La tercera jornada del festival madrileño Mad Cool, con sus 70.000 espectadores según la organización, fue el mejor ejemplo de macrofestival al borde del colapso. Oficialmente solo fueron 3.000 personas más que la jornada anterior, pero por algún motivo el recinto se sentía el doble de masificado que el día anterior. Previendo la aglomeración, una familia entera decidió disfrazarse de Wally, el personaje de los libros ilustrados que siempre se pierde entre la marabunta.
Esto se notó sobre todo en la entrada a los aseos. La decisión de agruparlos todos en una única isleta central, a la que se accedía por un único pasillo, provocó atascos claustrofóbicos en forma de embudo cada vez que terminaba un concierto de los escenarios principales, aunque una vez dentro hubiera bastantes urinarios disponibles. Además, cada día la entrada a los aseos se gestionó de manera diferente, y el agobio era más que notable en las caras de los guardias de seguridad, que formaban cadenas humanas para impedir que los asistentes entrasen por el pasillo que habían habilitado como salida. El bochornoso resultado: decenas de hombres orinando en las vallas que rodeaban los aseos, algo que, en realidad, habla peor del público que de la organización.
Sin duda el festival deberá repensar la ubicación de los aseos para la próxima edición, que se celebrará en el mismo lugar, ya que la empresa que organiza el festival es copropietaria del nuevo recinto ubicado en Villaverde. La masificación también se notó en las barras para pedir bebida y en los puestos de comida en hora punta, o sea, entre los conciertos principales.
Lamentablemente, el festival también falló en la sonorización del escenario principal, lo que deslució el concierto de los cabezas de cartel de la última jornada, Red Hot Chili Peppers. Era el concierto más esperado, a juzgar por los cientos de camisetas con el logotipo de la banda californiana que se veían pululando por el recinto desde primera hora, en algunos casos familias enteras. Anthony Kiedis, Flea, Chad Smith y el reincorporado guitarrista John Frusciante congregaron a la inmensa mayoría del público, que llegaba hasta las barras de bebida ubicadas a unos 300 metros del escenario. En las últimas filas el sonido llegaba a muy bajo volumen, que fluctuaba según soplara el viento. Se oyeron muchas quejas por este motivo por parte de aficionados ataviados con la camiseta de la banda y una gran decepción en el rostro. La organización debería haber colocado por lo menos el doble de altavoces en la zona trasera para evitar este problema, más aun sabiendo la gran afluencia de público que habría en este concierto. Quizá fue una decisión deliberada para minimizar las molestias a los vecinos de Villaverde, que se han mostrado muy combativos contra el festival.
Por lo demás, el concierto de Red Hot Chili Peppers estuvo bien, pero no fue sobresaliente. La banda sació la nostalgia del respetable interpretando bastantes canciones de sus discos más exitosos, Californication (1999) y By the Way (2002), que fueron las más celebradas. También tocaron algunas de sus discos posteriores, con un recibimiento más tibio, y las de sus primeros y más rompedores álbumes quedaron fuera del setlist, salvo los dos bises, “I Could Have Lied” y “Give It Away”, que nunca puede faltar en un concierto de los Red Hot.
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Antes de ellos había actuado en el escenario principal el díscolo Liam Gallagher, que tuvo la osadía de hacer que sonara justo antes de salir al escenario el “campeones, oe, oe, oe” por la victoria del Manchester City de sus amores en la Champions League. Una provocación para el público local (el Real Madrid fue eliminado por ese equipo en las semifinales), y un guiño al 40 % de asistentes británicos. El menor de los hermanos fundadores de Oasis —cuya reconciliación se rumorea desde hace meses después de haber pasado años a la gresca— salió al escenario ataviado con una holgada sudadera negra con capucha, gafas de sol y su clásico peinado mod. Tras él, una pancarta en la que se leía “rock ‘n’ roll”, para reivindicar su lado más roquero y menos pop. Más de la mitad de canciones que interpretó eran de Oasis, incluyendo la traca final, compuesta por “Cigarettes & Alcohol”, “Wonderwall” (probablemente la canción más desgastada de la historia del pop por culpa de guitarristas principiantes en reuniones de amigos) y “Champagne Supernova”.
A la misma hora, en otro escenario, Kurt Vile daba las gracias al público minoritario que había preferido asistir a su concierto. El guitarrista, cantante y compositor de Pennsylvania puso una banda sonora de folk rock perfecta para despedir la tarde mientras el sol se ponía, lanzando destellos entre bambalinas. La proporción de público local fue mayor en su caso que en el de Liam Gallagher, que fue el gran reclamo para sus compatriotas.
Con su actitud sobria, incluso tímida, con el rostro escondido entre su larga melena ondulada, Vile, junto a su banda The Violators, exhibió sus dotes como guitarrista, gran letrista y casi más rapsoda que cantante. Interpretaron de manera solvente canciones como “Wakin On A Pretty Day” y “Bassackwards”, aunque su canción más conocida, “Pretty Pimpin”, la interpretó de manera lánguida, con la letra entrecortada, como si estuviera cansado de tocarla hasta la saciedad.
El sábado fue también el turno de M.I.A., que llenó el hueco de la cancelación de Janelle Monáe. Fue un concierto poco acorde a su condición de estrella. Mucha base enlatada (no había un solo músico ni instrumento en el escenario y ella cantaba por encima del playback, ya que cuando se alejaba el micrófono su voz seguía sonando, aunque a menor volumen), un exiguo grupo de tres bailarinas, ninguna escenografía, salvo algunas proyecciones en la pantalla, y poco más.
Por su parte, Morgan demostró que merecía un escenario mayor que el que tuvo. La banda liderada por Nina de Juan al piano y la voz demostró la calidad de su directo y de su repertorio (la mitad en inglés y la otra mitad en español) ante un público que abarrotaba la carpa Ouigo e incluso sus alrededores. El momento más emotivo llegó con la balada “Sargento de Hierro”, que desató una inmensa ovación.
Tras el fiasco de Red Hot Chili Peppers, la contundencia electrónica y casi metalera de The Prodigy y la elegancia bailable de Jamie XX, que optó por un set muy cercano al house con ramalazos techno, salvaron la noche.
Tras la muerte de Keith Flint, Maxim Reality tomó las riendas vocales de The Prodigy, y fue una satisfacción comprobar que merece el puesto. El concierto comenzó muy arriba y no bajó de intensidad en ningún momento, con cañonazos como “Breathe”, “Omen” y “Firestarter”, nada más empezar. En esta última, la inconfundible silueta de Flint, con su peinado alado, se dibujó en verde sobre la pantalla. Fue el homenaje de la banda a su añorado compañero.
En el escenario Region of Madrid, Jamie XX desplegó su concepción diametralmente opuesta de la electrónica, pero igualmente eufórica. Incluyó guiños al público con un tema en el que podía escucharse una melodía de guitarra flamenca, y pinchando “Ritmo de la noche” de Mystic. Con una gran bola de espejos declaró sus intenciones de convertir su sesión en una fiesta house, llenando el vacío que dejó la cancelación de The Blessed Madonna el día anterior (que fue sustituida por Romy, compañera de Jamie en The XX) y remató con la épica “Gosh”, haciendo olvidar al público las penurias pasadas durante toda la noche.