Cuando John Neumeier (Milwaukee, 1939) fue nombrado director del Ballet de Hamburgo, en 1973, ya ese mismo año se personó con su flamante nueva compañía en Granada. Fue una de las primeras salidas del exbailarín y prolífico coreógrafo estadounidense como máximo responsable de la formación germana. Por tanto, su desembarco este verano, todo un acontecimiento, conmemora aquella visita, de la que se cumple medio siglo.
La pieza escogida para el simbólico regreso no es una cualquiera, claro. Está construida a partir de una de las diversas incursiones de Neumeier en la dramaturgia shakespeariana. Hablamos de El sueño de una noche de verano, que se sacó de su inagotable magín –en su currículum lucen más de 150 coreografías– allá por el año 1977, y que hoy, como él mismo apunta, “ha devenido en un clásico”. Solo en Hamburgo se ha representando más de 300 veces, lo que da a entender el interés del público por un trabajo que es un prodigio visual, una combinación de ballet clásico y danza contemporánea, con una infalible vis cómica: tropiezos, confusiones, pócimas, traviesos duendes liándola parda…
Neumeier, como afición artística primigenia, tenía la pintura. Una inclinación que siempre se ha apreciado en su vasta lista de creaciones para la escena, a la que trata como un lienzo sobre el que perfilar los trazos de su fantasía. El sueño de una noche de verano le da cancha para desplegar los pinceles. Ese bosque en el que, durante el solsticio de verano, se adentran los protagonistas de la comedia del bardo de Stratford-upon-Avon era una ocasión que no desperdició el artista norteamericano.
[Declan Donnellan: "Las palabras de Shakespeare exigen nuestra sangre y nuestra respiración]
Tan especial es para Neumeier esta cala en Shakespeare que decidió grabarla en 2021, con dirección fílmica de Myriam Hoyer. Lo hizo en la Ópera Estatal de Hamburgo. Era una tarea que tenía pendiente y que despachó aprovechando el parón pandémico. Y ahí dejó el registro a modo de testamento en vida de sus querencias y fundamentos estéticos. “Habían surgido varias oportunidades pero no me había decidido. Una vez, cuando se representó en París, me lo ofrecieron pero quería que fuese con mi propia compañía”, recuerda.
“Lo cierto es que en los primeros ensayos veo todas mis piezas como películas”, confiesa. En su versión de uno de los títulos de Shakespeare más populares quiso remarcar algo que aprendió en la universidad y le marcó. “Nunca olvidaré cuando el profesor que nos estaba enseñando Shakespeare nos explicó que la historia tenía tres capas: la aristocrática, muy humana; la de las hadas, muy cósmica; y la de los trabajadores. Fue esa división [equiparable, por cierto, a la establecida por Cervantes en La casa de los celos y selvas de Ardenia] la que me empujó a utilizar músicas diferentes para cada una”.
Así, Neumeier, en su alquimia sonora, echó mano de, por un lado, El sueño de una noche de verano op. 61 de Felix Mendelssohn, música incidental elaborada en 1842 a petición del rey Federico Guillermo IV de Prusia, que se había deleitado con su partitura para Antígona de Sófocles y quería prolongar la diversión que le procuraban los pentagramas del por entonces director musical de la Real Academia de las Artes y de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig . La de Mendelssohn es una partitura que Neumeier reserva para la parte ‘nobiliaria’ de la trama.
“Para mí, de todas formas, era importante alejarme de la asociación de este mundo aristocrático y de hadas del siglo XIX con una suerte de sucesión de gorjeos y una impregnación de brillantina. Buscaba algo mucho más físico y enérgico, que proviniese de una fuente mucho más fuerte, que tuviera una dinámica muy rápida”, aclara Neumeier, que en 2015 mostró en el Teatro Real su visión dancística de Muerte en Venecia, llevada al cine por Luchino Visconti en el 71, con un clímax musical trágico claro: la muerte de Von Aschenbach en el Lido mientras suena el adagietto de la Quinta sinfonía de Mahler. Un compositor por el que Neumeier tiene debilidad (o fijación), como prueban los trasvases al ballet de sus sinfonías Primera, Tercera, Cuarta y la mencionada Quinta, amén de alguno de sus lieder.
Aunque en El sueño…, con sus tres actos y su dos horas y media de duración (descanso mediante), no repara en el autor bohemio sino en György Ligeti, que, indirectamente, a través de esta adaptación dancística, recibirá un nuevo homenaje en España por su centenario. En efecto, Neumeier, que ha hecho en estas décadas de Hamburgo una Meca de la danza, emplea para el ámbito mágico de hadas y elfos piezas del autor húngaro: Volumina y dos Estudios (Harmonies y Coulée) para órgano y Continuum para clave. Un repertorio que potencia el carácter etéreo de esta dimensión fantástica y le otorga a Puck, el travieso duende a las órdenes de Oberón, poseedor del brebaje que desencadena enamoramientos súbitos, un potencial todavía mayor como distorsionador de realidades y hacedor de trampantojos.
Neumeier, que se despide estos días de su casa durante medio siglo, se (nos) adentra en el bosque de los milagros tras la pista del Shakespeare, al que lleva décadas rindiendo pleitesía: “Su teatro puede ser entendido sin palabras, de ahí su grandeza y su intemporalidad. Y de ahí también que sea una gran fuente de inspiración para coreógrafos. Sus personajes son profundos y complejos y hay que sacar a relucir todo lo que está debajo del texto”, apunta antes de venir a Granada, una ciudad talismán para él a la que, 50 años después de tomar las riendas del Ballet de Hamburgo, vuelve para reivindicar el misterio del erotismo y el amor.