismo Lengua madre, de Lola Arias; Manual básico de lengua de signos para romper corazones, de Roberto Pérez Toledo; y el El cuaderno de Pitágoras, donde Carolina África recoge su experiencia trabajando con reclusos de la cárcel de Carabanchel y contrasta las distinciones de trato en los módulos femeninos y masculinos.
Siguiendo la ilación de Sanzol, el siguiente apartado sería el de aquellas obras que reflejan el potencial transformador de las historias escenificadas. El título central sería lo último de Pablo Remón, Los farsantes, que ha reconocido tener todavía en pleno proceso de escritura. El autor de Mariachis recorre la vida de varios integrantes del gremio teatral, yendo desde su vida personal a la profesional, cotejando así las afinidades y distancias entre ambas esferas. En este grupo, habría que situar también Canción para volver a casa, de Denise Despeyroux (nueva colaboración con la compañía T de Teatre), Dragón, de Guillermo Calderón; Inloca, de Ana Vallés; Luna en marte, de Jordi Casanovas (escrita con los niños del taller infantil de dramaturgia del CDN); y Comedia sin título, la inconclusa obra de García Lorca que Marta Pazos cristalizará en escena tras haber estrenado en el Lliure el único guión del poeta granadino en el Lliure.
Para evitar que la reconstrucción incurra en replicar lo anterior, con sus errores y grilletes, un esfuerzo necesario y conveniente es vislumbrar utopías. Tres posibilidades en esta línea: Blast, de Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez; La última noche del mundo, de Fabrice Murgia; y Fraternité, conte fantastique, de Caroline Guiela Nguyen. Por último, para que el futuro revisado no siga la receta neoliberal, con el consumo como principal motor de presunto desarrollo, Sanzol coloca algunas cargas de profundidad, como Las que limpian, de la compañía gallega A Panaderia, que dignifica y amplifica la lucha de las camareras de piso (las kellys).
Por su parte, Amaya de Miguel, directora del Inaem, ha expresado su satisfacción por el trabajo realizado durante la temporada que se cierra ahora. “A pesar de las dificultades, hemos mantenido los telones del María Guerrero y del Valle-Inclán alzados”. La ocupación, dentro de los límites sanitarios fijados, ha sido del 90%. En total 70.000 espectadores. El miedo a si el público volvería o no al teatro quedó, pues, abrumadoramente conjurado.