La historia de Los chicos del coro tiene varias vetas que la conformaron. Hablamos, sí, de la película de Christophe Barratier (París, 1963) que fue un fenómeno masivo en 2004, con hitos como la venta de nueve millones de entradas en Francia y con Beyoncé cantando la canción más popular de su banda sonora, Vois sur ton chemin, en la ceremonia de los Oscar de 2005. Barratier, sentado en el patio de butacas del Teatro La Latina, reconstruye su génesis para El Cultural. Empieza así: “Mi padres se separaron pronto y pasé largas temporadas viviendo con mi abuela, cuando tenía cinco o seis años. Un poco más mayor, con nuevo o diez, estuve en un internado cerca de París, en el campo”.
Esa evocación ya nos va acercando a la atmósfera del Fond d’Étang, el internado en el que los niños cantores del filme encandilan a propios extraños con su voces angelicales. “Yo también formaba parte de la escolanía. Mi tesitura era de soprano. Ha cambiado mucho con el tiempo....”, apostilla entre risas. Tiempo después de salir de aquella institución académica que describe como "siniestra", a finales de los sesenta, la abuela le dio a conocer la película La cage aux rossignols (1945) de Jean Dréville. En ella, un profesor intentaba que los críos enclaustrados en una especie de orfanato encontraran una vía de expresión y de alivio frente a entorno hostil mediante la música. Un experimento pedagógico que funciona de maravilla a pesar del escepticismo del director, más dado a la imposición de severos castigos para ahormar a los muchachos.
“Me emocionó profundamente, y se me quedó grabada en la memoria”, explica Barratier, hijo de la actriz Eva Simonet (La Grande Bouffe, Kung-Fu Master). Tanto que al final decidió estrenarse como director de cine haciendo una versión propia de esta fábula de emancipación a través del arte canoro. Y dio en la diana. Barratier trasvasó los acontecimientos al año 1949. A una Francia pues todavía bajo el trauma de la Segunda Guerra Mundial. “Dejó unos cien mil huérfanos en el país. Todos eran niños con heridas psicológicas muy graves”.
Es una circunstancia que se filtra en la cinta, que emparenta con la maravillosa Adiós, muchachos de Louis Malle, aunque está esté ambientada durante la guerra, en los años 1943 y 1944, con los nazis todavía 'purgando' judíos en suelo francés. Los niños, desprovistos de sus progenitores caídos en el frente, acabaron en instituciones que se armaron a la carrera para darles cobijo en la intemperie posbélica. “Se reclutaron corriendo a muchas personas para tenerlos a recaudo pero que carecían de una formación adecuada para tratarles”, explica Barratier. Cayeron pues en manos de desaprensivos como Rachine, el director del Fond d’Étang, un tipo frustrado que paga su rencor con los muchachos, a los que somete a su credo punitivo: acción-reacción.
“Rachine castiga y castiga. Mientras que Clément Mathieu les enseña qué significa la palabra responsabilidad: si rompen algo, por ejemplo, deben repararlo. Pero no les castiga”, señala Barratier. Se refiere al profesor que recala en el internado para hacer una sustitución puntual pero que, al final, se mete a los niños en el bolsillo con su generosidad, su afecto y su diplomacia docente. También con su brillante idea de armar un coro en el que los pequeños encuentran una motivación dentro de su gris cotidianidad. La iniciativa funciona, vaya si funciona. Consigue activar su empatía, su solidaridad, su sentido de la disciplina y el respeto a la jerarquía.
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Mathieu es asimismo un hombre frustrado, como Rachine, pero el dolor interno (sus composiciones musicales no han encontrado ningún eco) no se revuelve contra lo inocentes infantes, como sí hace el temible Rachine. Dos maneras de enseñar, dos formas de estar en el mundo y afrontar los reveses de la vida. Barratier quería eso para su versión: un músico desencantado por haber conseguido el más mínimo reconocimiento. Para él, la música es fundamental porque también estudió guitarra clásica en la École Normale de Musique de París.
De hecho, compuso las letras de las preciosas canciones de la película, y varias de las partituras, una tarea en la que colaboró mano a mano con el compositor Bruno Coulais. “Queríamos que fuese una música ambigua en lo estilístico, ni clásica ni de vanguardia”, confiesa el cineasta galo, que ha venido a España para ver el musical elaborado a partir de su largometraje. Ya figura en cartel en el Teatro La Latina, y está llamado a arrasar estas navidades visto el fervor emocional mostrado por público en las primeras representaciones (el personal llora a discreción). En el elenco, Natalia Millán, Jesús Castejón, Rafa Castejón, Eva Diago…
En Francia, el musical fue también un éxito. Aquí se reproduce el modelo de allí, aunque, al contrario de lo que sucedía en la película, las canciones se han trasvasado al español. Pedro Víllora ha sido el encargado de hacerlo. El espectáculo fluye, tiene ritmo, amén de algún dúo almibarado entre los personajes adultos, que a los niños se les empalaga un poco. Pero se antoja como un reclamo imperdible y edificante dentro de los planes escénicos de la campaña navideña.
Que incorpora, por cierto, a un grupo de niñas que no estaban en el filme. Barratier las quería para las canciones, “porque sus voces tienen mayor potencial a esa edad”. De hecho, en el disco de la banda sonora que se comercializó está grabado por un ensemble dividido a 50% entre ambos sexos. La excusa para incrustarlas es el incendio de un orfanato femenino cercano al Fond d’Étang. Las residentes femeninas son repartidas por otras instituciones similares de la zona. Cuatro de ellas aparecen así entre Los chicos del coro. “Fue una decisión de entrada que tenía un objetivo musical pero al final me encanta que haya niñas también en la historia. Además, son niñas duras de pelar, que no se dejan someter en ningún momento”.