Alguna vez se le ha escuchado decir a Lorin Maazel que la Sinfónica de Galicia “es una de la buenas orquestas de Europa”. Viniendo de donde viene esa afirmación, y con el nivelazo que hay por el viejo continente, eso es mucho decir. El artífice de que la formación gallega coseche ese tipo de elogios, tan elevados, es Víctor Pablo Pérez (Burgos, 1954), que la ha dirigido desde 1993 hasta la temporada pasada. Su trabajo allí (enorme, equiparable al que desarrolló también en la Orquesta de Tenerife, a la que también puso en órbita) ha tocado a su fin. Un nuevo reto le espera ahora en Madrid: ponerse al frente de la Orcam, orquesta con una extenenuante agenda de compromisos. El año pasado fueron 158 las representaciones públicas que ejecutó. Y es que aparte del programa sinfónico que acomete en el Auditorio Nacional, debe estar presente en los fosos de la Zarzuela, los Teatros del Canal y el Auditorio de El Escorial. El primer envite de la temporada lo afronta este martes en el Auditorio Nacional, con el estreno absoluto de una obra de Antoni Parera, acompañado por la contralto polaca Ewa Podles.
A Víctor Pablo Pérez no le asusta esa diversidad de frentes en los que deberá exprimir su experiencia. Y tampoco cree que tener que estar en misa y repicando sea un factor que pueda diluir la personalidad de la Orcam: “Para mí es algo muy positivo. No me angustia la cantidad de trabajo que se nos viene encima. Lo que me preocupa es hacerlo bien. Y sobre todo que el público de Madrid se sienta orgulloso de nosotros, que pueda decir cuando vaya a nuestros conciertos: ‘Esta es mi orquesta'”.
-¿Y cómo se consigue tal vinculación emocional?
-La orquesta no ha de estar al servicio de un reducto de melómanos sino abierta a todo tipo de públicos. La versatilidad de la Orcam es parte de su personalidad. Y la identificación de la gente con el conjunto se alcanza tanto con la excelencia artística en los ciclos del Auditorio Nacional como con los conciertos populares. Quiero seguir fomentando esta vertiente. Tocaremos en varias localidades y haremos conciertos mixtos, con figuras del pop, del rock...
-¿Dónde cree que debe concentrar sus esfuerzos para que la Orcam siga creciendo?
-Debe seguir teniendo una especial atención hacia la música española, actual y la del pasado. Pero ha de empezar a ampliar el repertorio de las grandes sinfonías universales: Mahler, Shostakóvich, Bruckner... Las programaremos cada vez más. También los grandes oratorios para coro y orquesta. Ese es el camino. La orquesta tiene una plantilla relativamente pequeña. Por eso no podemos incluir en todos los programas obras enormes. Pero sí podremos hacer al menos tres o cuatro conciertos ambiciosos al año, reforzados por la Jorcam.
-Asegura que Bruckner es un compositor ideal para curtir orquestas...
-Mozart, Haydn, Rossini son muy interesantes para mejorar la limpieza y la transparencia en la afinación. Pero Bruckner para mí es crucial. Primero por la longitud de sus movimientos, que permite asomarse a la música con una mayor perspectiva, desde la distancia. Y luego por su verticalidad: sus acordes han de cocerse a fuego lento. Por ambos motivos obliga a fijar los pilares de las armonías y de la entonación con más rotundidad y claridad.
-En ese proceso de maduración de una orquesta parece no tener mucha fe en los directores jóvenes. ¿Tendrán un hueco en las invitaciones que haga para gobernar la Orcam durante el curso?
-Es que hay muchos que se dirigen a sí mismos, con una pose muy artística, que han aprendido en grabaciones. Y no es lo mismo dirigir un disco que dirigir una orquesta. Yo necesito directores que sepan trabajar a fondo un grupo de músicos. Y los más veteranos, por lo general, consiguen sacarle más partido. Aunque ya digo que no es un regla sin excepción, cuidado.
-En Galicia contaba con 85 músicos. En Madrid serán algunos menos. ¿Una grave limitación?
-Lo importante es que parece que ahora hay voluntad de no hacer ya más recortes. Espero que en el futuro podamos convencer a nuestros políticos, con hechos y realidades, de que la orquesta se merece cada euro que gasta. Por otra parte, en Galicia no tenía un coro profesional de 40 personas. Esa ha sido una de las razones que más me han seducido para venir. Pero es cierto que para hacer el gran repertorio necesitamos una sección de cuerda más numerosa.
-¿Ahí es donde entrará en juego la Jorcam?
-Por supuesto, pero a través de un programa pedagógico muy intenso. No vamos a usar a los chicos para tapar huecos a la carrera. Hay que formarles concienzudamente, encerrándome con ellos horas y horas. Porque ser un director de orquesta no es sólo dirigir desde el podio los días de concierto. Es una gran oportunidad para ellos, pero sólo si se esfuerzan al máximo.
-Con lo exigente que es usted no lo tendrán fácil...
- La técnica orquestal ha avanzado espectacularmente en los últimos 20 años. No podemos estar por debajo. Y está claro que a la hora de interpretar zarzuela hemos de ser los mejores del mundo, en el espíritu y en la letra.
-¿Cuándo será una realidad la orquesta de niños?
-Espero que para enero ya estén tocando. Serán dos orquestas de cuerda, de unos 40 componentes cada una, con niños de entre 7 y 13 años. La cantera de la cantera...
-Hace pocos años costaba completar las orquestas españolas con músicos de aquí, por la falta de nivel. ¿Asunto del pasado?
-Por suerte, sí. En las últimas audiciones que hicimos en la Sinfónica de Galicia casi todos los puestos los ganaron músicos españoles con una formación exquisita. Ahora las nuevas generaciones tienen una gran formación, porque se han fogueado en las jóvenes orquestas, españolas y europeas. Están viajando muchísimo. Es algo que no había ocurrido nunca en la historia de España. El problema es que ahora las administraciones públicas no ofertan ni una sola plaza.
-El que no ha viajado mucho ha sido usted: su carrera se enmarca casi en exclusiva en las fronteras de España.
-Sí, me he dedicado intensamente a mi país. Apenas he tenido tiempo para dirigir fuera. Pero me siento muy satisfecho de lo que he logrado aquí: construir, con mucha ayuda, dos grandes orquestas. Es un orgullo que me compensa del escaso recorrido internacional.