Alberto Conejero. Foto: Michael Oats
El recuerdo del teatro se parece al recuerdo de las hogueras. Como estas, alumbra poderosamente cuando está sucediendo, pero su forma exacta se pierde al consumirse. Permanece la profunda e inasible impresión en aquellos espectadores que compartieron una llamarada irrepetible. Cuando una función teatral alcanza el corazón de una persona, algo de su mirada queda hondamente transformado; de ahí, la fiera resistencia del teatro siglo a siglo.Los registros audiovisuales y objetuales, las memorias, entrevistas y diarios de sus artífices, la crítica y los estudios teatrales, etc. testimonian este fulgor irrepetible y alientan nuevos fuegos. Como no hay presente que no nazca desprovisto de pasado, la mirada sobre el teatro que ya fue debiera ser siempre promisoria del teatro que será.
Aquí siguen, por tanto, algunos apuntes sobre las dos últimas décadas del teatro en España. Desde este momento aclaro que solo es una mirada, la mía, de entre las infinititas miradas; la de un dramaturgo de cuarenta años nacido en Jaén, pero que ha vivido y desarrollado su carrera en Madrid. Estos apuntes personales no se presentan como una relación objetiva, ni como una nómina infalible ni un podio de logros. Pido disculpas por las inevitables ausencias y omisiones.
Hace veinte años estaba en el ecuador de mis estudios de Dirección de Escena y Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Esto pudo ocurrir primero gracias a la existencia de una educación pública de calidad y luego por la implantación, desarrollo y dignificación de las Enseñanzas Artísticas Superiores en centros ya con larga historia. Muchos de los creadores actuales (Carlota Ferrer, Ana Zamora y Alfredo Sanzol…) se formaron en la RESAD, otros en el Institut del Teatre (Roger Bernat, Josep Maria Miró, Carlota Subirós, Julio Manrique…) o en el resto de escuelas. Han sido puente y pértiga de muchas vocaciones, aunque, por supuesto, no excluyen otros caminos de formación, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Los festivales han forjado en estas dos décadas un vínculo poderoso entre los territorios, el tiempo y la escena, logrando que en muchas ciudades y pueblos el teatro sea de nuevo un rito colectivo, una ocasión propicia señalada en los calendarios. Estos festivales nos permiten crear nuevas miradas sobre la tradición o nos muestran el teatro del hoy y del mañana. Multiplican las teatralidades y sirven de puente entre culturas. Hablo de Temporada Alta, del Festival de Teatro Clásico de Almagro, del Grec, del Festival de Otoño de Madrid, del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, del Festival del Teatro Iberoamericano de Cádiz, de la Fira de Tàrrega, del Surge, del FIOT, del Festival de Otoño de Jaén, de la Muestra de Autores de Alicante, y de tantos y tantos otros, algunos ya desaparecidos o con otras denominaciones. Menciono en este punto el programa Iberescena, que ha permitido ensanchar nuestro espacio de imaginación y de creación, construyendo una comunidad teatral más rica.
El teatro, como escribió Lorca, es un claro termómetro espiritual de la sociedad. Las graves crisis económicas del país -que son siempre éticas, colectivas y también emocionales-, el avance de las lógicas implacables del mercado, enemigas de lo humano, y su capilaridad e influencia en todas las estructuras e instituciones han sacudido sin remedio al teatro.
Los recortes presupuestarios y la subida del IVA cultural en este tiempo han afectado a los grandes centros de creación públicos (en mayor y menor medida), pero, sobre todo, han golpeado con severidad a los hombres y mujeres que tratan de vivir de y en este oficio, que es demasiadas veces oficio de intemperie. Basta con leer los informes publicados por AISGE y otros colectivos para atemperar los discursos complacientes y para perseverar en las reclamaciones; de ahí que debamos combatir la peligrosa idea de que el estallido del denominado teatro off fue "gracias a la crisis". El empeño vocacional no debe ocultar la precarización del oficio en la miríada de salas de pequeño formato y espacios no convencionales que, sobre todo en el último lustro, abrieron sus puertas. No obstante, este teatro off ha sumado otras poéticas teatrales, ha sido y es un lugar próximo de creación, de encuentro entre artistas. En mi carrera fue decisivo el estreno de Cliff/Acantilado en la ya desaparecida La casa de la portera.Sonaron campanas de muerte pero la escritura dramática hoy está en un momento excepcional"
Aunque han sonado varias veces campanadas de muerte para los autores y autoras, aquí seguimos escribiendo para el teatro, ajenos a nuestro propio sepelio. Creo no exagerar en la afirmación de que nos encontramos en un momento excepcional de la escritura dramática en España. Sin duda, iniciativas como la Sala Beckett de Barcelona o el Nuevo Teatro Fronterizo de Madrid han sido grandes catalizadores de estos logros.
El teatro ha de seducir a los espectadores del hoy y del mañana, ha de confiar en su resiliencia, en su condición de reservorio de lo humano. No se trata tanto de exhibir con melancolía orgullosa los logros del pasado, sino de propiciar los encuentros del porvenir. Por eso celebramos iniciativas surgidas en los últimos años como La Joven Compañía, La Joven (de la Compañía Nacional de Teatro Clásico), la Jove del Principal de Alicante, etc., que acercan el teatro a los más jóvenes espectadores y actores.
Ante la imposibilidad de relacionar los muchos nombres de la entusiasta tripulación del teatro, sirvan estos tres como ejemplo de la altura de estas dos últimas décadas: Angélica Liddell, Juan Mayorga y La Zaranda. Desde la filosofía, el lenguaje, la palabra, el cuerpo, el rito, el misterio, la danza y en la casa común de la poesía escénica, sus distintas poéticas y trayectorias testimonian la riqueza y altura de nuestra escena y su proyección internacional.
Estos tres nombres nos invitan a superar de una vez por todas las lógicas binarias y a prescindir de las infértiles querellas entre lo que es teatro de texto y lo que es creación contemporánea. Un teatro del ahora, más libre de monomanías, de juicios categóricos sobre lo que el teatro debería ser o no debiera. El teatro es siempre número plural de género múltiple. Por ejemplo, el Teatro de Objetos y el Teatro Físico están en un espléndido momento que debiera tener mayor presencia tanto en los relatos (crítica, estudios, etc.) como en los centros de exhibición públicos.
Queda aún mucho camino por recorrer, el teatro de este país no puede ser ya sino de todas y de todos, escrito y compartido en todas nuestras lenguas. En este momento crítico del mundo el teatro puede y debe ofrecer su potencia poética, su capacidad de sembrar dudas fértiles y no certidumbres asfixiantes; ha de seguir reuniendo los cuerpos y los espíritus en un mismo espacio para emocionarnos juntos, sentirnos juntos, cerca, cuerpo a cuerpo, sin interfaces ni dispositivos. Porque no podemos ni debemos conformarnos con "la agonía de la luz", sentémonos en lo oscuro de una sala de teatro para tratar de ver el mejor modo de ser un "nosotros".