El mito de la campesina traicionada, aquella que murió de amor, vuelve a llenar de aplausos el Teatro Real de Madrid. La versión, ya más rodada, de Joaquín de Luz se instaura con seguridad en el repertorio de la Compañía Nacional de Danza (CND) y se establece como una interpretación moderna del clásico que no pierde la punta.
Tributando la esencia que define la coreografía original de Perrot y Coralli, el coreógrafo y director de la CND trenza la historia con la rima de Bécquer y los colores ocre de Aragón. El otoño del primer acto se bosqueja "allí donde cae la lluvia con un son eterno…" y la alegría casi adolescente de Giselle se transparenta en "las largas noches del helado invierno, cuando las maderas crujir hace el viento".
La noche cálida madrileña subió, aún más, su temperatura con el despliegue artístico de Katja Khaniukova en el rol de Giselle. Esta excelente bailarina ucraniana, actualmente primera solista del English National Ballet, ha sido invitada por De Luz como gesto inequívoco de apoyo a quienes sufren la barbarie de una guerra; pero más allá de la motivación coyuntural, Khaniukova fue un acierto desde el minuto primero hasta el tráfico final. A su lado danzó el incombustible Alessandro Riga recreando un Albrecht que se le adapta al cuerpo con gran naturalidad. El bailarín consigue un nivel admirable y, lo que es más importante, estable durante toda su interpretación.
A pesar de que los cambios en la coreografía siguen creando cierta confusión en el espectador veterano, algo de suavidad o costumbre va generando un mayor grado de aceptación. No obstante, la introducción en el primer acto de un paso a dos, evidentemente diseñado para la exhibición de las figuras en crecimiento, sigue destrozando la estructura narrativa y se ubica entre los desaciertos de la propuesta. Por su parte, la incorporación oportuna de elementos propios de la danza aragonesa por instantes resta levedad a la danza, pero suma matices agradables a la coreografía.
Con el avance del primer acto, la aparición de los nobles que en esta versión son llamados "viajeros", ha progresado en interpretación desde su estreno allá por 2020. Sin embargo, Bathilde, la prometida oficial de Albrecht, sigue carente de la gesticulación presente en otras versiones. Recordemos que con su introducción en escena se debe prever la tragedia en ciernes. En cambio, tanto Hilarion como la madre de Giselle han cobrado fuerza dramática. En este sentido las interpretaciones de Isaac Montllor (Hilarion) y Eva Pérez (la madre) convencieron al público exigente.
Para el final de la primera parte, la tan esperada escena de la locura que desencadena la prematura muerte de Giselle, De Luz incorpora innovaciones atinadas como la sustitución de la espada por un arma de fuego o la lentitud del mismo proceso. Sin embargo, tal y como recuerdo haber dicho cuando hice la reseña del estreno absoluto, el cuerpo de baile es escaso en esta escena y no logra la sinergia que se espera para avivar la tragedia.
Entonces llegó el bosque del segundo acto, en extremo lúgubre con una escena previa que afianza el dramatismo. Giselle baila para salvar los residuos de un amor perdido. Entre sus puntas corre un aliento febril que susurra: "Aunque invisible, al lado tuyo respiro yo".
Superior al primer acto, el momento de las Wilis sigue demostrando la potencia de la Compañía. Allí disfrutamos de un cuerpo de baile sincronizado y de Anastasila Hurska en el rol de Myrtha quien danzó con precisión sin hacer sufrir al virtuosismo.
Y para el final, el aliento de ese amor eterno al que todos aspiramos se inmortaliza con las palabras de Bécquer "… allí donde el sepulcro se cierra abre una eternidad".