Image: VIII Premio Valle-Inclán

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Escenarios

VIII Premio Valle-Inclán

Este lunes se falla el galardón más prestigioso del teatro, dotado con 50.000 euros

25 abril, 2014 02:00

Ilustración de Raúl Arias

Los tiempos actuales no son propicios pero el teatro resiste la tormenta perfecta que amenaza con abatirlo. Incluso se crece en el castigo y da muestras de una vitalidad creativa inagotable. Las propuestas llegan desde diversos frentes (el institucional, el privado, el alternativo, el microteatro), con una calidad y ambición artísticas muy elevadas. Vivimos una época convulsa pero fértil. Así lo acreditan los 12 finalistas de la octava edición del Premio Valle-Inclán concedido por El Cultural de El Mundo y patrocinado por la Fundación Coca-Cola. Entre ellos, encontramos actores, directores y autores, representantes todos de la excelencia que desborda los escenarios madrileños. Este lunes, un jurado presidido por Nuria Espert elegirá mediante el método Goncourt al ganador de los 50.000 euros y la estatua de Víctor Ochoa con que está dotado el galardón. Suerte para todos.

Ernesto Caballero. Director. Montenegro

Un inteligente 'hacedor' de versiones


Foto: Sergio Enríquez-Nistal

1. Una saga de leyenda. El director del CDN demostró de nuevo su buena mano para versionar textos ajenos y sacarles la máxima sustancia dramática. Empleó el flashback con acertado criterio. Mediante este recurso partió de la última pieza de la trilogía valleinclanesca, Romance de lobos, para hilvanar a modo de evocación los sucesos y andanzas de Cara de plata (la precuela) y Águila de blasón. Esta nueva presentación clarificaba el itinerario cronológico, tomando al patriarca de la saga, Montenegro, como eje central.

2. Una fuerza de la naturaleza.Ramón Barea, galardonado con el Premio Nacional de Teatro justo antes del estreno, encarnó a ese cacique trasnochado que ve cómo los códigos del mundo medieval que ha regido su entorno durante siglos son pisoteados por sus codiciosos y materialistas hijos. Un descomunal despliegue de energía durante tres horas y media sobre las tablas.

3. Universo simbólico. Intimidante resulta cristalizar en un escenario el universo simbólico y brumoso de Valle, con sus acotaciones poéticas. Caballero lo solventó, en parte, con originalidad: los propios actores, con su físico, mutan en animales (vacas, perros...), barcos, mesas...

4. Coherencia. Del CDN se espera que acometa estas ambiciosas producciones de nuestros clásicos. Oportuno y necesario era abordar las Comedias bárbaras en toda su extensión, ya que apenas se encuentran precedentes significativos en las últimas décadas. Caballero salió airoso del trance.


Aitana Sánchez-Gijón. Actriz. La Chunga

Un papel a contraestilo


Foto: Antonio Heredia

1. Belleza enmascarada. A Vargas Llosa le asaltaron mil dudas cuando su amiga Aitana Sánchez Gijón, con la que ha compartido escenario en varias ocasiones, le dijo que quería meterse en la piel de la reseca y avejentada Chunga, protagonista de su texto teatral más representado (y acaso el más logrado). No lo concebía. De hecho, cuesta creérsela de entrada pero su racial interpretación disipa en los primeros compases de la obra todos los prejuicios.

2. Sobria, grave y firme. La actriz consigue encarnar a ese "cactus piurano" (así la describe el Nobel) rezumando resentimiento y resignación; sobria, firme y grave. El gesto huraño y la palabra ruda, procedente de las tripas, son su escudo frente a un entorno hostil, conformado por hombres borrachos y machistas, que concurren cada día en su taberna de mala muerte para montar la timba. Naipes, alcohol, trifulcas... Entre ellos, vive y muere la Chunga.

3. Contrastes interpretativos. Pero ese registro muta radicalmente en presencia de Mechita (Irene Escolar), un ángel entre rufianes, a la que le ata una vibración lésbica. En sus encuentros íntimos aflora la sensibilidad y la finura desecadas por las arenas de Piura.

4. Un quejío abisal. Conmovedora resulta la despedida entre ambas. No hay oportunidades para ellas en mitad del desierto. La voz de Aitana se transforma en un quejío abisal. Clama la contradicción que la hunde en el tormento de la insatisfacción: "Has conseguido que me compadezca de ti, de tu suerte. Y eso es para mí tan peligroso como enamorarme".


Carlos Hipólito. Actor. El crédito

Una interpretación capazde sublimar el texto


Foto: Domi Alonso

1. De la comedia a la tragedia. Una de las principales aportaciones de Hipólito a la versión madrileña de El crédito es ser capaz de dotar al personaje que encarna -un equilibrado y responsable director de sucursal bancaria- de matices trágicos. De hecho, hay un pasaje de la obra en el que este actor de raza llega a las lágrimas en un contexto de desternillante comedia. No es fácil conseguir un milagro así.

2. Exhibición de recursos. En El crédito asistimos a varias escenas memorables en las que Hipólito logra dar el máximo de sus posibilidades escénicas. Hay dos momentos antológicos: cuando interpela a su antagonista (Luis Merlo) para negarle el crédito (un recitado apoteósico en el que además de tablas hay que tener buenos pulmones) o la llamada telefónica a su mujer (punto de inflexión de la obra en la que consolida un diálogo/monólogo prodigioso) muestran a un actor que desintegra su cénit interpretativo.

3. Pausas. Hay en la obra dirigida por Gerardo Vera silencios narrativos que si no fuera por las dotes de un actor como Hipólito sería imposible que alcanzaran la efectividad de El crédito. Son vitales esas pausas, imprescindibles para lograr que el público entre de lleno y se entregue sin condiciones a la historia de Jordi Galcerán.

4. Solidez y naturalidad. Existen pocos actores que puedan moverse por el escenario con la solidez de Hipólito. Es el sueño de cualquier director, una garantía de que exprimirá su personaje más allá del propio texto.


Sergi López. Actor. 30/40 Livingstone

Un repertorio gestual desatado en las tablas


Foto: David Ruano

1. En clave de humor. Sergi López se ha hecho en los últimos años un hueco en el star system de actores europeos, con particular incidencia en Francia, donde figura en un amplio ramillete de películas. Pero sus orígenes en la interpretación se encuentran sobre las tablas. Y fue precisamente en el país galo donde se formó. En concreto, en la École internationale de théâtre et mouvement, con el emblemático Jacques Lecoq como mentor. Esos mimbres originales en el teatro del mimo reverdecen en 30/40 Livingstone, una parábola en clave de humor.

2. Dimensión bufonesca. El actor catalán desata un repertorio gestual ilimitado, recurso que en la gran pantalla se ve obligado a contener. Una dimensión bufonesca centelleante, en la línea de Dario Fo, que consigue meterse al público en el bolsillo, junto a su partenaire en el escenario de La Abadía, Jorge Picó, otro intérprete amamantado en las fuentes de Lecoq.

3. Diversos cometidos. En comandita con Picó, firma el texto, dirige su puesta en escena y ejerce también como escenógrafo. Una amplitud de responsabilidades que da la medida de sus capacidades creativas, que trascienden la parcela interpretativa. Un tour de force salvado con sobresaliente.

4. Parábola reveladora. La risa estalla franca con esta parábola, protagonizada por un hijo insatisfecho que se echa al camino en busca de aventuras. Tras sus correrías por territorios fantásticos, se topa con una revelación: en el fondo es igual que su padre. ¿Viajar para llegar al mismo punto?


Gerardo Vera. Director. El cojo de Inishmaan

Un pedacito de la Irlanda ancestral


Foto: Carlos Alba

1. Gusto exquisito. Gerardo Vera plantó en el escenario del Teatro Español (luego en el Infanta Isabel) un pedacito de Irlanda: la isla de Inishmaan en los años 30. Lo hizo con el gusto exquisito de siempre, marca intransferible de un esteta de la escena española: con pocos elementos de atrezzo alzaba un universo completo, marcado por la miseria, el alcoholismo, las habladurías y el enclaustramiento insular.

2. Apuesta personal. Su versión del texto de Martin McDonagh, dramaturgo irlandés apenas conocido en España, remueve reminiscencias valleinclanescas por la vía celta. Otro aliciente para el público español.

3. Gran reparto. Un acierto más fue colocar frente a frente a Terele Pávez y Marisa Paredes. Un lujo verlas intercambiando réplicas. Una pareja de mujeres redondeada con la savia nueva de Irene Escolar; fresca, gamberra y deslenguada.

4. Trilogía. Vera ha firmado la versión madrileña de El crédito y una Maribel y la extraña familia revisada. Su intención es completar una trilogía con otras dos obras de McDonagh. Lo suyo con el teatro es dedicación plena.


Celia Freijeiro. Actriz. Los Cenci

Fusión de cuerpo y pensamiento


Foto: María Macías

1. Sólido asidero. La directora Sonia Sebastián tuvo el arrojo de asomarse a los abismos de Artaud, que en Los Cenci prefigura el Teatro de la Crueldad. Siempre es un riesgo confrontar con el público la turbiedad artaudiana. Aunque con una Celia Freijeiro en estado de gracia su propuesta encontró un asidero sólido.

2. Desdoblamiento. No es tarea fácil meterse en la piel de Beatriz, violada por su tiránico padre, Francesco Cenci, heredero del tesorero de los Estados Pontificios. Una historia que inspiró a Shelley y a Stendhal, de los que Artaud tomó la materia para moldear su pieza teatral. Beatriz debe evolucionar desde la ingenuidad ultrajada hasta la maquinación cerebral en busca de venganza. Freijero sobresale en ese viaje.

3. Fisicidad tormentosa. El dominio de la expresión corporal resulta clave en la dramaturgia de Artaud, un lenguaje que funde el gesto y el pensamiento. Freijeiro emite su grito de rabia y dolor con su propio cuerpo.

4. Pura y sensual desnudez. Impactante el arranque con su zambullida en un tanque transparente de agua. Pura y sensual desnudez en mitad de la más oscura depravación.


Terele Pávez. Actriz. El cojo de Inishmaan

Con los pies sobre la tierra


Foto: Javier Naval

1. El regreso. Terele Pávez ya pisaba las tablas del Español cuando era una niña de 9 años. Volverla a ver, ya con 74 a cuestas, sobre el mismo escenario ha sido uno de los hitos de la temporada teatral. Para enmarcarlo en la memoria. Un regreso propiciado por la llamada de Gerardo Vera, que ya contó con la actriz bilbaína en su versión cinematográfica de La Celestina. El vínculo de confianza entre ambos se mantiene firme.

2. Un papel a su medida. Forma un tándem perfectamente compensado con Marisa Paredes, su hermana en la obra de McDonagh. Mientras ésta representa un idealismo algo alocado e ingenuo, la presencia telúrica de Pávez, con su voz rotunda y grave, ofrece la perspectiva de la mujer sabia a fuerza de vivir y luchar en medio de las penurias de su tierra. Un papel que parece cortado a su medida y que termina bordando.

3. Sin ínfulas psicoanalíticas. Su manera de levantar el personaje remite a los cómicos antiguos. Sin ínfulas psicoanalíticas. Pávez da la impresión de limitarse a ejecutar al milímetro lo que le pide su director. Sabemos que está actuando y ella también lo sabe. Está lejos de esa naturalidad tan en boga entre el gremio actoral contemporáneo, en la que a la interpretación se le desdibujan los contornos.

4. Un poderoso reclamo. Sólo por contemplar su trabajo valía la pena pagar la entrada. De pocos actores puede decirse algo así.


Magüi Mira. Directora. Kathie y el hipopótamo

La fantasía como fuga


Foto: M. M.

1. Habilidad y refinamiento. La actriz se ha metido de lleno en la dirección. En esa posición también figura esta temporada en El estanque dorado, con Lola Herrera y Héctor Alterio. Pero donde ha demostrado con creces sus dotes para ponerse al mando de un montaje ha sido en Kathie y el hipopótamo, que ha manufacturado con extrema habilidad y refinamiento.

2. Ensamblaje perfecto. La obra de Vargas Llosa oscila entre la realidad y la ensoñación ilusoria. Kathie y su escritor a sueldo (redacta las memorias de la burguesita) fantasean y adornan sus recuerdos. Una bipolaridad de planos que complica la concreción escénica del texto pero que Mira ha ensamblado con altísima precisión. No chirría ni un segundo.

3. Cercanía del actor. Su condición de actriz se nota en la manera en que conduce a sus colegas sobre el escenario: la sutileza de algunos gestos, la complicidad al entrecruzar miradas, la comodidad y desinhibición al habitar el espacio escénico... Detalles que suman en un versión elevada por la delicadeza y la elegancia.

4. Vuelo poético. Devolvió a Ana Belén a las tablas. Una recuperación acertadísima. Con dos registros extremos, entre el desengaño y la ilusión. Y además la pone a cantar, a capela junto a un piano, Sous le ciel de Paris, Ne me quitte pas... Pasajes en los que la obra levanta un melancólico vuelo poético.


Asier Etxeandia. Actor/cantante. El intérprete

Un monstruo devorando los escenarios


Foto: Sergio Enríquez-Nistal

1. Éxito masivo. Un fenómeno inesperado. Empezó con discreción su paso al frente como crooner pero a los pocas semanas formaba extensas colas en el Teatro La Latina para ver a este volcán aferrado al micrófono. Qué potencia vocal la suya.

2. Aullidos en la escena. A algunos no les pilló por sorpresa esta faceta de Etxeandia. Pero lo suyo como cantante viene de largo. Como vocalista cabaretero le recordamos, pleno de energía, en los descansos del Hamlet de Tomaz Pandur en Matadero. Ahí aprovechaba para aullar las canciones de Tom Waits en el escenario del bar. Magnífica ocurrencia para amenizar la espera.

3. Amplio repertorio. En El intérprete amplía el recorrido. Esgrime una ecléctica panoplia de géneros, con cambios de tercio inverosímiles: Chavela Vargas, Lucho Gatica, los Rolling Stones, Talking Heads, Janis Joplin, David Bowie...

4. Espectáculo redondo. Etxeandia es un monstruo que devora a pedazos el escenario. Pero destilando la sutileza de un actor con un ya extenso currículo. A cada título le aporta su dramaturgia específica y acaba trenzando un espectáculo redondo, para gozarlo a pleno pulmón.


María Hervás. Actriz. Confesiones a Alá

Verdad, pasión y conmoción


Foto: Borja Soler

1. Soledad en las niños. Ella sola dio carne al monólogo firmado por la escritora Saphia Azzeddine, nacida en Agadir. Es Jbara, protagonista de un periplo vital pleno de sobresaltos y mudanzas: de ser una vulgar pastora marroquí pasa a convertirse en esposa tercera del imán, con una escala intermedia en un burdel canalla, donde ejerce la prostitución.

2. Mística. Hervás actúa en éxtasis. Un estado idóneo para las confidencias con su Dios, con el que se encara toda la obra. Le expresa sus tribulaciones, sus anhelos, sus reproches y sus frustraciones, con una sinceridad descarnada: "Los pobres follamos como animales simplemente porque es gratis".

3. Aclamación diaria. El público del Teatro del Arte de Lavapiés caía rendido ante su trabajo. Cada función se finiquitaba con una ovación cerrada y extensa, premio a la verdad que insuflaba a su personaje.

4. Panorama off. María Hervás y el montaje de Confesiones a Alá, producido por Lucía y Jesús Rey en la sala madrileña, son un inmejorable ejemplo del crucial esfuerzo desarrollado por el circuito off en estos tiempos donde el teatro institucional flaquea por la crisis.


Santiago Sánchez y Carlos Martín. Directores. Transición

Homenaje, no hagiografía


Foto: Sergio Enríquez-Nistal

1. Oportuno recuerdo. Firmaron una magistral (crítica, cómica y poética) rememoración del proceso político que trajo la democracia a España tras el franquismo. Un periodo bien trillado por el cine y la literatura pero en el que nuestro teatro apenas había reparado. Ellos lo hicieron al fin, a partir del texto de Alfonso Plou y Julio Salvatierra. Y el CDN de Ernesto Caballero, tan volcado en la dramatización histórica, abrió las puertas a su iniciativa.

2. Guiño a Suárez. Las dobles parejas (Plou/Salvatierra y Sánchez/Martín) que urdieron esta evocación podrán decir siempre que su guiño a Suárez tuvo lugar antes de su muerte.

3. Una lección apropiada. El montaje no cae ni en la exaltación del elogio ni en un sentimentalismo previsible. Aunque sí deja de fondo una lección muy apropiada en estos tiempos del sálvese quien pueda: juntos llegamos más lejos y con más fuerza. El protagonista es el expresidente de Gobierno o un iluminado que dice ser él. No queda del todo claro. La artimaña funciona y permite exprimir la carga dramática de la Transición. Estamos ante puro teatro.

4. Alianzas. La producción nació gracias a la colaboración de tres compañías: L'Om-Imprebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple. Inmejorable fórmula para producir sinergias en tiempos de tanta escasez de recursos. Los tres equipos se aplicaron a sí mismos el lema transicional: consenso, consenso y más consenso. Y el resultado obtenido es difícilmente superable.


Jordi Galcerán. Autor. El crédito

Una auténtica piezade relojería


Foto: Lluis Bernat

1. El rey de la taquilla. Este autor convierte en oro todo lo que toca, mejor, todo lo que escribe o reescribe, para ser subido al escenario. Desde El método Grönholm a Burundanga. Jordi Galcerán protagonizó una circunstancia insólita el mes de noviembre con motivo de un doble y simultáneo estreno de El crédito, en el Maravillas de Madrid, y en el Villarroel de Barcelona. El cartel de no hay localidades es su principal divisa.

2. Revolución comedia. Ha elevado temas cotidianos, y a veces inflamables, a la categoría de comedia respetuosa e inteligente. No es fácil. En El crédito una escena tan común -y tan desgraciadamente actual- como ir a pedir dinero a un banco se convierte en algo más que en una simple diversión. Galcerán disecciona el alma de estos personajes y hace que cada uno de los asistentes se vea retratado por su dialéctica.

3. Una técnica infalible. El autor catalán ha dado un nuevo aire a nuestra comedia por la técnica empleada. No falta ni sobra nada en sus diálogos. Todo encaja a la perfección. Es un auténtico engranaje de relojería. El dispositivo que arma en El crédito no puede ser más efectivo. Puede decirse que los personajes interpretados por Calos Hipólito y Luis Merlo y dirigidos por Gerardo Vera, en la versión madrileña, y Jordi Boixaderas y Jordi Bosch dirigidos por Sergi Belbel en la barcelonesa, rompen todos los moldes.

4. El sello de autor. Es muy complicado que el autor sea el reclamo: Jordi Galcerán lo ha conseguido con su ya legión de seguidores.