Andris Nelsons. Foto: Jens Gerber
El director letón, uno de los más prometedores del momento, llega a Ibermúsica el sábado y el domingo al mando de la Gewandhaus de Leipzig, orquesta germana de gran solera. Nelsons dirigirá La Patética de Chaikovski y la Sinfonía n°4 de Brahms.
Nelsons es un músico especialmente dotado, antiguo trompetista, cuya carrera es meteórica, ya que, además de lo dicho, ha frecuentado, en imparable ascensión, los podios de las Filarmónicas de Viena y Berlín, y el de la Orquesta del Festival de Lucerna, sustituyendo al inolvidable Claudio Abbado. Y descendido ya, hace unos años, al foso místico del Festival de Bayreuth. A Madrid, siempre con Ibermúsica, ha venido en 2011 y 2015 (también a Oviedo en este caso) con la Ciudad de Birmingham, aunque en su última visita la hizo con Lucerna.
Nelsons es una realidad innegable. Es la energía de hoy, la que trata, muchas veces con fortuna, de practicar una síntesis entre las rancias tradiciones y las actuales formas de aproximarse al hecho musical. Reconocemos en él buen hacer, disposición, rápidas entendederas y sólidas concepciones musicales, llevadas siempre de un notable impulso, de una técnica gestual fácil y un gran poder de comunicación. Y muestra a partes iguales temperamento, criterio musical y soltura en la tarima, sobre la que se mueve de un lado a otro, da saltos, se agacha y hasta pasea, en un asombroso despliegue de agotador ejercicio físico. Con resultados positivos y efectividad. La batuta es variada y sugerente y se agita en todos los planos, dando continuas indicaciones.
Las características positivas resplandecieron en su interpretación de la Quinta de Mahler con la agrupación de Lucerna. La sinfonía tuvo una impresionante ilación, un engarce magnífico. En ella todo estuvo ligado, matizado, variado y coloreado. Ya desde el sonoro comienzo, realizado con una precisión y un sentido de las gradaciones dinámicas sensacional, percibimos que algo importante iba a suceder. Y así fue. La versión fue de mucha altura, durante la que, embebidos, hasta ignoramos el acostumbrado baile de san vito de Nelsons. Junto a la plasticidad de las texturas, la brillantez de la pintura, la belleza de los efectos tímbricos, encontramos también en esta recreación la profundidad de la expresión, el sentido meditativo de las secciones más introspectivas y la exigida proporción de dinámicas y acentos.Nelsons despliega un gran opder físico y de comunicación. Salta, se agacha y hasta pasea sobre la tarima.
Hemos de recordar que El Cultural le otorgó el título de Mejor Director del año precisamente por esa interpretación en 2015. Está justificada pues la expectación que ha suscitado su nueva visita, ahora con su flamante centuria alemana, un conjunto que atesora lo más acrisolado de una larga tradición, que cuenta con una cuerda de rara flexibilidad, de una sonoridad oscura y densa, y que ha sabido rejuvenecerse. Con Nelsons no hay duda de que adquirirá nueva savia y de que seguirá creciendo por la senda en la que la colocó Chailly.
Los dos programas anunciados -5 y 6 de mayo- están constituidos por obras de gran repertorio, a excepción de la que abre el segundo concierto, un encargo al austriaco Thomas Larcher, compositor de reconocida exquisitez, calibrador de timbres, hábil en la administración de colores, siempre sugerente. Es una partitura estrenada ya en Leipzig hace unas semanas y que pone de manifiesto la calidad de este músico, primero pianista -discípulo de Leonskaja- y luego creador. La sesión se completa con la comprometida Sinfonía n° 40 de Mozart y con la robusta y demoledora Sinfonía Patética de Chaikovski. El primer programa, este sábado, se remata con la contrapuntística Sinfonía n° 4 de Brahms. Antes el competente pianista Yefim Bronfman habrá dado cuenta, con sus importantes medios, del Emperador de Beethoven.