Se dan cita por estas fechas en la cartelera nacional dos óperas verdianas de primera época, la de los famosos años de galera, basadas en sendos dramas de Friedrich Schiller: por orden cronológico, Giovanna d’Arco y Luisa Miller. Ambas aparecerán en los escenarios del Teatro Real y del Liceo el mismo día: este domingo, 14 de julio.
Son nada menos que cuatro óperas de Verdi las que descansan en libretos basados en dramas de Schiller. La primera, Giovanna d’Arco (La Scala, 15 febrero, 1845), sobre Die Jungfrau von Orleans (1801), con libreto de Solera, no fue precisamente un logro. El músico conocía poco aún la obra del literato. El libreto no se acerca realmente a lo más auténtico de la pieza de Schiller. No se trata ni de lejos el caso de un pueblo que se rebela contra el ocupante extranjero ni contempla tampoco la exaltación de la idea de nación, que era una de las cosas que en principio habían podido entusiasmar al compositor. Lo que no quiere decir, por supuesto, que no posea sus virtudes e incluso un cierto encanto, a veces más donizettiano que verdiano.
Verdad es que en ella falta ese melodismo fulgurante tan propio del músico de Busseto y que lo despega definitivamente, entre otras cosas, de sus antecesores y le da esa inviolable categoría dramática rompedora e incluso revulsiva. Pero la melodía de esta ópera, elegíaca, tierna, suave y ligada, raras veces altisonante o por completo vulgar, está provista de un extraño tipo de pureza desnuda no perjudicada por una orquesta que se pliega en general a su limpio trazo y que enjuga la debilidad del libreto y la pobreza de la situaciones dramáticas. Hay frases realmente memorables y muy exigentes, como ese soberano recitativo Oh, ben s’addice de entrada y aria subsiguiente Sempre all’alba de Giovanna o ese comienzo del dúo del finale del primer acto, Vieni al tempio, entre ellas. Esta última particularmente es de esas melodías que acaban persiguiéndole a uno durante semanas. He ahí la impronta verdiana.
'Giovanna d’Arco' contiene melodías de las que te persiguen varias semanas tras escucharlas. 'Luisa Miller' es un anticipo del gran Verdi
Naturalmente, el principal atractivo para el público de las dos únicas funciones, en las que la composición se va a ofrecer en versión de concierto, es la habitual y consabida presencia del tenor Plácido Domingo en esta nueva etapa en la que canta como barítono, lo que es mucho más cómodo para él. Canta la parte de Giacomo, el asendereado padre de Giovanna, que será interpretada por la soprano lírica Carmen Giannattasio, de bien esmaltado timbre y extensión adecuada. A su lado, como Carlos VII, el tenor Michael Fabiano, de fácil agudo y sobrias maneras (recordamos su buena prestación en I due Foscari, también al lado de Domingo). Dos buenos cantantes españoles completan el escueto reparto: el tenor Moisés Marín (Delil) y el bajo Simón Orfila (Taldot). La segura batuta verdiana de James Conlon, que siempre ha dado buen juego en el Teatro madrileño, controlará el imaginario foso.
Compositor experto y cuidadoso
Tras La battaglia di Legnano, de 1849, Verdi había de atender un nuevo compromiso con el San Carlo de Nápoles. Hubo sus idas y venidas y, finalmente, Salvatore Cammarano puso sobre la mesa el drama Intriga y amor, del autor germano, que el compositor había tenido en mente con anterioridad, aunque, resalta Gabriele Baldini, las situaciones concretas que en él se planteaban fueran muy distintas a las que había venido poniendo en música hasta ese momento. Pero Schiller era ya para él un viejo conocido gracias a Giovanna d’Arco e I masnadieri. Con el dramaturgo y poeta ya sabemos que volvería a contar en el futuro.
Luisa Miller (Nápoles, diciembre de 1849) es una obra de transición, que circula en sus dos primeros actos por senderos en parte trillados, aunque con algunos números valiosos, en los que se va perfilando la madurez del compositor, y un tercero en donde la inspiración y la originalidad de la mano creadora eleva el nivel y se sitúa en los aledaños de ese nuevo lenguaje dramático-musical que explotaría en la trilogía de principios de los cincuenta: Rigoletto, Il trovatore y La traviata. Para Massimo Milla, en Luisa Miller descubrimos de nuevo al gran Verdi "en los pasajes más áridos, los de diálogo apretado y absolutamente carente de efusiones sentimentales. El Verdi más experto y cuidadoso, creador de un recitativo flexible y expresivo, que se integra activamente en la orquesta". En esta obra burguesa se da ya ese paso hacia la atmósfera más recogida, en parte esbozada en I due Foscari. El conjunto de esta ópera tiene sin duda otro aire, pese a que no se abandonan las reglas clásicas. Las pasiones, explica Baldini, "se desarrollan de manera más íntima, casi impúdica, pero no por el abandono a la expresión más inmediata".
Sólido equipo vocal que cuenta, en primer lugar, con dos protagonistas de excepción: la soprano lírico-spinto canadiense Sondra Radvanovsky, muy querida en las Ramblas, sobre todo tras su Maddalena de Coigny de la pasada temporada, que posee una técnica probada y un arte exquisito para el filado y la frase intensa. Tiene mucho que cantar la parte protagonista, que ha de ir del juego ligero, emparentado con L’elisir d’amore donizettiano a la escena dramática de gran formato del último acto. Su pareja será el tenor polaco Piotr Beczala, un artista seguro, de franca emisión y cuidado fraseo. El padre de Luisa se lo reparten el estadounidense Michael Chioldi –que interpretara a Gérard de la citada Chénier–, voz grande no poco engolada, y el onubense Juan Jesús Rodríguez, de enorme pegada y emisión canónica.
Dos bajos consistentes, no muy refinados, Marko Mimika y Marco Spotti, harán el desagradable papel de Wurm, mientras el Conde Walter estará en las voces de Dmitry Belosselskiy y el veterano Carlo Colombara y Federica en la notable J’Nai Bridges –ganadora de un Viñas– y la camaleónica Sonia Prina. Eleonora Buratto, en su nueva etapa de soprano de ancho aliento, se alterna con Radvanovsky y el arrostrado Arturo Chacón-Cruz con Beczala. En el foso se situará el venezolano-suizo Domingo Hindoyan, de talento ahormado en el famoso Sistema de Abreu y de técnica de batuta muy suelta, en camino de centrar sus cualidades dramáticas. El director de escena es el ocurrente y variopinto Damiano Michieletto, que, en esta producción de la Opernhäus de Zürich, concentra la acción en el drama de los dos protagonistas, Rodolfo y Luisa, cuya inocencia se ve marcada por la autoridad paterna, vistos en paralelo con los dos niños que nunca han dejado de ser. La puesta en escena se ubica en los tiempos del prerromanticismo alemán. Veremos.