Joan Manuel Serrat Teresa abandona los escenarios. La despedida tiene lugar esta misma noche en el Palau Sant Jordi de Barcelona, la ciudad en la que nació un 27 de diciembre de 1943. En solo cuatro días habrán pasado 79 años. Se nos antoja imposible hablar del compositor e intérprete sin decir que su obra apuntala la memoria sentimental de tres generaciones, que sus canciones constituyen la banda sonora de las últimas seis décadas en nuestro país. Que es un clásico vivo, una leyenda.
Creció en pleno franquismo —suyo es el retrato de aquel universo en la inolvidable “Pueblo blanco”, canción inspirada en Mojácar (Almería)— y fue testigo directo, exilio mediante, del paso de la dictadura a la democracia. El entusiasmo de la Transición se refleja en los discos 1978 (1978), Tal com raja (1980), En tránsito (1981) y Cada loco con su tema (1983), aunque el corpus de su obra es una panorámica social de la segunda mitad del siglo XX y consigna las transformaciones de los primeros años del XXI.
A sus 80, casi, Serrat conserva la imagen pública impoluta del chico de barrio comprometido con las causas justas. Por si fuera poco, la dimensión social de su figura se infiltra en una discografía de más de cuarenta álbumes que contienen más de trescientas canciones. Elegante, educado y discreto, aunque valiente, su personalidad conquista los corazones cálidos. Versos como “en la piel tengo el sabor / amargo del llanto eterno” (Mediterráneo, 1971) son un disparo a su centro de gravedad. Sonrisa limpia, humor sin aspavientos... Muy pocos pensarán que no es buen tipo.
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Serrat se definió con toda honestidad en “Cada loco con su tema”, la canción que se incluye en el disco homónimo, el más confesional. “Sinceramente tuyo”, el título de uno de los cortes, se suma a composiciones como “Algo personal”, su lado más sarcástico y reivindicativo, o “De vez en cuando la vida”, un reconciliatorio canto a lo esencial desde la más honda ternura. En fin, “soy partidario / de las voces de la calle / más que del diccionario, / me privan más los barrios / que el centro de la ciudad / y los artesanos más que la factoría”, escribió Serrat. Y matizó al final del estribillo: “Antes que nada soy / partidario de vivir”.
Estos versos dan cuenta de su filantropía y de su actitud solidaria hacia los desheredados, con una mano siempre tendida al medio ambiente y al animalismo. Puesto que entendemos que su carácter es consustancial a su obra, analizaremos su trayectoria artística a través de las constantes principales. Como ocurre con los mejores poetas, las coordenadas temáticas (y la actitud inconformista) se concitan en un repertorio donde predomina la excelencia de su conjunto, toda vez que la belleza de los versos se riega con la extrema sensibilidad de sus melodías. El resultado es una obra mayúscula que se asienta en las siguientes claves.
El noi del Poble-sec
“Un servidor / Joan Manuel Serrat / casado, mayor de edad, / vecino de Camprodón, Girona, / hijo de Ángeles y de Josep, / de profesión cantautor / y natural de Barcelona”. Así se presentó Serrat en su canción “A quien corresponda”, incluida en el disco En tránsito, que contiene canciones como “No hago otra cosa que pensar en ti”, el himno optimista “Hoy puede ser un gran día” y la delicadísima “Esos locos bajitos”. Precisamente, su infancia es el paisaje de buena parte de su cancionero: “Mi niñez” o “Dejad que cante el muchacho” lo atestiguan. Personajes como “El titiritero”, la tía soltera o el vagabundo componen el fresco del barrio con el que siempre se alineó.
Serrat creció en el humilde Poble-sec, donde la gente trabajadora sobrevivía en torno al puerto pesquero. El Noi ha reivindicado más de una vez su condición de charnego. Su madre, Ángeles, era aragonesa, de Belchite: de ella heredó el gusto por la zarzuela y la copla de Juanito Valderrama o Concha Piquer, las letras de Quintero, León y Quiroga. Quizás por ello en su cante se atisbe un sutil deje flamenco. Su padre, Josep, fue un anarquista catalán afiliado a la CNT que “trabajaba como lampista, un chapuzas del gas y el agua”, según contó el cantautor en su primer concierto en la capital de la gira El vicio de cantar, con la que hoy se despide.
La nova canço
Tras un breve paso por un grupo de rock and roll de cuatro componentes, incluyéndolo a él, el grupo barcelonés Els Setze Jutges lo acoge a comienzos de los 60 como decimotercer componente, cuando aún estudiaba para perito agrícola, carrera que abandonó conforme crecieron sus éxitos en la música. Enraizados en la nova canço, cuya principal motivación era la defensa de la cultura catalana, no desdeñaron la influencia de The Beatles, Domenico Modugno o Mina. De Francia, a unos pocos kilómetros al norte, vibraron con Jacques Brel y George Brassens.
En los conciertos se interpretaban temas como “Ne me quitte pas”, aunque Serrat triunfaba con la versión “Ma vie”, de Alain Barriére. Cuando el grupo se fue desgajando, el cantautor se enroló en su proyecto individual. Así nació, en 1965, su primer EP con canciones propias, Una guitarra, que mantiene en la portada el nombre de Els Setze Jutges. Es la época en la que, integrado en el movimiento de la gauche divine, se perdió en las noches del Bocaccio, disfrutó del sexo y la modernidad barcelonesa, adelantada cultural y socialmente al resto de la península en aquellos años.
Una labor de artesanía
Cuando asumió el reto de dedicarse a la creación, se tomó muy en serio el noble oficio. Como el buen artesano, elaboró con mimo sus canciones, que tomaron forma poco a poco. Con fama de trabajador organizado e incansable, amasaba unos versos, los dejaba descansar… y luego los retomaba. El poeta Joan Margarit, que siempre elogió el equilibrio que mantuvo entre la poesía trascendente y la música popular, dijo que sus canciones se parecen a los tangos porque se pueden leer.
A propósito del momento de composición, “lo ideal es que la génesis sea conjunta”, aseguró Serrat en una entrevista. En otra ocasión dijo que, sin embargo, “no hay un manual”. Lo ideal sería “que la idea cabalgue sobre una melodía determinada”, explicó. Al desafío cumplido de hacer temas “nunca enrevesados”, que contengan “metáforas e imágenes de fácil comprensión” y que, además, fueran “cantables”, el intérprete le aplicó su voz conmovedora, su vibrato inconfundible.
Serrat y los poetas
Serrat aprovechó el servicio militar obligatorio en Jaca (Huesca) para descubrir grandes lecturas. La influencia de Rafael Alberti y su poema “Se equivocó la paloma” cristalizó en un disco de 1969. La paloma es su primer álbum de canciones en castellano, derivado de un contrato con la discográfica Zafiro, compañía con la que posteriormente tuvo un litigio por los derechos de autor. El poema de Alberti había sido musicado por el compositor argentino Gustavino, pero el disco incluía canciones tan inolvidables como “Balada de otoño”, “Poco antes de que den las diez” y “Penélope”, con música de Augusto Algueró. Los mismos compañeros catalanes que habían luchado codo con codo junto a Serrat en defensa de la lengua lo consideraron un desertor.
Al lanzamiento de Dedicado a Antonio Machado, poeta (1969) se sumó el rechazo de las discográficas. Las grandes compañías, que ya custodiaban la carrera de una estrella pop, no consideraron rentable la producción de un álbum en homenaje a un poeta, pero él se mostró incorruptible con la industria hasta el final de su vida. Finalmente, fue un éxito de ventas, pero “no tuvo una recepción por parte de la cátedra de lo más halagüeña”, dijo Serrat el 26 de julio del año 2000, cuando recogió el I Premio Internacional Audiovisual Antonio Machado en Sevilla.
El homenaje a Machado en forma de disco es la cumbre de popularidad más alta que ha alcanzado la poesía española. No hay ciudadano que piense en el verso “Caminante no hay camino” sin la melodía vocal al fondo. El mismo álbum contiene “La saeta”, que le permitió reunirse presencialmente con el cantaor flamenco Camarón, un año antes de su muerte, para la interpretación simultánea: Serrat; al recitado; el de la Isla, al cante.
Miguel Hernández fue publicado en 1972. Serrat confiesa que la conexión personal con el poeta de Orihuela es aún más intensa que con el autor de Campos de Castilla. El arreglista Francesc Burrull, conmovido por esos poemas que hasta entonces no conocía, escribió las ceremoniosas orquestaciones para la Sinfónica de Madrid, lance crucial en la producción. Así la solemnidad de “Nanas de la cebolla”, con música de Alberto Cortez, y la majestuosa “Para la libertad” (otro verso en boca de todos).
Tras musicar a Machado, a Hernández y al catalán Joan Savat-Papasseit en Serrat / 4 (1970) —más tarde incorporaría versos de otros poetas como Luis Cernuda a sus canciones—, el cantautor barcelonés realiza la primera incursión en un poeta vivo. Mario Benedetti participó en la creación de El sur también existe (1972), título extraído del poema del uruguayo, que supone un canto de amor a América Latina.
“La, la, la” y Eurovisión
Es necesario retroceder al disco La paloma, pues es en aquel año cuando Serrat, que tanto contribuyó a dignificar su lengua natal, prohibida entonces, se enfrenta a la famosa polémica por la canción “La, la, la”, compuesta por El Dúo Dinámico. Le ofrecen interpretarla en Eurovisión y, motivado por las críticas de sus camaradas catalanes, exige cantarla en su lengua. Aquella intemperancia le valió el veto en TVE, que se prolongó hasta 1974. Entre tanto, el régimen franquista inició una campaña en su contra.
Es de sobra conocido que finalmente fue Massiel quien se hizo cargo de la interpretación y ganó el festival de la canción europea, pero no todos saben que es en aquellos años cuando Serrat incorpora al pianista Ricard Miralles a su banda, sustituyendo a Tete Montoliú, que se dedicó desde entonces al jazz exclusivamente.
Cataluña
No sería necesario ponderar la calidad de los discos y canciones inolvidables que Serrat publicó en catalán. Citaremos, en todo caso, “Canço de matinada”, “Paraules d'amor”, “Ara que tinc vint anys” o “Seria fantàstic” entre las más bellas canciones en su lengua natal. Precisamente el último trabajo con canciones propias está escrito en catalán. Se trata de Mô, en referencia a la ciudad de Mahón (Menorca), ciudad en la que Serrat ha sido feliz y cuyo nombre ha sido simplificado por sus habitantes con este monosílabo.
La relación de Serrat con Cataluña ha sido, en fin, controvertida. En 2018, en plena promoción madrileña de la gira Mediterráneo da capo, aseguró que el procés era “la fiesta del disparate”. En el concierto del Palau Sant Jordi correspondiente al mismo tour fue interpelado por un espectador que le exigía “parlar” en catalán. Con la templanza y la brillantez que lo ha caracterizado siempre, detuvo la actuación para recordarle, en catalán, que el álbum está escrito en castellano. “Desde antes que usted estoy trabajando por esta ciudad”, concluyó.
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Antes había sugerido que para Cataluña no era “conveniente” independizarse, por más que todos los pueblos “tienen derecho a decidir su futuro”. Llegados a este punto, huelga subrayar el compromiso de Serrat con ambas lenguas, por más que la natal le trajera más de un problema.
Exilio plácido
La campaña en su contra estaba alcanzando niveles peligrosos hacia el final de la dictadura. Los cachorros más pendencieros del régimen boicoteaban sus conciertos y quemaban sus discos, mientras que los medios de comunicación solo referenciaban su obra en clave desdeñosa. En tales circunstancias aterrizó en México el 29 de septiembre de 1975, procedente de Cuba, donde acababa de presentar Para piel de manzana, un álbum que sale con el sello Ariola —fue la primera vez en su carrera— y contiene, entre sus cortes, la evocadora “La aristocracia del barrio”.
Preguntado por las recientes ejecuciones de tres miembros del FRAP y dos de ETA a manos del régimen franquista, manifiesta su contundente repulsa. Desde España se ordena una orden de detención en cuanto pisara el territorio. Se instala, por tanto, en América de modo indefinido, y desde Monterrey inicia una gira por el continente con una caravana. El episodio nos ofrece una idea de la importancia que tiene el viaje en su vida y, por supuesto, en sus canciones: En tránsito es un álbum que resume muy bien esta inquietud. El 20 de agosto de 1976 regresa a España tras hacer parada en París. Una etapa en la que disfruta mucho y compone poco.
Dios en América Latina
Serrat realiza su primer viaje al sur de América en 1968, tras la polémica de Eurovisión. Augusto Algueró, que lo había invitado a cantar “Penélope”, lo acoge en el Festival de la Canción de Río de Janeiro. Más tarde se desplazó a Buenos Aires, cuando en Argentina gobernaba Juan Carlos Onganía, predecesor de Rafael Videla. Allí se encuentra con el escritor y dramaturgo Max Aub y el cineasta Luis Buñuel, que permanecen exiliados.
A Cuba viaja en 1971, cuando el espíritu del Che Guevara planeaba sobre la Isla, solo cuatro años después de ser asesinado en Bolivia. Fue detenido en el Malecón de La Habana por llevar el pelo largo, pero se llevó consigo amistades eternas: la del recientemente fallecido Pablo Milanés y la de Silvio Rodríguez, entre otras. En Colombia probó la cocaína, en el Chile de Augusto Pinochet fue vetado y en Montevideo (Uruguay) se unió para siempre con el escritor Eduardo Galeano. En la jerga sudamericana se ha establecido que “Serrat es Dios y Sabina, su profeta”.
'Mediterráneo', un himno
Indudablemente, los viajes han sido esenciales en su vida. El mencionado sello discográfico Zafiro enviaba a los artistas de su plantilla a los estudios Fonitz Zetra de Milán. Allí se grabaron algunos discos de Serrat en castellano; desde La paloma hasta Mediterráneo pasando por Mi niñez (1970), no mencionado hasta el momento. Las diez canciones de Mediterráneo se grabaron en cinco días gracias al talento y la disposición del ingeniero Plinio Chiesa, que murió al año siguiente. Pero ese disco guarda la esencia marinera de su tierra y el aroma de su gente, por más que se manufacturara en el país transalpino (y mediterráneo, por cierto).
Era mayo de 1971 y Serrat necesitaba descansar. El desasosiego al que se vio sometido por su anterior mánager, Lasso de la Vega, le llevó hasta un hotel a pie de playa en Calella de Palafrugell, situado en la Costa Brava. Contemplando las embarcaciones de los pescadores varadas en la orilla, se le reveló ese momento de inspiración irrepetible. Más de 200 palabras que condensan un paisaje y una forma de vida. Un alumbramiento, “Mediterráneo”, en el que también cabe el registro de un carácter: “Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero”, reza el estribillo de la canción, que sirve de colofón a la sensualidad de sus estrofas.
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Lo que ocurre “de Algeciras a Estambul” ya es patrimonio de la música popular en español. Optimista, profunda y melancólica, la canción dedicada al Mare Nostrum dejó de ser de Serrat para ser de todos. Hoy lo asume con orgullo. La interpretó por primera vez en la terraza de aquel hotel, el Can Batlle, ante Rosa Moret, la propietaria, y su marido. Más tarde el mítico Juan Carlos Calderón cogería las riendas de la producción, insertándole unos arreglos jazzeros inolvidables.
En el mismo disco, “Aquellas pequeñas cosas”, “Lucía”, “La mujer que yo quiero” y “Tío Alberto”. Nada menos. Las fotos de Colita, imprescindible personaje de la escena cultural barcelonesa de la época, completaron el diseño del álbum. Suya fue la idea de mimetizar el mar con el rostro del cantor en la portada.
Una estrella, también de cine
Además de ser una celebridad en aquel momento, Serrat tuvo inquietudes hacia casi cualquier manifestación artística. Sus relaciones con el entorno cultural y cosmopolita de la gauche divine desembocaron en el cine. Su primera incursión en la gran pantalla fue en la película Palabras de amor (1969), título que, obviamente, interpela a su celebradísima canción en catalán. El director Antoni Ribas contó con la colaboración de un joven Terenci Moix para adaptar al cine la novela Tren de matinada, de Jaume Picas.
“Porque te quiero a ti / porque te quiero / cerré mi puerta una mañana / y eché a andar”, se le escuchó cantar, pero “Tu nombre me sabe a yerba” no fue el único tema que interpretó en el filme romántico. La actriz Serena Vergano, gran exponente de la Escuela de Barcelona y entonces esposa del arquitecto Ricardo Boffil, compartiría protagonismo con el cantautor. Emilio Gutiérrez Caba y Manuel Galiana completaron el reparto de una película que funcionó muy bien en taquilla.
La larga agonía de los peces fuera del agua (1970) sería el segundo y penúltimo trabajo cinematográfico en el que Serrat fue protagonista. Francesc Rovira-Beleta, reconocido director por películas como Los tarantos, asumió la responsabilidad del proyecto, reforzado con la interpretación de la estupenda Emma Cohen. El cantante, que se introdujo en la piel de un pescador, tuvo que huir de la policía en el momento de una escena cuyo rodaje en la calle no estaba autorizado. El éxito comercial superó incluso a la primera.
Aunque tendría un papel testimonial en La ciudad quemada (Antoni Ribas, 1976), Serrat se despidió del cine como protagonista con Mi profesora particular (Jaime Camino, 1973). Dos guionistas de lujo, los escritores Juan Marsé y Jaime Gil de Biedma, confeccionaron la historia de los personajes interpretados por Serrat y Analía Gade. “Aquellas pequeñas cosas”, casi recién salida del horno, fue una de las canciones que el compositor cantó en la película.
Familia
El temperamento de Serrat no se entiende sin su familia, refugio y complemento necesario de su trayectoria artística. La conciencia de clase está supeditada a su propia idiosincrasia: su abuelo, a quien dedicó la festiva “El carrusel del Furo” (su apodo), fue asesinado por los franquistas. Si la presencia de sus padres fue fundamental para forjar su carácter desde la niñez, territorio al que regresa en sus canciones más nostálgicas, no sería menos determinante en su vida la aparición de sus hijos.
El primogénito, Manuel, es fruto de una relación con la modelo Mercè Domènech, mientras que María y Candela son hijas de su actual esposa, Candela Tiffón. La gestación del disco Bienaventurados (1987) coincide con el nacimiento de María, acontecimiento directamente relacionado con la atmósfera intimista que prevalece en cada una de las canciones.
Cuatro años antes fundó la oficina Taller 83, un centro de operaciones en el que integró a su otra familia, el entorno musical y discográfico. José Emilio Navarro “Berry”, su mánager hasta hoy, ya se había incorporado a un equipo en el que los mandos de la dirección musical seguían siendo de Miralles. Como hasta ahora. Como siempre. Y un nuevo nombre se suma a la familia artística. Se trata del pianista Josep Mas “Kitflus”, que asumió la responsabilidad de los arreglos en Utopía (1992).
Cáncer
En 2004 el cantautor tuvo que someterse a un tratamiento por un carcinoma en la vejiga. Los más cercanos aseguran que su vitalidad salió reforzada de aquel trance. Tan agradecido como siempre, tranquilizó a todos en cuanto pudo y se mostró, en una entrevista con Jesús Quintero dos años más tarde, “dispuesto a emprender otra aventura”. En la misma, recordó que “lo más valioso que hay es el tiempo, lo único que no se puede comprar”. Canciones como “Llegar a viejo” o “Aquellas pequeñas cosas” nos recuerdan su preocupación por los momentos de vida que se esfuman.
Joaquín Sabina, un inseparable
Desde hace tres lustros es imposible desligar a Serrat de Joaquín Sabina. Cultivaban una amistad que se remontaba mucho tiempo atrás, pero la enfermedad de uno y otro les unió definitivamente. El cantautor jienense sufrió un ictus en 2001, que derivó en una posterior depresión (la “nube negra”, según acuñó él mismo) y lo dejó convaleciente durante unos años. En 2007 se encontraron, pasada la tormenta, con la clara voluntad de celebrar la vida. La gira Dos pájaros de un tiro fue un verdadero gozo para sus seguidores y una pelea ganada para ellos, que se agarraron con fuerza a esa segunda oportunidad que les brindó la vida.
Un elenco con más de 10 músicos (compartidos entre las bandas de uno y otro) acompañaron las mejores canciones de los dos grandes autores españoles. Hasta 60 personas formaron parte de la aventura. Rancheras, rumbas, baladas, rock and roll… Un repertorio con todo tipo de géneros y estilos, un tour que se prolongó en tres ocasiones. La última, justo antes de la pandemia, tuvo como fatal desenlace la caída de Sabina al foso del escenario durante una actuación en el WiZink Center.
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Precisamente el autor de “19 días y 500 noches”, que cantaba las canciones de Serrat a los turistas en los años de su exilio en Londres, acertó a describir la relación con una breve definición de ambos: Serrat, “el yerno ideal”; Sabina, “la oveja negra”. Dos actitudes radicalmente distintas; un modo de ver la vida muy similar. Una amistad inseparable y, en el medio, un disco fallido con canciones a medias: La Orquesta del Titanic (2012).
Pulso creativo decreciente
Con la llegada de Kitflus en los 90, según avanzábamos, el sonido de la banda se tornó más sencillo, felizmente; menos recargado tras prescindir de la orquestación. Pero lo cierto es que la chispa creativa se fue apagando. Muy lentamente, eso sí, pues ahí quedan “Princesa” (Sombras de la china, 1998), “Los recuerdos” o la rumba “Los macarras de la moral”, estas últimas del álbum Versos en la boca (2002).
A decir verdad, y salvo honrosas excepciones —“Es caprichoso el azar”, tal vez—, el siglo XXI no dejó himnos a la altura de su trayectoria anterior. Sus canciones, en cambio, fueron envejeciendo cada vez mejor. Sabina reconoció en el documental Sintiéndolo mucho de Fernando León de Aranoa, dedicado a su figura y estrenado recientemente, que ya no se veía capaz de hacer canciones como “Y sin embargo” o “Contigo”. La madurez creativa es una vaina, por tanto, pues a Serrat le ha ocurrido lo mismo, pero es que es tan largo el legado…
Messi y el sabor de la victoria
Sería injusto terminar este retrato con el jalón de su decadencia, por otro lado romántica y, por qué no, necesaria. Acabar en lo más alto es un momento que parece reservado a los grandes triunfadores: en el fútbol, por ejemplo, con la victoria de Messi, por fin, en la Copa del Mundo, lograda en el ocaso, también, de su carrera. Seguro que Serrat se alegró por el argentino, “el mejor jugador” que vio “jamás”, según dijo en una entrevista.
Seguidor culé de toda la vida, interpretó el himno del Barça en 1998 ante un Camp Nou abarrotado, con motivo del centenario del club de sus amores. “Ronaldinho ha santificado nuestro matrimonio”, diría años después, y es que resulta que gracias a sus jugadas su mujer empezó a ver fútbol. La celebración de esta noche en el Sant Jordi será, sin duda, menos concurrida y, por supuesto, más plácida que la de los argentinos el pasado martes en la plaza del Obelisco de Buenos Aires. Pero es difícil que Messi se sintiera el otro día tan feliz como lo será hoy Serrat. Al menos, no podrá sentirse más orgulloso.