Paul McCartney hace saltar chispas en Madrid en una cita memorable con la historia del pop
- El ex-Beatle demuestra su buen estado de forma a sus 82 años en un concierto de dos horas y media con algunas de las canciones más celebradas de las últimas seis décadas.
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Al principio de su concierto hizo varias veces el gesto universalmente reconocido de chuparse dos dedos y tocar un imaginario cable pelado que provoca un calambrazo. Paul McCartney (Liverpool, 1942) anunciaba así lo que pretendía provocar anoche en el primero de sus dos conciertos consecutivos en el Wizink Center de Madrid: que saltaran las chispas entre él, su formidable banda y las 15.600 personas que abarrotaban el recinto.
Y vaya si lo logró. Chispeante es el adjetivo perfecto para describir la actitud del ex-Beatle, al que se le nota disfrutar encima del escenario. A sus 82 años, podría ser la última vez que lo veamos actuar en nuestro país, pero su admirable estado de forma parecía desmentir esa hipótesis. Con menos fuelle en los pulmones y algunas dificultades para emitir las notas más agudas, su carisma, su habilidad como instrumentista y su estatus de leyenda lo compensan con creces.
En dos horas y media de concierto, el zurdo más famoso de la historia del pop no paró de moverse por el escenario, de cambiar de instrumentos (bajo, guitarra, piano, mandolina, ukelele…), de saludar e interactuar con el público de todos los flancos, de practicar su español para introducir casi todas las canciones y, por supuesto, de interpretar uno de los repertorios más legendarios que hoy pueden verse encima de un escenario, tres docenas de canciones entre las que se encuentran algunas de las más escuchadas, cantadas y queridas en todo el planeta desde hace más de medio siglo.
A nadie se le escapa que lo de este lunes en el Wizink Center (que se repetirá el martes) era una cita histórica y con la historia. Paul McCartney, que formó junto a John Lennon la dupla de compositores más importantes de la música popular, comparecía ocho años después de su último concierto en la capital (en el Vicente Calderón en 2016) y casi 60 años después de su primer concierto en España con The Beatles (el 2 y 3 de julio de 1965, en las plazas de toros de Madrid y Barcelona).
En aquella primera visita del cuarteto de Liverpool a nuestro país, el coliseo colchonero aún estaba en construcción —se inauguraría un año después— y ahora ya no existe. Caen los estadios, pero sir Paul McCartney sigue en pie y con cuerda para rato.
Hacia las 21:15 h, McCartney apareció en el escenario con su icónico bajo Höfner con forma de violín y recibió una inmensa ovación. Recreándose en ella y tomándose su tiempo para saludar con el brazo a todos los sectores del público, inició el recital sin mediar palabra con el cañonazo de 1964 Can't Buy Me Love, una canción que llegó al número 1 en un momento en el que las otras cuatro canciones del top 5 también eran de los Beatles. Algo que nos da la medida de ante quién nos encontrábamos esta noche en el Wizink.
Junior's Farm, de Wings, fue la segunda canción de la noche, y de hecho durante el concierto se fueron intercalando algunas de las canciones más emblemáticas de los Beatles con las de la banda que McCartney formó justo después de la disolución de los Beatles junto a su primera mujer, Linda, el baterista Denny Seiwell y el guitarrista Denny Laine.
El público en el bolsillo
"Hola, España. Estoy muy contento de estar aquí de nuevo", dijo en nuestro idioma McCartney antes de acometer ese blues lento y desgarrador titulado Letting Go. "Esta noche voy a tratar de hablar un pelín de español", y no fue un pelín, sino buena parte de todas sus interacciones con el público, que fueron constantes.
El caballero británico (nombrado sir por Isabel II en 1997) estuvo magníficamente arropado, instrumental y vocalmente, por los guitarristas Rusty Anderson y Brian Ray, el baterista Abe Laboriel, Jr., el teclista Paul Wickens y el trío de saxo, trompeta y trombón Hot City Horns, que aparecieron allá en lo alto, en una de las gradas superiores, antes de ocupar su sitio en un extremo del escenario.
You Can Drive My Car, otro de los grandes éxitos de los Beatles, fue la primera canción que puso al público a tono, con todo el estadio coreando el estribillo. "Tengo la sensación de que vamos a pasarlo bien esta noche", dijo el músico al percatarse de la buena disposición de los asistentes.
Siguieron Got to Get You Into My Life y, tras ella, Come On To Me, la mejor de sus canciones recientes, del disco Egypt Station (2018). Se quitó entonces la chaqueta, desatando unos vítores que le hicieron sonreír con cierta timidez, como si no fuera la misma persona que hace seis décadas provocaba alaridos y desmayos a su paso.
Cambió el bajo por la guitarra para interpretar Let Me Roll It, que culminó haciéndola gemir con un solo de tributo a Foxy Lady de Jimi Hendrix. Después de Getting Better, una canción optimista ilustrada con imágenes de Londres y Nueva York devastadas por un apocalipsis en cuyos escombros brotan las flores, McCartney se sentó al piano de cola para interpretar Let'Em In.
Después fue el turno de My Valentine. "Escribí esta canción para mi hermosa esposa, Nancy. Ella está aquí con nosotros esta noche", dijo en español y buscó a su amada entre el público, dedicándole el símbolo del corazón con ambas manos. Eric Clapton tocaba la guitarra acústica en la grabación original, Johnny Depp lo hacía en el vídeo proyectado en la pantalla (donde también aparecía Natalie Portman) y en la vida real, es decir, en el concierto, lo hizo Rusty Anderson, con mucha clase.
Al bajarse del piano de cola, el público se arrancó con ese "oé, oé, oé, oé" tan trillado y tan español, al que sir Paul respondió pillando el tono al vuelo con la guitarra y tocando el acompañamiento, sumando a toda la banda. El público lo agradeció coreando la siguiente canción, I've Just Seen a Face.
A continuación sonó el blues In Spite of All the Danger, "la primera canción que grabamos los Beatles", anunció McCartney. En realidad en aquella época (1958) el grupo aún se llamaba The Quarrymen, y se grabó en plena fiebre del skiffle, el género afroamericano de los años 20 que causó furor en el Reino Unido de los años 50.
"Después fuimos a Londres y fuimos a Abbey Road, con el gran George Martin", continuaba en español el ex-Beatle para presentar Love Me Do, la canción que hizo que el estadio se viniera abajo. Mención especial para Wickens y su ejecución de una de las melodías de armónica más famosas de la historia.
La banda se reunió en la parte frontal del escenario y bajaron dos pantallas a modo de telón donde se proyectaba una cabaña de madera, dando paso a la parte más folkie del concierto, con Dance Tonight (McCartney a la mandolina y Wickens al acordeón).
La cosa se puso aún más íntima con el protagonista de la noche solo ante el público, guitarra acústica en mano, para tocar la preciosa Blackbird mientras McCartney ascendía lentamente a bordo de una plataforma. Este himno a la libertad, seguido de Here Today, canción dedicada a su añorado amigo John Lennon ("mi amigo Juan", dijo) generó uno de los momentos más emotivos y ovacionados de la noche.
Inteligencia artificial y pirotecnia
Lo siguiente fue Now And Then, la canción inédita de los Beatles lanzada en 2023 a partir de unas viejas grabaciones en las que la voz de Lennon fue limpiada usando inteligencia artificial. Una tecnología que también estaba presente en la pantalla, con imágenes actuales de McCartney y Ringo Starr tocando en la misma habitación con unos jóvenes George Harrison y Lennon.
McCartney seguía sin mostrar signo alguno de cansancio en el tramo final, en el que sonaron Lady Madonna, el cañonazo rock Jet, Something (dedicada a Harrison), la célebre Ob-La-Di, Ob-La-Da, Band On The Run y Get Back, que protagonizó el momento más roquero de la noche (con permiso del repertorio de Wings). Justo después, un mar de luciérnagas digitales se balancearon al compás de la inmortal Let It Be, con McCartney de nuevo sentado al piano.
Se acercaba el final, y el de Liverpool se guardaba un as en la manga: apoteosis de pirotecnia en Live and Let Die, con explosiones ensordecedoras, llamaradas cruzadas y fuegos artificiales en miniatura que ascendían y explotaban cerca del techo. Lo más espectacular en materia de pirotecnia que este cronista ha presenciado en un recinto cubierto.
La reacción del público fue otro "oé, oé, oé", que fue correspondido esta vez desde el piano, antes de que sonara el himno Hey Jude y el estadio se entregara por completo para entonar a voz en grito los "na, na, na" de su eufórico estribillo.
Ya quedaba solo la ronda de bises, todos ellos del repertorio de los Beatles. I've Got a Feeling, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y una apabullante Helter Skelter (la canción que preludió el heavy metal) dieron paso a un discurso en el que McCartney (esta vez en inglés) dio las gracias a todo el equipo técnico, a la banda y al público. Golden Slumbers, Carry That Weight y The End cerraron un viaje memorable por la historia de la música de los últimos 60 años.
Paul se despidió de la mejor forma posible: con un "hasta la próxima" que promete regalarnos alguna ocasión más para ver a una de las últimas leyendas vivas de la edad dorada del pop.