El Vallé Inclán de Madrid estrena hoy Münchhausen, obra que descubre a una autora de vocación tardía, Lucía Vilanova, como una singular voz en el panorama teatral. En esta pieza retrata a una familia infeliz vista a través de los ojos de un niño.

Lucía Vilanova (Oviedo, 1961) es una joven dramaturga que ronda los cincuenta. Y lo es porque hace poco más de un lustro que se estrenó en este oficio. "Llevaba quince años trabajando como actriz. Hacía doblaje, teatro, zarzuela y algo de televisión, pero no fue hasta que llegué a la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid (Resad), en 2002, cuando empecé a escribir. Fue todo un descubrimiento, también descubrí que me gustaba muchísimo estudiar", explica. Desde entonces, ha escrito media docena de textos y varias adaptaciones teatrales, entre los que destaca Torvaldo furioso, que representó la pasada temporada en La Abadía. También este Münchhausen que estrena hoy en el Centro Dramático Nacional (CDN), después de haber sido seleccionado por el Comité de Lectura y haber ganado el Premio de la Asociación para la Infancia y la Juventud (Assitej) en 2007. El texto fue su trabajo fin de carrera en la Resad, en 2006.



Ni barón ni enfermedad.

En contra de lo que pueda parecer, este texto no es una adaptación escénica de Las aventuras del barón Münchhausen: "Hay referencias, pero en realidad Nick, el niño protagonista, sería más bien un anti-barón, en el sentido de que no es intrépido y sabe muy bien lo que es tener miedo. En un principio yo quería hablar de enfermedad, y de ahí me surgió la familia como enfermedad. A mí siempre me han fascinado las obras de teatro que tienen como protagonista un entorno familiar. Todos tenemos familias y, de un modo u otro, nos identificamos. Además, las vivencias de la infancia te determinan. Yo me propuse retratar a una familia infeliz vista a través de los ojos de un niño". Así pues el título de la obra no se refiere a la novela de Raspe, sino "al síndrome de Münchhausen", enfermedad de las consideradas psiquiátricas, que toma su nombre del auténtico barón y que los investigadores la definen más como "una forma de ser" que como una patología.



A Lucía le ha salido una obra singular. Tanto su temática como su estructura guardan poco en común con las que hoy se estilan. El texto arranca con Nick siendo bebé y termina el día que cumple siete años. Está estructurada como un drama en el cual el niño va pasando por diversos escenarios: las distintas habitaciones de su casa. La autora, además, se permite un collage de géneros: el thriller, el cuento, el drama psicológico o procedimientos como el metateatro que resultan adecuados para mostrar la subjetividad de Nick. "He trabajado un lenguaje en el que los personajes se expresan de un modo que trasciende lo cotidiano, ya que en la obra se habla de evocaciones, sentimientos y miedos sin resolver. Y he creado un espacio que sugiere los laberintos vitales de la familia. Una casa familiar que Salvador Bolta, el director, ha transformado en personaje fundamental de la obra".



Este notable texto es, sin embargo, un gran desafío para el director. De especial importancia es decidir quién va a hacer el papel de Nick. "Propuse que fuera interpretado por un muñeco, o cualquier otro recurso tecnológico, porque un niño de carne y hueso tendría que representar diversas edades". Salvador Bolta, sin embargo, optó por seleccionar a dos actores jóvenes (David Castillo y Samuel Viyuela). Carmen Conesa (en el papel de la madre), Adolfo Fernández (el padre), Teresa Lozano (la abuela), Macarena Sanz (la hermana) e Ileana Wilson (la criada) forman el reparto.



Vilanova asume las palabras de Hamlet cuando defiende que el teatro debe ser espejo de la realidad. Sabe que para que así sea, para que el teatro se mantenga vivo, "la forma de escribir tiene que seguir cambiando, como lo ha ido haciendo a lo largo de la historia. Ahora estamos en el paradigma del teatro posdramático, un teatro total en donde el texto es un elemento más". Ella, sin embargo, se aplica intentando que "forma y contenido estén adecuados" y, sobre todo, en la creación de personajes muy definidos: "Ahí se nota mucho mi faceta de actriz. Me vuelco mucho con los personajes. Tengo la sensación de que es en ellos, en lo que dicen y en lo que callan, en lo que desean... donde está la clave de una buena obra. Además, los buenos personajes crean ambientes". Como ya ha dicho, su labor como intérprete le está siendo muy útil en su nuevo oficio: "Cuando escribo me lo imagino todo muy bien, imagino a los actores diciéndolo, hago las interpretaciones y las situaciones en mi cabeza y me preocupo mucho de que lo que escribo les resulte natural decirlo".



Beca, residencia, concurso.

Sabe de sobra que hacerse notar en la escena actual es difícil porque "ni los empresarios de teatro, ni los productores, ni los directores ni los actores con nombre apuestan por un autor desconocido. Nos queda esperar la lotería de que te concedan una beca, una residencia artística, mandar obras a concurso y poco más. Luego, puedes buscarte la vida con compañeros afines. Torvaldo furioso fue una producción hecha con pocos medios, pero con mucha creatividad por parte de los implicados", añade.



Su estreno en el CDN ha sido un regalo, que asume con mucha responsabilidad. No siente afinidad a ninguna generación: "Aunque no por años, yo soy una joven dramaturga puesto que empecé a escribir hace poco. Me identifico con los que fueron mis compañeros de escuela. Algunos ya son amigos". Piensa en Paco Bezerra (Premio Nacional de Literatura Dramática), Joan Espasa, José M. Mora, Zo Brivinger...