Una vida americana y La resistencia han hecho que Lucía Carballal sea una de las autoras que más expectación despierta ante el estreno de un nuevo título suyo. Al que le toca ahora es a Las bárbaras, que descorchará este miércoles en el Teatro Valle-Inclán. Es una obra que nace de conversaciones con Ernesto Caballero. El director del CDN estaba deseoso de incluirla en su programación y le ofreció libertad para hacer lo que quisiera. Al final consensuaron que una buena idea sería darles cancha a las estupendas actrices de más de 50 años que hay en España y que apenas cuentan con oportunidades en papeles protagonistas. “Pertenecen a la generación de mi madre, por la que siento una gran curiosidad y fascinación. Mujeres que fueron educadas bajo el franquismo, que atravesaron la Transición y que hoy tienen nietos cuyas vidas no se van a parecer nada a las suyas y muchas veces le parecen incomprensibles”, explica a El Cultural Carballal. Las elegidas para defender sobre las tablas su texto son Ana Wagener, Amparo Fernández y Mona Martínez. A las que hay que sumar un reclamo atractivo: la presencia de las vocalistas Maria Rodés y Tulsa, que se alternan el misterioso papel de la cantante.
Son mujeres a las que les ha pillado con cierta edad y mucha experiencia la eclosión masiva del movimiento feminista. Un fenómeno social que les ha obligado a repensar sus vidas. Es lo que hacen las tres protagonistas, reunidas en un hotel (de estética setentera, la época de sus correrías juveniles) para afrontar el duelo por la muerte de una amiga común, Bárbara, mucho más joven que ellas (35 años) y una especie de espoleta que las ha obligado enfrentarse a su pasado. De noche, antes de dormir, Encarna, Carmen y Susi conversan sobre sus renuncias, dilemas, frustraciones, deseos, esperanzas... Afloran diversas perspectivas de la feminidad. Ese trío se presenta como una síntesis de todas las maneras de ser mujer en este mundo a sus años: la madre y abuela apegada, la despegada, la emprendedora, la dependiente de su marido, la que ha rehuido la maternidad para apretar fuerte en su carrera profesional, la que ha encontrado presuntamente la felicidad en el redil doméstico, la que ve la pureza feminista como una secta arrogante e inquisitiva, la que toma esa ola como una oportunidad para liberarse de ciertas ataduras patriarcales… El cruce de todos esos puntos de vista redunda en una conversación rica en matices y de profundo calado existencial, que, en el fondo, trasciende el marco femenino para enfrentarnos a conflictos que van más allá de los sexos.
Confiesa Carballal, muy absorbida también por el frente televisivo (es guionista de Vis a vis), que quería escribir una obra más ligera que La resistencia. “Es que esta me condujo a una región muy oscura”, describe. La que habitaban una pareja de escritores entre los que la admiración y el amor no terminaban de acompasarse. No está claro que lo haya conseguido porque Las bárbaras también transita por territorios espinosos pero sí es cierto que hay una vocación clara por el humor. La esgrima verbal entre ellas, con sus reproches y resentimientos enconados, se salpimenta con la ironía cómplice que posibilita su prolongada cercanía durante décadas. Reír en la discrepancia es el triunfo de la amistad, al cabo el tema central de este trabajo.
Hay un esfuerzo asimismo por relativizar los cánones, los de antes y los de ahora. “No hay modelos generales que sean aplicables indiscriminadamente a todas la mujeres. Juzgar puede ser muy injusto cuando no se conocen todos los recovecos de una vida. Además, la naturaleza humana es contradictoria”, señala Carballal, que, de alguna manera, concibe esta pieza como una conversación con su madre. “Desde mi generación hemos juzgado a la suya con quizá demasiada severidad, porque muchas de ellas no han alcanzado una independencia económica respecto a sus maridos y se volcaron en la maternidad. Pero mujeres como yo, que están en el otro lado, que nos debemos religiosamente a nuestro trabajo y sacrificamos aspectos personales, nos preguntamos a veces si ese es el camino acertado”, añade la dramaturga y guionista, que tuvo a Mayorga como uno de sus más influyentes maestros.
“El feminismo -alerta- es en sí mismo un movimiento positivo y liberador pero hay que tener cuidado porque no se trata de cambiar unos estereotipos por otros”. Ella misma ha tenido la sensación alguna vez de incurrir en ese trueque homogeneizador. Como si a las mujeres que había que dar realce ahora era sólo a las ‘empoderadas’. Contra esa deriva, reivindica la complejidad humana, que es la que debe asomar en el escenario. Y el pensamiento crítico y libre. “Vivimos un momento muy interesante, donde todo se está poniendo patas arriba. Es importante que pensemos bien qué sociedad queremos construir. Y en ese debate el teatro debe hacer su aportación”.