Cuando David Serrano andaba pergeñando el libreto del musical de Pantaleón y las visitadoras, el director del montaje, el peruano Juan Carlos Fisher, le reveló que la obra que más le había gustado hacer en toda su trayectoria fue la de su debut: El hombre almohada. “Me la pasó y, cuando llevaba sólo una o dos páginas leídas, ya estaba enganchadísimo. Creo que es el mejor texto teatral de lo que llevamos de siglo”. Palabras mayores que Serrano pronuncia al otro lado del teléfono, tras los ensayos de la versión que está ultimando y que podrá verse en los Teatros del Canal a partir de este viernes, con un elenco de postín: Belén Cuesta, Ricardo Gómez, Manuela Paso y Juan Codina.

Las razones que conducen a Serrano a emitir sentencias tan contundentes sobre la pieza de Martin McDonagh son varias: “Está plagada de ideas y de hallazgos, se suceden a velocidad de vértigo, como si los alumbrara un creador en estado de gracia. Además, sus personajes secundarios tienen muchos colores, no los saca para resolver situaciones puntuales”. Serrano ha decidido cambiar el sexo del protagonista. Hablamos de Katurian, el escritor (perdón, escritora) que pone en marcha la truculenta trama con sus relatos. “Tiene más interés que sea una mujer porque así se enriquece la relación con su hermano al incorporar un toque maternal”, explica el director y guionista madrileño.

Onda expansiva de la violencia

En esa relación está el núcleo de la historia. Katurian, encarnada por Cuesta, acaba detenida porque sus sanguinarios cuentos, en los que el mundo adulto siempre agrede al de los niños, se están concretando en la realidad. Y el principal sospechoso es precisamente Michal, su hermano. McDonagh plantea así uno de los problemas sustanciales del arte: la responsabilidad de sus ‘hacedores’ respecto a las interpretaciones del público. Otro asunto capital en el plano ideológico es la concepción de la literatura como refugio del horror. Es un enfoque que sin embargo resulta paradójico, ya que los relatos de Katurian inspiran violencia real y, por otro lado, están inspirados en los malos tratos que recibía Michal a mano de los padres de ambos, detalle que aflora en el interrogatorio al que es sometida la escritora.

McDonagh, autor de El cojo de Inishmaan, que Gerardo Vera escenificó en el Español en 2013, nos avisa así de que cuando se pone en marcha el mecanismo de la crueldad su onda expansiva es imposible de embridar, transmitiéndose de una generación a otra. “En su obra está clara siempre la división moral entre las fuerzas del mal y las del bien”, apunta Serrano. Es algo que probablemente provenga de sus raíces irlandesas, en concreto del catolicismo tan arraigado allí. Puede también colegirse que un texto como El hombre almohada, con la infancia reducida al papel de víctima, tenga su base factual en los reformatorios eclesiásticos de la isla esmeralda, donde han aflorado múltiples escándalos de insondable abyección, recogidos algunos en películas como Los niños de San Judas, de Aisling Walsh.

Decir que una obra es la mejor de este siglo es mucho decir pero de lo que no hay duda es de la capacidad para inocular inquietud de El hombre almohada. Denis Rafter, el director irish afincando en España, lo demostró con el camerístico montaje que manufacturó en 2010 para la sala pequeña de El Español. Un precedente acaso demasiado lejano. “Es una pena que haya que remontarse tan atrás para encontrar una obra así en nuestra cartelera. La gente aquí se está perdiendo muchas cosas de la órbita anglosajona. Se apuesta por otras que, para mi gusto, son muy inferiores”, denuncia Serrano, que suele estar muy atento a lo que se cocina en los escenarios londinenses, sobre todo en el National Theatre, donde se estrenó, por cierto, El hombre almohada en 2003. También es muy crítico con el exceso de autoficción en las tablas nacionales actualmente. “El otro día vi una obra, muy aplaudida, que, la verdad, no era autoficción sino directamente onanismo. Era de un narcisismo insoportable”. En este punto, Serrano coincide con McDonagh, que, por boca de Katurian, deja muy clara su opinión: “Considero que todos los escritores que hablan de sí mismos son tan imbéciles que no tienen nada más de lo que hablar. Cualquier obra que haga referencia mínimamente a la vida personal de un autor me da vergüenza”. Nos queda claro.

El hombre almohada, aun siendo muy tenebrosa, incorpora chispazos de humor. En los momentos más oscuros o cruentos, McDonagh, autor y director de Tres anuncios en las afueras (película que le valió el Óscar a Frances McDormand), descarga la tensión a través de la risa. “Eso sí, no hace humor con la violencia pero sí juega al mismo juego que Tarantino, mejor incluso que él”. Esas píldoras hilarantes las dispensa desde un espacio principal, una especie de sala de torturas. Serrano la presenta con un aire profiláctico, toda envuelta por plásticos que permiten limpiarla de forma rápida y eficaz. Es un lugar diseñado para extraer información de los reos sin miramientos ni garantías al desarrollarse la historia en un Estado totalitario, que Serrano plasma con países del viejo bloque soviético en mente: Rumanía, Albania… El detalle político remarca la fragilidad de Katurian ante la comisaria que le pregunta insistentemente por los crímenes inspirados en sus cuentos. Ese limbo se transforma para acoger la representación de dos de sus cuentos, que introducen al espectador en otra dimensión. Comenta Serrano, con sentido de equipo, que la concepción de esta corresponde a medias a él y al escenógrafo Ricardo Sánchez Cuerda. Pero no dice más para preservar el efecto sorpresa. Toca acercarse al Canal para ver y degustar, insiste de nuevo, “esta obra maestra”.

@alberojeda77