Relevante es el estreno en Madrid, por primera vez en escena de acuerdo con la partitura original, de The Magic Opal, opereta cómica en dos actos de Isaac Albéniz, que vio su primera luz en el Lyric Theatre de Londres el 19 de enero de 1893. Libreto de Arthur Law. El éxito fue grande. En 1894, se presentó en el Teatro de la Zarzuela una adaptación con traducción a nuestro idioma de Eugenio Sierra bajo el título de La sortija.
Fue un fracaso. En ello influyó la fragilidad del libreto pero también la tirria que en algunos mentideros de la capital se le profesaba al compositor catalán. Así lo revela este comentario aparecido en El Imparcial: “Albéniz no tiene nada que aprender. Al contrario, tiene mucho que olvidar”. La Época decía: “Nunca se había experimentado semejante aburrimiento”.
En 2010 se reponía en el Auditorio Nacional de Madrid la partitura en versión de concierto a partir de un magnífico trabajo de restauración del pianista, musicólogo y compositor gallego Borja Mariño, que hurgó en diversas fuentes para recomponer el original. En esa ocasión, con la Orquesta Sinfónica de Chamartín y el Coro Talía dirigidos por su titular Silvia Sanz Torre y con la participación de las voces solistas de Estefanía Perdomo, José Ferrero, Javier Franco, César San Martín, Marina Pardo, Francisco Corujo, Pablo López y Mercedes Arcuri.
Tendremos ahora la oportunidad de ver por fin en escena la ópera, que trata de un asunto cómico nada afortunado en el que se narran las peripecias de unos piratas y sus enredos amorosos en los que juega importante papel el famoso ópalo o sortija. El acontecimiento se desarrollará en el Teatro de la Zarzuela a partir de este 1 de abril. Se utilizará la edición de Mariño traducida al castellano por Javier Ibarz y Pachi Turmo, con adaptación de Paco Azorín, que dirigirá la escena.
Participan algunos de nuestros mejores cantantes: Ruth Iniesta, Carmen Romeu, Luis Cansino, Rodrigo Esteves y, curiosamente, los barítonos Damián del Castillo y César San Martín, presentes en la exhumación de 2010. Dato de relieve es que en el foso se sitúe Guillermo García Calvo.
Ocasión pues para conocer una partitura interesante e ingeniosa que para Bernard Shaw, recuerda Justo Romero, “era un copioso efecto de inspiración abundante”. Música bonita, ingeniosa, de amplios horizontes, vivaz y de talante positivo y espontáneo y, por supuesto, demasiado romántica y refinada para los materiales que Law le había proporcionado. “Obra pegadiza y muy ágil”, definía el director José de Eusebio, tan afín a los pentagramas de Albéniz.