De nuevo, ante nuestros ojos y oídos, se va a desarrollar uno de los grandes acontecimientos musicales y mediáticos de la temporada: el tradicional y espectacular Concierto de Año Nuevo de la Musikverein de Viena. Un acto que viene rodado, pues antes del día 1 de enero se habrá celebrado ya en otras dependencias vienesas los días 30 y 31 de diciembre. Pero es justamente el que todos veremos y escucharemos a través de la Radio y la Televisión públicas de la mano de Martín Llade, sustituto para la ocasión del inolvidable José Luis Pérez de Arteaga.
Hay un justificado interés por comprobar hasta qué punto el letón Andris Nelsons (Riga, 1978), que actúa por primera vez en este día como maestro de ceremonias ante la aristocrática Filarmónica de Viena, sabe penetrar en las músicas habituales, siempre presididas por las de la familia Strauss, en esta ocasión cortejadas por las de otros compositores como Carl Michael Ziehrer, Franz von Suppé, Josef Hellmesberger, Hans Christian Lumbre y, cómo no, Ludwig van Beethoven. De este se interpretará una selección de sus Doce Contradanzas WoO 14, que, y eso es de destacar, darán oportunidad al cuerpo de baile de la Ópera de Viena a mostrar sus reconocidas habilidades, que habrán de poner de manifiesto bailando también otras músicas.
Martínez le hace un guiño a Beethoven con una escena en la que varios turistas americanos visitan su casa
Lo más relevante es que el coreógrafo que deberá ilustrarlas es el español José Carlos Martínez, que ha sido director de la Compañía Nacional de Danza y que, afortunadamente, parece tener ideas propias. Ha decidido usar menos lugares palaciegos, aunque, como es lógico, aparezca el Palacio de Invierno en el que, como está mandado, se bailará el siempre esperado vals. Martínez ha creado una escena en la que un grupo de turistas americanos de los años 50 visitan la casa museo de Beethoven. En una de las secuencias del ballet, nos revela el propio Martínez, participa un perro amaestrado, algo también bastante novedoso. Como viene siendo costumbre, la mayor parte de los números coreográficos se graban previamente.
Los bailarines deberán danzar, pues, al compás de la nerviosa batuta de Nelsons, un director que ha ido creciendo y situándose con una rapidez inusitada, titular en la actualidad de dos de las formaciones sinfónicas más importantes del orbe: la Sinfónica de Chicago y la Gewandhaus de Leipzig. Con esta última y antes con la de Birminghan y la del Festival de Lucerna ha brindado en Madrid, para Ibermúsica, algunos magníficos conciertos, en los que hemos podido apreciar sus virtudes y defectos. Antiguo trompetista, de carrera verdaderamente meteórica, ha frecuentado también, en imparable ascensión, los podios de las Filarmónicas de Viena y Berlín y descendido ya, hace unos años, al foso místico del Festival de Bayreuth.
Siempre admiramos de él su impulso energético, no incompatible con el ocasional refinamiento y el manejo de las gradaciones de intensidad. El permanente baile en el podio, los movimientos exagerados, los gestos, el continuo vaivén del cuerpo no parecen confundir a los músicos, que mantienen muy centrada su atención a un mando que no da puntadas sin hilo y que sabe lo quiere y cómo conseguirlo. Sin duda, cuenta Nelsons con un temperamento a veces desbordante, criterio musical y soltura en la tarima, sobre la que se mueve de un lado a otro, se agacha y hasta pasea. La batuta es variada y sugerente y se agita en todos los planos, dando continuas indicaciones. Sabe desarrollar un discurso coherente fraseando con intención, a veces buscando efectos discutibles por su ampulosidad. Es amigo de elongaciones que restan naturalidad a la expresión, aunque no le quiten limpieza a la exposición.