John Daszak (Pier Francesco Orsini) y Milijana Nikolic (Pantasilea) en Bomarzo. Foto: Javier del Real

Bomarzo, la ópera de Mujica Láinez y Ginastera, sonará en el Teatro Real (24 de abril). La ‘gran ópera latinoamericana' llega con David Afkham en el foso y con Pierre Audi en la dirección escénica. La Residencia de Estudiantes, la Biblioteca Nacional, la Escuela de Música Reina Sofía y la Fundación Juan March se unen al acontecimiento celebrando un programa paralelo.

50 años justos después de su estreno en Washington, llega al Teatro Real Bomarzo, la gran ópera del compositor argentino Alberto Ginastera. La gran ópera latinoamericana, podríamos añadir. Es una nueva producción con Pierre Audi como director de escena, David Afkham como director musical y John Daszak, Hilary Summers, Thomas Oliemans, Nicola Beller Carbone y Milijana Nikolic en los papeles principales. Que se haya representado poco y que hasta ahora no se haya estrenado en España es una anomalía difícil de explicar. No será, desde luego, por falta de atractivos musicales, teatrales, literarios e incluso propiamente operísticos, que a Bomarzo le sobran. Su asunto es el de la novela de igual título del también argentino Manuel Mujica Láinez, autor a su vez del libreto. La cuestión en Bomarzo, novela y ópera, no es, aunque lo parezca, el juego de la inmortalidad, con su pacto con el demonio y su brebaje mágico, sino el juego de las identidades. La pregunta no es si ha muerto o si vive aún, sino quién es el duque Pier Francesco Orsini, que había nacido en 1523 y que construyó en Bomarzo, cerca de Roma, un "Sacro Bosco", un jardín más monstruoso que sagrado, sembrado de inquietantes esculturas en piedra: un elefante, una tortuga, un dragón con perros, unas esfinges, un Jano bifronte, una casa inclinada, una enorme ninfa de piernas abiertas, una ominosa "Boca del infierno" y así hasta casi la treintena.



Un caso de inmortalidad

Su historia la cuenta en primera persona, cuatrocientos años después, el propio Orsini, o sea, Mujica. Es un caso de inmortalidad por reencarnación o, más bien, por identificación. Mujica absorbe a su personaje y le da vida: "Mi duque tenía que ser inmortal, porque era yo". A un periodista que le preguntaba por la vida de Pier Francesco Orsini le interrumpió apostillando: "Mi vida anterior". Y cuando visitó por primera vez las esculturas renacentistas de Bomarzo, en 1958, cuenta que tuvo "la desazonante impresión de que regresaba a casa, después de años, acaso siglos" y se puso inmediatamente a escribir la novela, haciendo que cada escultura fuera la representación simbólica de un momento de la vida de Pier Francisco Orsini y todas ellas en conjunto constituyeran una biografía fantástica de su creador, un poco a la manera de las catequesis pétreas del maestro Mateo.



"Yo soy bomarzo"

Unas veces, Mujica es Orsini por semejanza: Mujica se quemó con agua hirviendo casi todo el cuerpo a los cinco años y el Duque fue, desde pequeño, contrahecho y jorobado. "Me llevaba a mí mismo sobre los hombros, como una piedra pesada", se le oye cantar. Otras veces, el uno es el otro por oposición: a Orsini la deformidad le hizo blanco de la crueldad de su padre y sus hermanos, mientras que, a Mujica, la enfermedad le ganó la atención incesante de 6 mujeres, madre, abuela y cuatro tías, que lo mimaron concienzudamente. La cuestión de la identidad va más allá y acaba pasando de las personas a los sitios: Mujica es Orsini, pero Orsini es a su vez su jardín. "El personaje es el lugar", dice el escritor. "Yo soy Bomarzo", canta el Duque en la ópera. En el juego de las indentidades la precisión es importante. Mujica Láinez pronunciaba sus apellidos exactamente así, con acento prosódico en la i de Mujica y en la a de Láinez. No podía soportar el sonido esdrújulo de "Mújica" ni el hiato de "Laínez". Además, prefería que sus apellidos se imprimieran sin tildes. Solía contar que, un día, el viejo Américo Castro le dijo: "¡Usted está todo mal acentuado!, ¡usted es Mújica Laínez!". Y él: "¡No!, ¡qué horror!, ¡qué mal suena eso!"



En un flash-back de cuatro siglos, la novela Bomarzo cuenta la historia de Pier Francesco Orsini, hijo segundón y deforme de los Duques de Bomarzo, sus humillaciones a causa de la homosexualidad, sus fracasos con las mujeres, sus maniobras criminales para conseguir el ducado -con su astrólogo orgánico augurándole dichas, a la manera de las brujas de Macbeth-, su participación como condotiero en las guerras italianas, la ideación y construcción de la colección de monstruos en piedra, su obsesión por la astrología, la alquimia y la nigromancia, su pacto fáustico de inmortalidad, el fracaso último de este plan en el último minuto por un baile de filtros -¿el de la vida?, ¿el de la muerte?-, como cuando Isolda se equivoca de frasco al ir a envenenar a Tristán y la cuestión final de si muere o no muere.



Escena de Bomarzo en el Teatro Real. Foto: Javier del Real

Bomarzo fue un exitazo editorial desde su aparición en 1962. Ganó el Premio Nacional de Literatura y, dos años después, el Premio John Kennedy conjuntamente con Rayuela, que acababa de publicarse. Cuenta Mujica que Julio Cortázar le propuso entonces hacer una edición conjunta de ambas moles -cerca de mil páginas cada una- con el título de Boyuela y Ramarzo. La novela llamó la antención de Alberto Ginastera, el compositor más prestigioso entonces de Argentina y, seguramente, fallecido tres años antes Heitor Villa-Lobos, de toda Latinoamérica. A los dos años de publicada la novela, el 1 de noviembre de 1964, se estrenó en la Biblioteca del Congreso de Washington la Cantata Bomarzo, con texto de Mujica en verso y en prosa y música de Ginastera. Estaba escrita para recitador, barítono, y orquesta de cámara. Había sido un encargo de la fundación Elizabeth Sprague Coolidge.



De cantata a ópera

Poco antes, en julio de ese mismo año, el Teatro Colón de Buenos Aires había estrenado la primera ópera de Ginastera: Don Rodrigo, con libreto de Alejandro Casona sobre el último rey visigodo. Una de las representaciones fue presenciada por Hobart Spalding, presidente de la Opera Society de Washington, quien encargó al compositor una nueva ópera para celebrar el décimo aniversario de la Sociedad. Ginastera decidió ampliar a ópera la cantata, porque veía en Bomarzo posibilidades teatrales. Se estrenó el 19 de mayo de 1967 en el Lisner Auditorium de Washington, con el tenor mexicano Salvador Novoa y la soprano española Isabel Penagos. Dirigió la música Julius Rudel y, la escena, Tito Capobianco. Esos mismos intérpretes hicieron una esplendida grabación para el sello CBS.



El estreno fue muy bien recibido. El Teatro Colón tenía programada la ópera para ese mismo año, pero el general Onganía, que acababa de hacerse con la Presidencia de la República Argentina mediante un golpe de Estado, decidió prohibir las representaciones para asegurar "el resguardo de la moralidad pública". Fue su manera de pasar a la historia, concretamente a la de la idiotez. El Colón estrenó finalmente Bomarzo en 1972 y la ha repuesto casi una vez cada década. Fuera de Argentina, la ópera no ha viajado mucho. En los años setenta se puso en Kiel, en Londres y en Munich y en 2007 tuvo su versión cinematográfica.



Pocos títulos de su tiempo tienen la potencia operística de Bomarzo, sobre todo en el primer acto. El tratamiento de la voz es a la vez novedoso y clásico y da lugar a unos roles muy lucidos, como el de Pier Francesco Orsini, tenor, cruce de Wozzeck con Rigoletto, y las tres mujeres: la bella Julia Farnese, soprano, la sensualísima Pantasilea, mezzo, y la sólida inensa Diana Orsini, también mezzo, abuela y principal valedora de Pier Francesco. Tienen mucho interés vocal y teatral, además, cuatro personajes masculinos secundarios: el astrólogo Silvio de Narni y los dos hermanos, Girolamo y Maerbale, todos ellos barítonos, y el padre, bajo. Ginastera emplea todas las gradaciones que van desde el canto plenamente impostado hasta el hablado y consigue hacer sonar todas ellas con naturalidad y versimilitud. El castellano elegante, refinado y sobrio de Mujica Láinez está puesto en música con mimo y con maestría: el cantante tiene todo a su favor para que el texto se entienda y se pueda frasear con sentido.



La música de Bomarzo es casi siempre atonal, pero está liberada de las fórmulas seriales y está tratada con eficacia dramática. Suena de vez en cuando el "acorde sublime", como lo llamaba el propio Ginastera, que es el formado por las seis cuerdas de la guitarra tocadas al aire. Suenan también los procedimientos que estaban más en uso en aquellos años, pero lo que más abunda es una escritura libre, fluida y puesta al servicio de a la expresividad lírica, el progreso de la narración y la solidez teatral. Igual que la novela y el libreto, la música de Ginastera realiza un cruce de siglos. La orquesta de tamaño Mozart, se acerca por una parte a la modernidad poblándose de instrumentos de precusión, y por otra a la sonoridad antigua añadiendo clave, laúd y viola de amor. También las formas musicales saltan de época a época: la estructura parece calcada del Wozzeck de Berg, con quince escenas breves, nítidamente separadas por interludios, pero se oyen formas de siglos anteriores, como la villanela, el madrigal, la gallarda y un saltarello que, en su afán de saltar, llega hasta la pampa y se vuelve casi malambo.



No se entiende por qué Bomarzo no se pone más veces. Como si sobraran las obras maestras de la ópera en lengua española.







@GuibertAlvaro

El boom de una novela

Lo tiene uno fácil si quiere reconciliarse con las novelas históricas, género que con Bomarzo alcanzó una de sus más altas cimas del siglo XX. La ficción de Mujica Láinez le madrugó al boom apenas un lustro (si tomamos como referencia Cien años de soledad), pero se integró en él perfectamente, aunque como una rara avis: tomaba un género muy transitado y, dándole la vuelta, entre fascinantes equívocos, terminó escribiendo una obra canónica. Fernando Vallejo dijo, tras leerla, que estábamos ante un "maestro de la lengua castellana"; Borges lo admiró (llegó a dedicarle un poema: "Tuvimos una patria y la perdimos") y Bolaño, más puñetero, dijo que Mujica Láinez era un autor menor, aunque añadió a renglón seguido: ¡Pero qué gran autor menor!". La fabulosa (y real) locura de Orsini, por cierto, atrae cada año a miles de visitantes a la villa de Bomarzo, entre cuyos dueños estuvieron, entre otras majestades, los Poniatowski y los Borghese.