La Sydney Dance Company estrena este fin de semana en los Teatros del Canal su última creación, Impermanence, del español Rafael Bonachela. La pieza, que se presenta por primera vez en España, se establece en ese punto medio -difícil de alcanzar- entre la belleza y la devastación.
Con una escasa hora de duración, Impermance nos delata -desde los primeros segundos- la existencia de un estilo Bonachela. Algo que podríamos resumir como el alejamiento de cualquier herramienta efectista para apostar, únicamente, por una interpretación tan compleja como limpia.
La noche del estreno en la Sala Roja de los Teatros del Canal las frases coreográficas, que se me antoja acuñar como bonachelistas, hicieron vibrar cada arista del teatro en una búsqueda constante de la sincronía y el virtuosismo. Los pasos, endiabladamente complejos, fluyeron en los cuerpos de unos bailarines tocados por el don de la ejecución perfecta.
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El equilibrio entre las formaciones corales, los dúos y los solos es enormemente destacable. Se generan sin cambios abruptos ni saltos pretenciosos, lo cual crea una sensación de continuidad. Sin embargo, detrás de ese fluir eterno se evidencia un ambicioso trabajo que pocas agrupaciones de danza son capaces de ofrecer.
Contando con una excelente partitura de Bryce Dessner, la música -interpretada en
directo por el Australian String Quartet-, a veces envuelve y otras dialoga con los bailarines en un escenario esencialmente desnudo y casi en penumbras.
El coreógrafo, también director de la Sydney Dance Company, afirma que Impermanence es una invitación a experimentar el poder de la danza en conjunción con la música. Un objetivo que se logra plenamente durante cada uno de los 60 minutos del espectáculo.
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Tan sólo puedo señalar un fallo, realmente monumental, es una pena que esta exquisita coreografía se haya programado tan sólo para dos funciones, limitando así el número de espectadores que pueden disfrutarla.