María José Montiel en la piel de María Moliner (dcha.) y José Julián Frontal como Fernando Ramón y Ferrando. Foto: Domingo Fernández.
Su inmensa labor filológica y su pugna contra la España machista de su época suben a la escena del Teatro de la Zarzuela este miércoles. Azorín ejerce como regista en una ópera firmada por Parera Fons y Lucia Vilanova.
Desde luego, el tema, tan esquinado y con tantas implicaciones, se las trae y hacía falta un oficio musical como el que ha revelado hasta aquí el conspicuo creador, entre otras obras, de las magníficas canciones sobre textos de Emily Dickinson. Su lenguaje, ecléctico, no cerrado a ningún procedimiento, cambiante, poblado siempre de ricos claroscuros, que sabe combinar sin problemas ni timideces lo atonal con lo abiertamente diatónico y consonante, provisto desde antiguo de ricas y variadas armonías y dotado de un colorido tornasolado, en el que el matiz pictórico es en todo momento fundamental, puede ir bien a esta atrevida propuesta.
La voz en las obras de este autor siempre es tratada con mimo, buscando, a partir de un fluido arioso y de un bien dibujado recitativo dramático, la expresividad de las palabras y sus implicaciones fonéticas, y recorre una amplísima gama de matices y de alturas, lo que conviene a una trama que tiene mucho de psicológica y que estudia el deterioro progresivo de un cerebro. Los pentagramas atienden tanto al realismo de una acción dividida en dos actos, con cinco escenas cada uno, como al simbolismo en el que se ve envuelta la peripecia, dotada de múltiples lecturas desde la puramente humana y biográfica a la social y claramente política, muy nítidamente evidenciada en el texto. Hay que tener en cuenta que María Moliner fue un elemento incómodo para un régimen como el de Franco portador de un machismo carpetovetónico.
Hay una continua interacción entre Moliner y las palabras que siempre la rodearon y que se instalan en su ser y en su vida hasta la misma muerte. Silencio es la que se repite en los instantes postreros. La música potencia esa dimensión de manera obsesiva y resalta los diversos estados de ánimo. Todo ello ha debido valorarlo Azorín, hombre inteligente e imaginativo, de carrera en continuo ascenso, que dará forma teatral, sobre su propia escenografía, a la ópera que, según sus palabras, "está pensada, compuesta y escrita para la gente de hoy". La dominadora y humanista batuta de Víctor Pablo Pérez acogerá a un equipo vocal en el que destaca la presencia de María José Montiel, muy querida en la casa. Mezzo lírica de ricos reflejos, de timbre sedoso, dotado, sin embargo, de densidad. Artista entregada, tiene ante sí un magnífico reto. Su personaje es omnipresente: sólo está ausente en la burlesca escena de la Real Academia.
El resto del reparto tiene altura. La sólida Cristina Faus, mezzo asimismo lírica, sustituye a la titular el día 19. La parte del marido de la protagonista será servida por el barítono José Julián Frontal, la de la Inspectora del SEU por Sandra Ferrández, que encarna igualmente a la académica Carmen Conde. Otras féminas importantes (Pardo Bazán, Guzmán y de la Cerda y Gómez de Avellaneda) son incorporadas por Celia Alcedo, María José Suárez y Lola Casariego. El veterano barítono Joan Pons colabora como Sillón B de la Academia. En el resto de personajes, algunos simbólicos, figuran cantantes de casa de ya probada valía en algún caso.