Norma es una obra maestra indiscutible del mejor Vincenzo Bellini, aún tan joven cuando la compuso. Trata, es cierto, un asunto poco original –un triángulo amoroso con infidelidades y engaños sobre el fondo histórico de la ocupación romana de las Galias, hacia el año 50 antes de Cristo–, pero lo hace con adecuada administración y gradación de los tiempos y una buena planificación de acontecimientos dramáticos, que no evitan ciertas caídas de tensión y algunas soluciones un tanto facilonas.

En el momento en el que tras la introducción sinfónica y el aria y cabaletta de Pollione aparece el personaje central y, tras un hermoso recitativo acompañado –como todos los que alberga la partitura–, canta la famosa cavatina Casta diva, la magia empieza a producirse.



Un punto de inflexión importante y representativo de la manera compositiva de Bellini. Esta aria impagable es pieza capital que necesita, en puridad, una soprano de aquellas ya prácticamente extinguidas denominadas dramáticas de agilidad. Como la creadora de la parte en 1831, Giuditta Pasta.

Esta producción está situada en un contexto de una religión opresora y se cambia la época de la acción original

En las representaciones anunciadas en el Liceo de Barcelona, que comienzan el próximo 18, concurren alternándose tres buenas sopranos, ninguna poseedora de ese tipo vocal, pero cantantes muy valiosas: Marina Rebeka, lírica con cuerpo, de brillante timbre y actriz probada; Sonia Yoncheva, de material más rico e interesante, y la joven Marta Mathéu, que en principio parece en exceso lírica para servir la parte. Pero es cantante aplicada, afina y emite con rectitud. Será interesante comprobar su prestación.



El procónsul romano Pollione está encomendado a dos tenores muy interesantes: Riccardo Massi, de voz penumbrosa y vibrante y agudo bien proyectado, y el canario Airam Hernández, de timbre caluroso, buen arte de canto y amplitud relativa en zona alta. No emparentan con los antiguamente llamados baritenores, especie vocal a la que pertenecía el creador de la parte, Domenico Donzelli, pero hoy son muy adecuados.

Como Adalgisa se anuncian Varduhi Abrahamyan, de tinte oscuro y materia espesa y densa, en cercanía a los terrenos de la contralto, y la más ligera Teresa Yerbolino, de reflejos áureos y variados, a quien hemos escuchado sobre todo en el repertorio barroco. Dos buenos elementos. Los aceptables bajos cantantes Nicolas Testé y Marko Mimica completan los principales papeles. Nuria Vilà y Néstor Losán atienden las partes secundarias de Clotilde y Flavio.

En el foso estará un director muy afín a este repertorio, el venezolano Domingo Hindoyan, hábil en la concertación y dotado de instinto teatral, marido por cierto de Sonya Yoncheva. Todos ellos se moverán y actuarán de acuerdo con los criterios del director de escena Àlex Ollé, que hace poco ha representado en Madrid Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, demostrando de nuevo su inventiva y sus dotes teatrales.



Esta producción de 2016 de la Royal Opera House de Londres, según se nos dice, sitúa a la sacerdotisa en el contexto de una religión opresora explotando el conflicto entre los deseos individuales y los de la comunidad. Sus dudas y su fragilidad aparecen como resonancias contemporáneas ante una religión entendida como fanatismo, ley inflexible e instrumento ciego. Una propuesta que lleva, como en tantas producciones contemporáneas, al cambio de época de la acción original.