A Jesús Torres (Zaragoza, 1965) se le presenta un 2021 intenso. Tras la ‘gran interrupción’ del año anterior, los proyectos congelados empiezan a abrirse camino hacia los auditorios y los teatros. Veamos… En marzo, Sortilegio, su pieza ad hoc para la flauta de Emmanuel Pahud, sonará en la flamante Boulez Saal de Berlín, en un recital programado por Daniel Barenboim. En la próxima Semana Religiosa de Cuenca volverá a sacarle partido musical al Apocalipsis de San Juan. Por otro lado, la Sinfónica de la Ciudad de Zaragoza y la del Principado de Asturias tienen previsto acometer sendas piezas orquestales suyas. Y en mayo verá la luz –escénica– su versión operística de Tránsito, confeccionada a partir de una obra teatral de Max Aub. Antes de todo eso, este viernes, el sábado y el domingo la Orquesta Nacional, bajo la batuta de Jaime Martín, interpretará El triunfo de Baco, última parte de su tríptico velazqueño galardonado con el Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA.
Pregunta. ¿Fue en el mismo Prado donde le vino la necesidad de componer este sugerente trabajo?
Respuesta. Así es, he vivido gran parte de mi vida muy cerca de El Prado y he sido un visitante leal, aunque reconozco que lo que más me interesaba era empaparme de Goya y El Bosco. Había excepciones, claro está, y una de ellas era sin duda el Cristo crucificado de Velázquez. La idea primigenia fue hacer una pieza sobre esta pintura –tan serena y dramática a la vez– que posteriormente se convierte en la parte central de la obra; faltaba acompañarla de otros dos movimientos, el inicial, exuberante y sensual, La Venus del espejo, y finalizar con una pieza orgiástica, El triunfo de Baco.
P. Que la toque la Orquesta Nacional debe de ser particularmente gratificante, ¿verdad?
R. Sin duda. La orquesta está en un momento espléndido. Se ha renovado la plantilla muchísimo (con esta joven generación de intérpretes tan brillantes que tenemos) y está siendo dirigida por magníficos directores; así es que sí, estoy muy feliz por esta nueva interpretación.
P. Gratificante es también que su ópera Tránsito llegue al público de las Naves del Español, en una coproducción con el Teatro Real. ¿Por qué, dentro de la dramaturgia de Aub, escogió esta obra en concreto?
R. Su teatro breve me parece apasionante, muy en particular el que escribió al llegar a México al terminar la Guerra Civil. Tránsito pertenece a este ciclo cuyo tema central es la idea del retorno, que era la obsesión de los exiliados tras la guerra. El complejo de culpa por la huida, la angustia del destierro –“El mañana no es día, sino noche sin fin”–, la tragedia de Alfredo, uno de los protagonistas, es, en definitiva, la incapacidad de no asumir la realidad. En cierto momento nos acerca a Jorge Luis Borges y su cuento Las ruinas circulares. Hay un juego onírico en el conflicto dramático que, en cuanto lo leí, inmediatamente intuí sus posibilidades operísticas.
Lejos de la voz contemporánea
P. El libreto es suyo también. ¿Cuál ha sido su intervención en el texto original?
R. El libreto es el texto de Max Aub con pocos cambios por mi parte. Pensé que la colaboración de un libretista que poetizara el texto habría hecho perder su autenticidad, lo directo que es. Es un reto poner música a un texto que no es especialmente poético. En la gran poesía la música forma parte de ella, así es que solo hay que darle un empujoncito. En este caso, donde el lenguaje es coloquial, rudo en ocasiones, he creado unas líneas melódicas alejadas de lo que consideramos como la voz contemporánea: expresionista, cromática, de grandes saltos. La elaboración es, en esencia, diatónica, donde el significado del texto tiene máxima importancia, y su escucha, nítida.
“El teatro breve de Max Aub es apasionante. Ciertos momentos de 'Tránsito' se acercan al Borges de 'Las ruinas circulares'”
P. “La distancia engendra impotencia”, dice en un momento el otro protagonista, Emilio. Los exiliados españoles acabaron siendo una generación impotente, cercenada en sus afectos, pero muy fecunda en el plano creativo. ¿Cuánto es la segunda circunstancia consecuencia de la primera?
R. Los republicanos que se exiliaron en México fueron en muchos casos lo más granado de la cultura española de entonces: pensemos en Buñuel o Zambrano, por ejemplo. Y sí, es cierto, el dolor estimula la creatividad, eso lo sabemos todos los que nos dedicamos a la creación artística. Pongo dos ejemplos: Desolación de la quimera de Cernuda y Signos del ser de Prados, extraordinarios poemarios que se escriben en estas circunstancias.
P. Usted, por suerte, aunque vive en Madrid cada vez es más profeta en su tierra. La Sinfónica de la Ciudad de Zaragoza le ha encargado una obra. ¿Qué tipo de trabajo pretende ‘entregarle’?
R. En la pasada temporada me nombraron compositor residente y presenté Cinco momentos de Medea, sobre un texto de Fermín Cabal, para voces solistas, coro femenino y orquesta. Este año estrenaré una nueva obra orquestal, Ruinas de Belchite, donde un gran pintor aragonés, Sergio Abraín, colaborará con un vídeo del pueblo derruido (¡también durante la Guerra Civil!).
Flauta bajo un sortilegio
P. Fuera de España protagonizará una incursión en la vanguardista Boulez Saal, de la mano de Emmanuel Pahud, que preestrenará su Sortilegio. Un lujo sonar en ese espacio mutante, llamado a ser el molde de los auditorios del futuro, ¿no?
R. Desde luego. Paco Lorenzo, director del CNDM, me encargó una obra para Pahud que debería haberse estrenado en enero pasado en el Reina Sofía. No fue posible por enfermedad del flautista, y se pasó a junio en el Auditorio Nacional. Como estábamos confinados, también se canceló. Barenboim acabó programando a Pahud en la Boulez Saal en marzo de este año y este pensó que era la ocasión ideal para presentar por primera vez mi Sortilegio.
P. Hace poco nos decía Jesús Rueda, compañero suyo de generación y ‘oficio’, que España no es un país para compositores. ¿Lo suscribe?
R. Presto mínima atención a si soy valorado poco o mucho. ¡Ya bastante tengo con ocuparme de componer!