En el corto espacio de tres días se van a dar cita en el Auditorio Nacional, dentro del ciclo Liceo de Cámara del CNDM, cuatro grandes artistas, de esos que hacen afición por su probada sensibilidad, su dedicación, su sabiduría técnica, su fantasía y su expresividad. Forman dos parejas de altos vuelos, de esas que se llevan bien desde hace años, que se comunican y que hacen arte del bueno; del comprensible y del que llega; de ese que parece fácil, tal es la sencillez y la claridad con lo que lo practican, exponen y ofrecen.
El 1 de abril serán el pianista Javier Perianes (Huelva, 1978) y la violista Tabea Zimmermann los que abran el fuego. Trabajan juntos desde hace unos años y han llegado a un notable grado de compenetración; hasta el punto de que han llevado ya su mensaje al disco, con una selección de dúos, en algún caso procedentes de juiciosos arreglos que en pequeña parte se integran en el recital este viernes. En él podremos admirar nuevamente la rica y oscura, tersa y suntuosa sonoridad de la viola de la instrumentista alemana, cuyo fraseo ceñido y natural, su tradicional sobriedad, su intensa expresividad casan admirablemente con el piano gentil, elegante, minucioso y preciso, alejado de cualquier aspaviento, de Perianes.
El programa es enjundioso y variado. Lo componen en primer lugar piezas arregladas por la violista. De Joan Guinjoan: La llum naixent; Mauricio Sotelo: Muros de dolor… VII; Heitor Villa-Lobos: Cantilena; Astor Piazzolla: Le grand tango; Benjamin Britten: Lachrymae, para viola y piano, op. 48. Como cierre la Sonata para viola y piano op. 147 de Dmitri Shostakóvich. Pequeñas composiciones pues rematadas por una de las obras más dramáticas de la literatura camerística del siglo XX: la citada sonata de Shostakóvich.
De muy otro cariz es el concierto del día 3 de Martha Argerich (Buenos Aires, 1941) y Nelson Goerner, ambos pianistas, ambos argentinos y con relación aproximada de maestra-discípulo. A él lo hemos visto no hace mucho en solitario por aquí; también con orquesta. Y ha dado pruebas de toque fino, de serenidad y seguridad, de entendimiento muy plausible de las partituras. Junto a ella esas virtudes deben proyectarse aún más. La veteranía, el poso, el genio, la pasión controlada, el cincelado fraseo, la madurez de la casi octogenaria se mantienen incólumes proporcionando munición a una destreza pocas veces igualada en los últimos años; al menos con la enjundia y el significado de los que envuelven el estilo y las hechuras pianísticas de la dama, que últimamente no suele actuar en solitario.
Páginas magistrales
Conforman por ello un dúo pintiparado para reproducir con verdad, con sentido y con proyección estratosférica los pentagramas anunciados. En primer lugar, En blanc et noir op. 142 de Debussy, una auténtica cima del impresionismo pianístico, forjada en torno al año 1915, una página magistral que recoge con una sutileza formidable el espíritu de un movimiento del que aún nos estamos alimentando. En segundo término, una composición imponente y extremadamente dificultosa: la reducción pianística de las brillantísimas y vigorosas Danzas sinfónicas (op. 45b), de Rajmáninov, escrita muchos años después (1940).