Muy interesantes las sesiones que la Orquesta Nacional desarrollará en el Auditorio Nacional los días 2, 3 y 4 de octubre. Se dan cita, en torno a la Sinfonía n.º 4 de Beethoven, la espirituosa Syrinx de Debussy, para flauta sola, el juguetón y colorista concierto para este mismo instrumento de Ibert (ambas con ese gran instrumentista que es Álvaro Octavio). Junto a estas obras, de aire tan peculiar, de tan neto estilo francés, y como telonera figura un estreno absoluto, un encargo de la propia Orquesta y del Centro Nacional de Difusión Musical: Obreda, del catalán Joan Magrané (Reus, 1988).
Magrané ha sido discípulo del prolífico Agustín Charles, que tantos caminos abrió a nuestra música hace unos años. También estuvo en contacto con Ramón Humet y, fuera de España, con uno de los nombres más importantes de la vanguardia, tanto en el terreno de la creación como en el de la interpretación desde el podio: Beat Furrer. Músicos avezados y conocedores, ya muy expertos, han reconocido su talento. Entre ellos, Mauricio Sotelo, que hizo poco tiempo atrás estas laudatorias aseveraciones: “Su extraordinaria música está impregnada por un sustrato simbólico-teórico que tiene sus raíces en el más profundo y luminoso pensamiento europeo”.
Estatismo, sonidos espejantes y líneas depuradas son rasgos recurrentes en su obra
Esto es conectar a Magrané, que ha sido residente en importantes centros musicales, con las más saludables corrientes continentales, algo que parece evidente, si bien en modo alguno nos puede dar una imagen de dependencia o seguimiento. En la composición incluida en este concierto de la OCNE podremos de seguro acercarnos a su paleta exquisita y a su trazo esbelto, que viene cristalizando en toda la música que ha salido de su magín en los últimos y fructuosos años, y que le han valido el reconocimiento y, sin duda, su elección como músico residente de la presente temporada del CNDM. Es hasta cierto punto original esta declaración del compositor: “Mi punto de partida no es la armonía, sino la línea, y la armonía va apareciendo a partir de la yuxtaposición de líneas”. Un pensamiento que, como resalta Gómez Schneekloth, define tanto su música vocal como la instrumental. El pasado también cobra importancia en sus composiciones a través de las citas, ya que Magrané no concibe el hecho de partir de cero e insiste en que necesita una base para expresar lo que desea. Esta manera de sentirse parte de la cultura, de su historia y su devenir le otorga a su obra una dimensión humana que impregna prácticamente la totalidad de su producción y que ha dejado y dejará su impronta en sus últimas partituras, una buena parte de las cuales aparecen en la programación del CNDM, tanto en Madrid como en otras ciudades.
Ya habíamos tenido oportunidad de calibrar en algunas ocasiones anteriores la calidad de su paleta, por ejemplo al escuchar su obra para acordeón Estramps i espars, estrenada en la Fundación March de Madrid en 2018 por Iñaki Alberdi. Y años atrás, en 2013, en un concierto de la RTVE, al seguir la refinada construcción y el atractivo sonoro de Secreta desolación, Premio Reina Sofía de la Fundación Ferrer Salat. Estatismo, sonidos espejeantes, líneas depuradas y aéreas, silencios creando una atmósfera encantadora y singular, de una riqueza tímbrica envolvente.
Características que definen estilo y que darán forma y vida a esta pieza que estrena la Nacional al mando de David Afkham, que ya ha mostrado buena mano para escarbar en las superficies sonoras y seguridad y a veces fantasía para esculpir con finura pentagramas como los de Debussy e Ibert y para levantar el vuelo en esa animada, vitalista y rotunda sinfonía que es la Cuarta de Beethoven, la “grácil y joven griega”, que decía Schumann.