El ocupante del sillón K, por Miguel Mihura
Miguel Mihura, centenario
21 julio, 2005 02:00Dibujo de Grau Santos
El 21 de julio se cumple el centenario del comediógrafo y humorista Miguel Mihura, quien dejó una abundante obra dramática y cinematográfica, además de dirigir la revista de humor de la posguerra "La Codorniz". Elegido para ocupar el sillón K de la Real Academia, Mihura preparaba su discurso de ingreso que nunca llegó a pronunciar, pues falleció poco antes. El Cultural reproduce este documento inédito, al que Julián Torreiro, que tuvo acceso a los archivos personales del autor, alude en su obra Mihura, humor y melancolía (Editorial Algaba). Además, Francisco Umbral escribe sobre su teatro a partir de otro inédito, la comedia El seductor (páginas 6 y 7); el profesor Emilio de Miguel ofrece diez claves para entender su obra; Gustavo Pérez Puig, primer director que estrenó su obra clave Tres sombreros de copa y con la que vuelve el próximo otoño a Madrid, recuerda la amistad que les unía; y de su labor como guionista de cine se ocupa el crítico Eduardo García Merchán.
Soy un escritor que ha vivido mucho en la calle, en las barras de los bares y en los cafés. Pero sin tertulias. A mi aire. A pecho descubierto. Prefiero conocer al pueblo sencillo, a los hombres, a las mujeres de toda condición social y escuchar sus problemas, antes de perder el tiempo charlando con un señor que a lo mejor me suelta una palabra en latín y me habla de humanidades. Siempre he rehuído integrarme en un grupo de escritores, sea cual fuese. Se habla siempre de una literatura de compromiso y el que no se compromete a nada, el hombre libre está considerado como sospechoso o como cobarde. En muchos años de vida literaria no he encontrado una sola camarilla que de cualquier modo fuese gratuita. No. Para entrar en ella hacía falta renunciar a su propia personalidad y a sus convicciones. Por otra parte ante un hombre o una mujer me siento cómodo. Nadie particularmente me es extraño. Pero en cuanto estos hombres y mujeres forma un grupo me entra un miedo tremendo. Detesto los grupos y las camarillas.(...)
Soy un hombre sencillo que solo conoce su oficio. El de creador, el de inventor de personajes, el de humorista. Una palabra importante hace años que ha ido degenerando hasta convertirse en vulgar y al alcance de todas las fortunas. La definición de humorista, que aún no está muy clara, ha ido perdiendo valor y prestigio. Hoy se les llama humoristas a esos cómicos de teatro y salas de fiesta que dicen chistes de actuación y hacen imitaciones. Esto es lo que antes llamábamos caricatos o excéntricos. Yo no tengo nada contra ellos. Admiro a algunos pero se han apropiado de una definición que no les corresponde. El humorismo es otra cosa y trataré de definirlo a lo largo de este discurso en el que he decidido hablar un poco de mí, de mis ideas, de mis experiencias, de mi manera de ser y de pensar. Del humorismo, del teatro, de la inspiración, de la vejez. De todo un poco y sin un orden previamente establecido. Será como un cajón de sastre en el que todo tendrá cabida (...).
Vivimos en un mundo que no se entiende bien, lleno de incongruencias y de cosas absurdas. Y nos hace falta que algún hombre [término ilegible], algún brujo, alguien sin compromiso y que no esté atado a nada nos ponga estas cosas en claro y nos explique que lo sensato es lo incongruente y lo absurdo, y por tanto no hay ningún problema ni ningún motivo de preocupación. Y para este cargo se inventó al humorista. Porque el humorista le ve la trampa a todo y aclara las ideas sobre la vida y sobre los hombres con un visión amplia y profunda de universal alcance. (...) El humor es un postura comprensiva hacia la humanidad. Es estar de vuelta de todo y disculparlo todo y perdonarlo todo. Un resentido, un fanático no puede ser humorista. El humor no es reírse de nadie ni reñir a nadie, sino tener para todos una sonrisa cariñosa de indulgencia, de comprensión y de piedad. No puede haber humorismo sin piedad.
Pero no hay que confundir el humor de hoy con el de hace algunos años. No hay que remontarse a Quevedo, que no ha sido nunca santo de mi devoción (...). Generalmente este gracioso profesional era un hombre retorcido, envidioso y pobre, que durante sus horas de trabajo en alguna oficina del Estado se dedicaba apasionadamente a discurrir infamias, en verso o en prosa, para poner en ridículo a otro señor, un poco menos pobre que él. Esta gracia que ellos llamaban cómico-satírica resultaba pobre y mezquina y no tenía nada que ver ni con la gracia ni con el humor. Porque lo satírico y lo irónico es una válvula de mala educación. Es obra del mal genio, del rencor, de los celos y del resentimiento. Pretende asignarse una misión moralizadora y por eso es impertinente, con impertinencia de viejo gruñón o de convaleciente de la gripe. La mitad de la gente que leía una revista satírica estaba acobardada, inquieta, pálida, esperando que de un momento a otro arremetieran contra sus pensamientos, sus defectos, sus aficiones y miserias y su pobre vida privada. Y la otra mitad esperaba con ansia que este instante llegase y se metieran con los demás para saciar su rencor y sus deseos de venganza. Esta clase de literatura creaba odios y rencores y fomentaba lo esquinado, lo tortuoso, lo turbio. Y sólo cuando algunos escritores honestos echaron a volar su fantasía y se alejaron con indiferencia del mundo que les rodeaba y empezaron a inventar un nuevo mundo alegre, cordial e inverosímil fue cuando se creó un nuevo humor. El de evasión. El del absurdo. El de la ternura. El humorismo que entre bromas y veras va extrayendo del alma de la gente el extracto de bondad, de generosidad, de tolerancia, de capacidad de perdón. Todo ese tesoro que la gente lleva escondido vergonzosamente para que no se note. (...) Así como la gracia es la risa en mangas de camisa, el humor es la risa en traje de etiqueta. (...)
El autor teatral no esta obligado a tener ninguna función determinada dentro de la sociedad. El autor teatral es todo lo contrario que un funcionario. Mi obra no corresponde a ningún compromiso teatral porque yo estoy libre de toda clase de compromisos. Si he elegido esta profesión de comediógrafo -como hubiera podido elegir la de escultor, pintor o músico- es porque en ella puedo expresarme libremente, como todo artista, sin tener que darle cuentas a nadie. La cultura popular es mejor lanzarla desde otras plataformas que no sean ni el teatro ni el cinematógrafo. Estos espectáculos van dirigidos a un público que quiere divertirse o emocionarse. Es cierto que si además de esto se logra un mejoramiento de las facultades intelectuales del espectador el resultado es más brillante. Pero quizá más artificioso. El teatro de tesis, con moraleja, cumplió su función en una determinada época. Volver a ella, aunque con procedimientos distintos, no me parece claro. (...) El teatro de vanguardia no me gusta nada. Es cierto que mi primera obra Tres sombreros de copa era y es de vanguardia pero cuando la escribí yo no lo sabía. Creí siempre que era una obra normal. No me esforcé para que me saliera así. Y de tener algún mérito esta obra ése es el suyo, la espontaneidad. Ahora el teatro de vanguardia se elabora meticulosamente. Se nota que el que lo ha escrito quiere que se vea muy bien que es de vanguardia. Y entonces sale un producto de laboratorio que no tiene el menor interés porque no es auténtico. Todo el teatro, tanto el tradicional como el nuevo, debe escribirse sin ponerle etiquetas de antemano.
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