Una prometedora y hasta cierto punto rompedora propuesta va a tomar cuerpo en el Teatro Campoamor de Oviedo este próximo domingo con la unión de dos óperas tan distintas como Pagliacci de Leoncavallo (1893) y Una tragedia florentina de Zemlinsky (1917), un inusual doblete. La idea en este caso es precisamente la de quebrar el matrimonio habitual entre dos obras veristas (la otra es Cavalleria rusticana, por supuesto) que históricamente vienen formando programa doble en los distintos teatros de ópera del mundo. De esta manera, con el nuevo planteamiento, se enfrentan durante la misma noche dos títulos de estéticas muy diferentes pero que tratan temas muy parecidos o iguales: los celos, el amor, el drama, la farsa del infiel, la muerte… Claro que por lo mismo cabría emparejar cualquiera de ellos con Il trovatore de Verdi, por ejemplo.
En Pagliacci descubrimos una música que destaca por la fuerte sugestión de las melodías cantabiles, entre las más memorables esas del Prólogo que enuncian respectivamente las palabras Un nido di memorie y E voi piuttosto, las cantilenas del dúo Nedda-Silvio y el famoso grito Ridi, pagliaccio. Pero casi más importante y efectiva es la estructura de collage estilístico, aunque también se localiza la inclusión de formas antiguas, como la gavota o el minueto en la comedia del segundo acto. Orselli señala algunas citas de Mendelssohn y Chabrier y también la presencia de algunos recursos de corte wagneriano en la caracterización colorista de Tonio y en las sensuales líneas cromáticas, de ascendencia tristaniana, del final del mencionado dueto Nedda-Silvio.
Una prodigiosa instrumentación, que alumbra el planteamiento expresionista del inconcluso texto de Oscar Wilde sobre el que se basa el libreto del propio compositor, subraya con una delicadeza realmente impresionista la música de la sorprendente Tragedia florentina, de un sabor a veces straussiano pero de un tratamiento igualmente maestro de la materia sinfónico-vocal. Es admirable cómo los temas mostrados en la introducción orquestal de manera crispada y apasionada van a lo largo del único acto de menos de una hora transformándose, hábilmente entremezclados con el declamado, el parlato, el recitativo melódico, hasta el lírico y sorprendente final, tras la muerte del amante cínico, Guido, a manos del marido burlado, Simone. En la conclusión, un inesperado flechazo en el que el amor loco resplandece de improviso entre Simone y su esposa Bianca, la música, de un exquisito cromatismo, se sublima, y alcanza un maravilloso preciosismo: triunfa la melodía esplendorosa. El motivo de la muerte se transfigura para dar vida, como apunta Paolo Petazzi, “a un momento de inmóvil y encantado éxtasis”.
En las partes principales, la soprano Maria Katzarava, de asentada voz lírica, que triunfó en Oviedo con El duque de Alba de Donizetti, será la que encarne tanto a Nedda como a Blanca. Se alternará a lo largo de las cinco representaciones previstas con la gentil Maite Alberola, de instrumento tan satinado. Canio y Guido Bardi estarán en las fornidas voces de Diego Torre y Konstantin Andreiev y Tonio y Simone se lo reparten John Lundgren y Robert Mellon. En el foso, Will Humburg con la Orquesta del Principado. La escena la maneja Guy Joosten, que en su trabajo observa esta frase de Shakespeare: “El mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres somos simplemente actores”. Idea que plasma el escenógrafo Ramón Ivars, levantando una réplica del propio Campoamor.