Tamara Rojo (Montreal, 1974) tomó las riendas del English National Ballet (ENB) en 2012, tras una larga carrera como bailarina iniciada en España, junto a Víctor Ullate, y continuada en el Scottish Ballet, el Royal Ballet de Londres y el propio ENB donde, en la actualidad, combina su responsabilidad como directora con la de bailarina principal. Desde su incorporación al cargo, tanto la gestión de la compañía como el resultado artístico han resurgido. Hace apenas unas semanas se han trasladado a una nueva sede –amplia, moderna, especialmente creada para las necesidades del ENB– en Canning Town, siguiendo la línea de recuperación de la zona iniciada por el ayuntamiento londinense.
Aunque la compañía mantiene en activo los ballets más tradicionales del repertorio, Rojo también ha apostado por la creación actual, ampliando el registro de sus bailarines y las opciones de sus seguidores. “Mi visión es acercar el ballet y la danza a un publico nuevo que tal vez no haya considerado este arte antes”, explica Tamara Rojo a El Cultural. Por ello no dudó en encargar a Akram Khan (Wimbledon, 1974), uno de los coreógrafos más relevantes del momento, una revisión de Giselle, probablemente el ballet romántico más famoso y trascendental de la historia (que llega el 10 de octubre al Teatro Real).
"Giselle emociona en cualquier época. Sus valores son universales. El amor triunfa sobre la muerte". Tamara Rojo
Esta versión contemporánea –coproducida por el Manchester International Festival y el Sadler’s Wells de Londres, con el apoyo de Giselle Production Syndicate y el Consejo de las Artes de Inglaterra– no ha visto disminuir su éxito en taquilla desde que fue estrenada en 2016. Ni su emisión en vivo en cines la temporada pasada ni su comercialización en DVD han evitado que siga llenando los teatros en todo el mundo. En abril podrá verse también en el Liceo de Barcelona esta producción que cuenta con diseños de Tim Yip, iluminación de Mark Henderson, dramaturgia de Ruth Little, diseño sonoro de Yvonne Gilbert e incorporaciones musicales de Vincenzo Lamagna sobre la partitura original de Adolphe Adam (orquestada por Gavin Sutherland).
Giselle, explica Tamara Rojo, “es la obra romántica por excelencia, donde el amor incondicional triunfa, a través del perdón, sobre la traición y la muerte. Estos son valores universales que pueden emocionar a un público de cualquier época”. Sin embargo, advierte, “en ocasiones la estilización de ciertas versiones clásicas puede hacer que ese mensaje universal se diluya o no logre el impacto que tuvo en su origen en un público acostumbrado a ese estilo de danza”.
Fue precisamente para “recuperar esa emoción, magia y misterio que los primeros creadores de Giselle buscaban” por lo que Rojo volvió los ojos hacia el coreógrafo de origen bangladesí Akram Khan, quien dos años antes había creado con gran éxito para el ENB una pieza que, bajo el título Dust (Polvo), formaba parte del tríptico Lest We Forget (Para que no olvidemos) en conmemoración del centenario de la Primera Guerra Mundial. Khan no solamente tiene un talento especial para la danza narrativa, sino que emplea un lenguaje coreográfico personal e inconfundible que mezcla el kathak –danza tradicional de la India– con la técnica contemporánea.
Un encuentro profundo
“Dust –explica la bailarina– fue un primer trabajo bellísimo que nos permitió conocernos bien, pero Giselle ha sido un encuentro mucho más profundo, más enriquecedor desde todos los puntos de vista”. La versión original de Giselle se estrenó en 1835 en la Ópera de París; contaba con música original de Adolph Adam y coreografía de Jean Coralli –quien creó todas las secciones de grupo– y Jules Perrot, que se encargó de las intervenciones de la protagonista, interpretada entonces por la incombustible Carlotta Grisi. Fue la bailarina, precisamente, la inspiración del poeta Théophile Gautier, quien escribió este libreto para ella, a mitad de camino entre la novela romántica y el poema tenebroso, como declaración de un amor jamás correspondido. Con los años –y tras pasar por las manos del coreógrafo Marius Petipa para sus primeras representaciones en los Teatros Imperiales de Rusia, en San Petersburgo– Giselle se fue convirtiendo en un auténtico tour de force de cualquier bailarina que se precie por la complejidad del personaje; si en el primer acto ha de encarnar a una campesina de corazón frágil y enamorada del príncipe Albrecht –que se hace pasar por plebeyo para acercarse a la joven–, en el segundo será su espíritu convertido en Willi –fantasma destinado a vagar por el bosque y vengarse de quien traicionó su amor– quien finalmente redimirá al descarado príncipe.
Una historia difícilmente trasladable a nuestra sociedad de hoy, pero que Akram Khan ha sabido adaptarla para que la tragedia de sus personajes logre acercarse a la sensibilidad del espectador de este siglo. Para Tamara Rojo, es evidente que “el carácter y la personalidad de la protagonista están condicionados por las diferentes épocas en que discurre la historia; a la Giselle enferma, campesina humilde y sin padre –la del ballet de Gautier– se superpone la Giselle obrera, inmigrante… que también sueña”. Aunque aclara que “no con un príncipe azul, sino con un amor basado en la igualdad y la emancipación”.
"Es uno de esos personajes que encarnan la esperanza. Eso la convierte en líder". Akram Khan
Los campesinos de la Giselle tradicional se han convertido, de la mano de Khan, en obreros que sufren el cierre de la fábrica en la que trabajaban; un muro –que protagoniza la primera escena del ballet– los separa del futuro que soñaron. Gracias al trabajo de dramaturgia de Khan y Ruth Little, el trío protagonista –formado por Giselle, su enamorado Albrecht e Hilarión, el pretendiente rechazado– mantiene la tensión a la que la obra nos tenía acostumbrados. “Hilarión es un superviviente, sabe cómo salir adelante”, explica Khan. No sólo fue el primer personaje sobre el que empezó a trabajar, sino que incluso pensó en superponer su nombre al titulo de la obra, usando letras escritas con sangre. Giselle, sin embargo, “es uno de esos personajes que personifican la esperanza, y eso es precisamente lo que la convierte en líder”, advierte el coreógrafo.
Rojo, una gran Giselle
Tamara Rojo, que se alternará en el papel principal durante las representaciones en el Teatro Real con Alina Cojocaru –uno de los grandes nombres del ballet actual– y la japonesa Erina Takahashi, ha tenido que desprenderse plenamente de su bien conocida interpretación de la versión tradicional de Giselle para meterse en la piel de una heroína del siglo XXI. A pesar de las dificultades que este proceso hubiera podido presentar –Rojo se ha convertido en una de las más célebres Giselle de su generación–, la bailarina reconoce que el camino fue “relativamente fácil, precisamente porque trabajé mucho con Khan el personaje y el contexto narrativo de una obra que sólo conserva el esqueleto de la historia clásica”. La conocida música original de Adam también ha sido “reinterpretada por Vincenzo Lamagna, que al igual que Akram –indica la bailarina– se inspiró en la obra original para crear una composición nueva y de la intensidad emocional que la nueva versión requiere”. Sutiles incorporaciones estilísticas y formales que han hecho más fácil para los bailarines el poder desvestirse del ballet tradicional a la hora de interpretar la nueva coreografía.
Esta revisión de Giselle no fue un reto solamente para los artistas del ENB, sino también para el propio Khan. “El desarrollo de la coreografía supuso un extraordinario experimento de asimilación de lenguajes”, explica Rojo, “incluyendo el trabajo de puntas, al que Akram no se había enfrentado nunca hasta entonces”. Bailarinas en puntas que no aparecen en escena hasta el segundo acto: el primero nos presenta bailarinas carnales, obreras, que pisan suelo y pretenden ser uno más de nosotros; pero tras la muerte de Giselle, las instalaciones de la fantasmagórica fábrica abandonada se llenan de espíritus vengativos a la espera de una nueva víctima sobre la que descargar su ira.
“El segundo acto de la Giselle original es fantástico; es sagrado, espiritual… todo eso ya estaba ahí, aunque en esta versión las willis son más peligrosas”, afirma Akram Khan. Armadas con varas que simbolizan poder, violencia e incluso justicia, las willis de Khan son mujeres que bailan en puntas, y con su silueta descarnada de pelo suelto y mirada de cristal, no muestran piedad. Khan apenas había visto una vez la Giselle romántica cuando empezó a trabajar en su revisión del ballet. “Era muy importante para mí respetar el original”, explica el coreógrafo, que se enfrentaba aquí a su primera obra de noche completa. La indignación que sentía ante la crisis migratoria y el derrumbamiento mortal de una fábrica en Bangladesh, sirvieron como detonador de una obra en la que el coreógrafo ha jugado con su propio bagaje dancístico mientras se aprovechaba del vocabulario clásico de los bailarines.
Una compañía ecléctica
La agrupación de hoy, en cualquier caso, tampoco es la misma que él había conocido dos años antes. “El ENB es ahora una compañía mucho más ecléctica”, indica su directora. “Hemos ampliado nuestras perspectivas y con ello el lenguaje que empleamos”. En todo este proceso, añade Rojo, “Kham ha hecho una notable aportación, puesto que bailar sobre fundamentos tan alejados a nuestro vocabulario académico como es el kathak ha sido muy positivo”.
El aficionado identificará ciertas melodías de la Giselle original, como también la culpa y la desesperación del príncipe Albrecht, pero sobre todo, este ballet incide en acercar el drama humano que sobrevive a los siglos y ese es, precisamente, su mayor valor: la emoción que nos provoca la Giselle de Khan parte de la fuerza de los sueños, el amor, la traición y el perdón, como elementos que nos han acompañado desde siempre. “Esta Giselle”, insiste Tamara Rojo, “es una obra con una carga de sensibilidad y belleza tan fuerte como la versión tradicional”, pero además, “recoge el latido social de nuestro tiempo”.