En su discurso de recepción del Nobel de Literatura en 2005 Harold Pinter señalaba que en el arte dramático la verdad es siempre escurridiza. “Nunca se encuentra del todo, pero la buscamos de forma compulsiva. Damos con ella por casualidad, a tientas en la oscuridad, chocando con ella”. Eso es lo que les ha ocurrido a Israel Elejalde (dirección) y Pablo Remón (versión) con Traición, que estrenan el 12 de marzo en el Pavón Kamikaze protagonizada por Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé.
La obra, estrenada en 1978 justo después del éxito de Tierra de nadie, sigue un orden cronológico inverso. Empieza en 1973 y termina en 1968 para contar las vicisitudes del triángulo amoroso formado por Emma, Robert y Jerry. Elejalde, impulsor del montaje, atisba tras este relato claro y reconocible de Pinter un torrente oculto, un mundo de perversión que se respira en la atmósfera: “Nos encontramos ante una historia de amor que es en realidad una pelea por reprimir los deseos ocultos y por abordar una concepción del poder basada en el aparente control sobre ellos. Traición es una descripción crítica y feroz de esa clase intelectual que cree estar a salvo de las pasiones más bajas”.
“Pinter quiere inquietar al espectador, provocarlo. Le sustrae información, huye de la fantasía de entenderlo todo”. Israel Elejalde
Es esa “verdad escurridiza” la que convierte a Pinter en un autor insondable, que sorprende por su cercanía pero que nos termina atrapando en un mundo complejo y policromo. Como un físico de partículas ahondando en el diminuto mundo de la materia, Pinter señalaba en la Academia sueca: “Estas verdades se desafían unas a otras, retroceden unas ante otras, se reflejan, se ignoran, se provocan, o son ciegas unas para otras. A veces nos parece que tenemos la verdad de un momento en la mano y entonces se nos escurre de entre los dedos y se pierde”. Traición es un desafío que Pinter lanza al espectador. “Hay que dejar respirar a los personajes”, reza su ideario. “El autor no puede confinarlos y constreñirlos para satisfacer sus propios gustos o prejuicios”. Según Elejalde, el dramaturgo británico no hace ningún esfuerzo por seducir al público.
Un autor punk
“Quiere inquietarlo, provocarlo –explica a El Cultural–. Le sustrae información. Huye de esa fantasía de entenderlo todo, de ese bálsamo en el que hemos convertido la ficción. Un lugar plácido al que acudimos para quedarnos tranquilos ante la dificultad de comprender la vida. Nos muestra una ficción más compleja que la propia realidad. Disfruta desgranando ese mundo perverso del que queremos huir pensando que todo tiene un principio y un final asumible”.
Pablo Remón, que prepara para el mismo escenario Las ficciones con Bárbara Lennie, Irene Escolar y Carmen Machi, considera que Pinter fue un autor punk mucho antes de que existiera el punk. “Sus padres son Beckett y Kafka, su abuelo Shakespeare. Claro que es incómodo. Es violento, sucio, lírico y poderoso. La primera vez que leí Retorno al hogar tuve que sentarme. ‘¿Pero qué está haciendo este loco?’, pensaba. Y no exagero. Como la mejor literatura, como el mejor teatro, Pinter es peligroso. Él creía, igual que Kafka, que un libro debe ser un hacha para romper el mar helado que llevamos dentro”, señala el autor de El tratamiento.
Para Remón la principal característica que define la obra de Pinter es la poesía. Por eso, dice, el corazón de su obra no envejece: “En una entrevista, Tom Stoppard señalaba que las obras de teatro, en general, se pudren con el tiempo. Igual que una fruta. Y nombraba dos excepciones: Beckett y Pinter. Sus obras, concluía, no envejecen porque les han quitado ‘todas las partes blandas’. Estoy completamente de acuerdo. Es admirable la capacidad de Pinter para encontrar poesía en lo aparentemente banal”.
Elejalde destaca el carácter clásico del dramaturgo británico. En este sentido, Traición es, para el director, una obra muy alejada de algunos de los rasgos que más molestan a sus detractores: “Sus personajes se acercan mucho a nosotros, los sentimos próximos y la historia, diríamos, se desarrolla de manera aristotélica. Digo “diríamos” porque Pinter utiliza una serie de flashbacks para ir desde el final hasta el origen del conflicto, una de las características que convierten este título en algo distinto”. La amplitud y profundidad de su obra, la ruptura con el canon establecido, la creación de un universo propio y la influencia que ha ejercido en el teatro posterior hacen que Pinter sea considerado como uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX. Un clásico, según Remón (recientemente en los Teatros del Canal con la lorquiana versión de Doña Rosita la soltera).
Como Dylan y Bowie
“Es un referente irrefutable”, sentencia mientras reconoce haber realizado una traducción “con licencias” para trasladar al castellano el enorme potencial poético de sus palabras. “Con el tiempo, su obra se ha convertido en una de las más conocidas y sus títulos de los más representados. Supone una de las renovaciones estilísticas más claras. Se le suele relacionar con el teatro del absurdo pero para mí de una forma errónea. No hay nada de absurdo en Pinter. La realidad es que pasa por etapas muy distintas. Es capaz de reinventarse a lo largo de su carrera, como lo hicieron Dylan y Bowie”. Producida por Jordi Buxó y Aitor Tejada – y con Mónica Boromello firmando la escenografía–, Traición es la historia de Emma, que mantiene una relación con Jerry, que a su vez es el mejor amigo de Robert, su marido. Un relato aparentemente sencillo que se complicará por momentos. “Si normalmente Pinter se vuelve ambiguo con los personajes, la trama y el lenguaje (críptico y enigmático), aquí la peripecia es clarísima y se convierte en una especie de neblina que nos impide ver lo que hay detrás, lo realmente importante. Los personajes luchan por expresar aquello en lo que creen, o más bien en lo que quieren creer. Se esfuerzan por mantenerse dentro de los límites de lo razonable”, precisa Elejalde, que dirigirá próximamente, también en el Pavón, 4.48 psicosis, de la dramaturga británica Sarah Kane.
Pinter llegó a definir la creación de personajes como un proceso raro por tratarse de algo caprichoso, incierto e incluso alucinatorio: “A veces puede resultar una avalancha imparable. El autor se encuentra en una posición extraña. En cierto sentido sus personajes no le dan la bienvenida. Se le resisten, no es fácil convivir con ellos, son imposibles de definir. Por supuesto, no se les puede dictar nada”.
Tal y como lo ideó Pinter, Traición destapa sobre el escenario gente de carne y hueso, con voluntad y sensibilidad propias, compuesta de partes imposibles de manipular o distorsionar. Pero cuidado, avisa: “La lengua en el arte sigue siendo una transacción muy ambigua, arenas movedizas, un trampolín, un estanque helado que podría ceder bajo el peso del autor”.