Es usual que los artistas españoles más despiertos busquen formación y sustento fuera de nuestras fronteras. Ha sucedido tradicionalmente con voces y con directores de orquesta. Hoy divisamos, dentro de las generaciones más tiernas, algunos nombres que en buena parte se han hecho en el exterior y que ya se están prodigando aquí. Un buen ejemplo es el del madrileño Guillermo García Calvo (Madrid, 1978), que tiempo atrás actuó más de una vez en la Ópera de Viena. Hace pocos años accedió a la titularidad del teatro alemán de Chemnitz.
Entre sus logros puede citarse una sorprendente Tetralogía desarrollada con notable fortuna en el Campoamor de Oviedo a lo largo de cuatro años y en la que pudo depositar sus conocimientos en torno a la música de don Ricardo. No en vano se graduó en la Universidad de Viena con una tesis sobre Parsifal.
Desde el foso del Teatro de la Zarzuela ha evidenciado su buena formación y su pulso en diversas producciones como Curro Vargas o Circe de Chapí y muy recientemente con Entre Sevilla y Triana de Sorozábal. Posee este maestro una admirable flexibilidad en el manejo del tempo, que siempre es firme pero elástico, con juicioso empleo del rubato expresivo. Sus amplios brazos saben recoger y abarcar. Acompaña con inteligencia y deja cantar. Controla con mano dura los grandes concertati.
Por todo ello y por lo que ya le hemos visto, no hay duda de que García Calvo, delgado, enteco, elástico, de amplio y seguro gesto que bate en todas las direcciones, que marca y subdivide con eficacia, que está atento a todo, que sabe embarcar y perfilar, que sabe mantener un tempo-ritmo férreo pero sin rigideces, puede dar excelente juego en el próximo concierto de la Orquesta de la Comunidad a celebrar el 10 de este mes en el Auditorio Nacional. El programa es sorprendente y novedoso, la mar de atractivo.
Se abre con una obertura de Schubert, la de Die Zauberharfe D 644, de la música incidental de Rosamunde, una pieza encantadora y luminosa, de hermosos contornos melódicos. Continúa con el tan bello y refrescante Concierto para flauta y arpa de Mozart, de movimiento lento tan acarciador, y por una obra de nuevo cuño ya estrenada y premiada: Alen de Eduardo Soutullo, músico de excelente formación y de oficio tan refinado. Y concluye con otra auténtica novedad: la Sinfonía nº 6 del sueco Kurt Atterberg (1887-1974), partitura que nació, curiosamente, de un encargo de la Columbia que pedía una composición inspirada en la Inacabada de Schubert, cuya música, como se dice, inicia la sesión. La estética de Attenberg era tradicional pero sabia, en permamente contacto con la música folclórica de su país. La obra lleva el remoquete de Dollar Symphony.
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo
Verticales