Teatro

La máscara

por Ignacio García May

16 octubre, 2008 02:00

A Luís XIV le gustaba dar fiestas en las que, ataviado de astro solar, obligaba a sus ministros, a su vez disfrazados de planetas, a dar vueltas en torno suyo. El poder absoluto exige absoluta pleitesía incluso en la hora de la diversión. Los historiadores han explicado con detalle aquella época extravagante, pero creo que las versiones novelescas y fantasiosas de Alejandro Dumas siguen conteniendo la mejor descripción de la aristocracia francesa de entonces: Dumas comprendió que hacía falta el melodrama para explicar la corte del Rey Sol, donde hombres y mujeres hacían lo que fuera con tal de obtener el favor real. Lo contrario, claro, suponía ser expulsado de palacio o, peor aún, acabar en algún calabozo. En El vizconde de Bragelonne, el padre de los tres mosqueteros rescata la leyenda del Hombre de la Máscara de Hierro, a quien se mantenía encarcelado, privado de lo más sagrado que un hombre puede tener: su propia identidad. Voltaire nos ha hablado también de ese oscuro personaje a quien Dumas convirtió, en un giro literario espléndido, en hermano gemelo del rey. No hace mucho, un amigo de fuera de Madrid me preguntó cómo estaba la capital, teatralmente hablando. Yo le contesté que hacía años que nuestra ciudad no merecía tanto el apelativo de Villa y Corte. Olvidemos los tiempos en que teatro era sinónimo de rebeldía. El miedo a perder una subvención, un bolo, un encargo en este o en aquel teatro, paraliza a una profesión que ni siquiera reacciona cuando se ríen de ella. ¿Dónde está la respuesta de las asociaciones profesionales al atropello de Canal? ¿Es que me van a decir que están de acuerdo? En otro tiempo y por mucho menos habrían puesto a un ejército en la calle, pero la crisis económica, ese nuevo Al Qaeda inventado por el poder para asustar a los pardillos, hace que muchos sigan bailando el minué alrededor del Astro Rey, los rostros privados por completo de expresión porque están cubiertos por una máscara, no sé si de hierro, de miedo, o de vergöenza.