"Esta es una historia triste, porque acumula miles de historias tristes, casi todas de hombres jóvenes, españoles y rifeños, envueltos en una guerra colonial sin ningún sentido para los españoles y casi todo el sentido para los rifeños, que defendían su casa, su tierra y querían volver a su independencia, discutible como todas, pero suya”. Jorge M. Reverte retrataba así la guerra del Rif (1909-1927) en El vuelo de los buitres (Galaxia Gutenberg), un conflicto por el que se desangraría la historia de España a través de dolorosas y nunca bien cerradas heridas como el Desastre de Annual, del que conmemoramos este año su centenario.
“Lo fundamental es recordar, conocer y analizar por qué se llegó a aquella enorme sangría”. Laila Ripoll
Un acontecimiento de esta naturaleza no podía pasar inadvertido para el teatro y menos aún para los ojos de Laila Ripoll y Mariano Llorente, tándem formado hace ya más de treinta años que pilota el proyecto Micomicón con una coherencia y una determinación ajena a los líquidos tiempos que corren. Ellos han sido los responsables de fijar el recuerdo de los españoles que sufrieron la tortura y el olvido en Mauthausen con la obra El triángulo azul (2014), Premio Nacional de Literatura Dramática, y de poner sobre el escenario los desaparecidos de la Guerra Civil con el montaje Donde el bosque se espesa (2018). El CDN y el Teatro Español fueron testigos.
Ahora, sin apartarse del camino de la historia y culminando una suerte de trilogía de la memoria, llevan este viernes, 10, Rif (de piojos y gas mostaza) al Teatro Valle-Inclán, un vibrante relato que sus creadores califican de tierno, bello, divertido y plástico, aderezado con no pocas dosis de “mala leche”.
La directora Laila Ripoll, al frente también del Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, reconoce a El Cultural la necesidad de “hurgar” en el colonialismo español, en un episodio capital de nuestra historia que considera desconocido para la mayor parte del público y que ha marcado a fuego los conflictos que han llegado hasta nuestros días.
“Más que el ‘desastre’–puntualiza Ripoll– yo diría que la campaña africana en general fue el origen de todo lo que sucedió después: la huida de Alfonso XIII, la proclamación de la República, el golpe de Estado, la guerra, la dictadura… No se comprende la extrema crueldad de la Guerra Civil, la saña contra los vencidos, el aniquilamiento del enemigo, los bombardeos a los mercados y la población civil, sin tener en cuenta lo sucedido en el Rif unos años antes”.
Llorente completa el análisis señalando las particularidades del conjunto de militares que protagonizó el conflicto: “En aquella guerra se conformó, aunque ellos no lo sabían en ese momento, el germen del grupo que una década después dio el golpe de Estado que provocó la Guerra Civil. A partir de ahí se podría hablar de muchas cosas: de la manera de entender España, de la apropiación de la palabra, de la corrupción generalizada durante el franquismo, de una virilidad horriblemente mal entendida, de una hombría que engendra el monstruo de la violencia… Antes de la brutal represión de Asturias, antes de los bombardeos de Durango, de Guernica, de la Desbandada de Málaga, ya lo hicieron con los rifeños…”
Hasta aquí su visión de la historia. Pero ¿cómo la han llevado al escenario? Los protagonistas de Rif son tres soldados del ejército español que se van a encontrar en tierras africanas después del Desastre de Annual. Ellos representan a los miles de jóvenes españoles que fueron sacados de sus hogares. A través de sus historias, de sus relatos y de sus vivencias recorrerán Igueriben, Zeluán o Monte Arruit, nombres, lugares, por los que respiró el derrumbe. Pero estamos en unos años en los que Valle-Inclán publica Luces de Bohemia (1920) y el esperpento entra de forma irreversible en el ADN de nuestra cultura, de nuestra forma de pisar, de ver y de entender el mundo.
Ripoll y Llorente se van al madrileño Callejón del Gato para utilizarlo de prisma. Podrían haber retratado el fragmento roto de esta historia de forma documental pero han preferido acudir a lo grotesco para formular su relato: “Tenemos una inevitable tendencia a la deformidad porque contamos realidades deformes, feas. Estamos hablando de esa misma época, de esos mismos militares y de esa misma España que vivió Valle. Laila siempre ha jugado en sus textos con el humor y con la crueldad. En El Triángulo azul contábamos el horror indescriptible de un crematorio nazi en un número musical de zarzuela. Aquí estamos hablando de una realidad insoportable: hay que hacer el esfuerzo de imaginar que cualquiera de nosotros lleva a su hijo de 19 años a una guerra de la que muy probablemente no volverá”.
Para Ripoll, que en estos momentos se encuentra en plena fase de adaptación teatral de Tea Rooms, la novela de Luisa Carnés, la campaña de África tuvo mucho de esperpento: “Los personajes, su culto a la virilidad y a la genitalidad… todo tiene un componente grotesco que es imposible evitar. También cruel y doloroso pero reflejado todo en un espejo cóncavo”.
La interpretación de Arantxa Aranguren, Néstor Ballesteros, Juanjo Cucalón, Ibrahim Ibnou Goush, Carlos Jiménez-Alfaro, Mateo Rubistein, Sara Sánchez, Jorge Varandela y el propio Llorente se encarga de alimentar el esperpento en una escenografía elaborada por Arturo Martín Burgos. El café cantante y el blocao, el pasodoble y el almuédano, el aduar y la marcha militar, el prostíbulo y el barranco, el casino, la aguada, la emboscada, la bayoneta, la gumía, la sed, el cuerpo calcinado, la cabeza cortada… Lo importante para Ripoll es no olvidar. “Tenemos que recordar, saber y conocer por qué sucedió aquello, qué nos llevó a esa sangría y qué consecuencias trajo”. En la misma sintonía, Llorente reivindica la memoria: “De olvidar aquellos sucesos, nada. Y de celebrarlos, menos. Está todo por saber, todo por contar. Por eso hemos hecho este espectáculo”.