Este verano el recinto de La Ciudadela pamplonesa custodia un bien muy preciado: la cultura. Entre sus murallas se celebran varias propuestas artísticas al aire libre, como los conciertos de Pamplona Reclassics, una nueva semana musical impulsada por la violista Isabel Villanueva. El concierto inaugural reunió este martes a Judith Jáuregui (piano), Jesús Reina (violín), Erzhan Kulibaev (violín), Isabel Villanueva (viola) y Damián Martínez Marco (cello), un plantel de artistas de gran proyección internacional.
Pablo Sarasate, sinónimo de violín y genio, fue el protagonista del recital junto con otros autores de su tiempo que compartieron la fascinación por el folclore y el influjo del ambiente musical francés de finales del siglo XIX. Dejó la ciudad a los doce años para estudiar en París pero su legado permanece en Pamplona en el nombre de una avenida, una suite hotelera, un conservatorio o los orígenes de la actual orquesta.
Hace unos meses que han prohibido bailar, pero el programa de la noche está plagado de danzas, como la Navarra de Sarasate para dos violines en su versión con piano. Reina y Kulibaev ejecutan a la perfección esta pieza que es toda una prueba de destreza para los intérpretes, llena de armónicos y pizzicatos. El público no da tregua y comienza a aplaudir en un silencio en mitad de la obra: Sarasate les ha engañado con un golpe de efecto que no caduca.
Después de esa primera jota condensada es el turno de Introduction & Rondo Capriccioso para violín y piano. La pieza fue un regalo de Camille Saint-Säens a Sarasate y forma parte del repertorio más interpretado del instrumento. La introducción suena muy romántica, mientras que en la segunda sección se aprecia claramente un carácter de danza. Kulibaev deja muy claro que es un bailarín experto, haciendo gala de flexibilidad sonora y técnica siempre al servicio de una emoción sincera.
El zapateo continúa y viaja al sur con la Danza Española nº5 para piano de Enrique Granados, con el sobrenombre de la Andaluza. Judith Jáuregui se desprende del rol de acompañante para danzar con un sonido (y un silencio) contundente e intenso. La armonía coquetea con el flamenco, la mano izquierda pretende imitar una guitarra, el piano canta y marca las texturas con gran tacto. El sonido de la última frase se desvanece y hasta el rumor de los coches de la avenida que está al otro lado de los muros parece musical. Es una pena que la pianista no vuelva a bailar sola en el resto del programa.
De manos de la directora, Isabel Villanueva, llega la coreografía más difícil, bailar a solas sobre cuatro cuerdas. Se trata de un arreglo para viola de la mítica Asturias de la Suite Española de Isaac Albéniz, original para piano pero cuya versión para guitarra se antoja más orgánica. En la viola la velocidad desciende forzosamente, a pesar de eso Villanueva logra traducir bastante bien el espíritu de la composición, poniendo a su servicio gran variedad de técnicas y una amplia gama de matices bien domados. Vestida de blanco y rojo en una clara referencia a las fiestas de San Fermín, defiende este baile vertiginoso con la destreza de quien lleva toda la vida haciendo piruetas. La exhibición de virtuosismo continúa, esta vez desciende a los infiernos con la Danse du Diable Vert de Gaspar Cassadó. Glissandos con un toque jazzístico, un sonido fabuloso en el cello de Damián Martínez Marco y más presencia del teclado de Jáuregui marcan esta interpretación tan vehemente y breve.
Jesús Reina se enfrenta a la penúltima obra, el Aires Gitanos de Sarasate para violín y piano. Está inspirada en el sonido de las czsardas y, al igual que todas las partituras del navarro, saca el máximo partido a los recursos de instrumento e intérprete. Reina dota de personalidad todas las secciones, articulando de manera impecable, bordando cada pasaje y logrando un final explosivo que hubiera cuajado de maravilla como broche del espectáculo. La música no ha acabado, aunque, como señalaba el pedagogo Fernando Palacios en una de las conferencias del festival, el programa parece estar del revés. La lista encadena piezas cortas y termina con la más compleja de todas, un quinteto de Joaquín Turina. La obra, tremendamente expresiva, combina los caracteres español y francés. El piano es la pista de baile sobre la que se contonean las cuerdas, moviéndose solas y emparejadas, pasándose los temas y culminando con energía. Se echa de menos un poquito más de Sarasate para cerrar, aun así, el espectáculo es toda una declaración de intenciones de un festival que promete sorpresas hasta el próximo 1 de agosto.