Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

The Institute Effect, en el MADU de la Rua Augusta.

Bajo el lema Close, Closer, ha comenzado la tercera edición de la Trienal de Arquitectura de Lisboa. Múltiples eventos, desde performances a debates ciudadanos, exposiciones, conferencias o talleres, se sucederán de manera continuada hasta el 15 de diciembre en distintos lugares de la capital lusa.

"If you come back in three months' time..." ("Si vuelven en tres meses…"). Con este ritual, que se repite con mínimas alteraciones en todas las visitas, los responsables de la Trienal de Arquitectura de Lisboa exigen a sus espectadores un 'acto de fe' en el futuro; si ellos lo hicieron, usted también puede. Así lo explica la comisaria jefe, Beatrice Galilee (Londres, 1982), en conversación con El Cultural: "No hay dinero para tener instalaciones terminadas, pero tenemos tiempo y gente interesante. Podemos hacer algo gratuito y abierto al público que funcione no sólo en la inauguración. Los espacios cambiarán; la arquitectura no sólo consiste en observar un edificio como un resultado estético, sino en ocuparlo y entender cómo funciona internamente. Eso es lo que estamos haciendo: confiar en la implicación del público".



Fruto de un concurso ganado en 2011, el programa se fragmenta en diferentes espacios de la ciudad, coordinados en cada caso por un responsable. Beatrice y su extraña familia; jóvenes y procedentes de una inevitable mixtura de los mecanismos del poder académico y mediático anglosajón: de Storefront for Art and Architecture, la galería neoyorquina, a la londinense escuela de Saint Martins (y sus variantes) o la etapa recién concluida de Joseph Grima en Domus.



Tres sedes principales se reparten por la ciudad: Future Perfect, en el Museo da Electricidade, a cargo de Liam Young, ofrece una mirada filotecnológica sobre la ciudad del futuro; The Real and Other Fictions, con Mariana Pestana, explora las posibilidades de rescatar simultáneamente, como fantasmas, los usos pasados del palacio del Marqués de Pombal a través de distintas instalaciones; The Institute Effect, bajo la supervisión de Dani Admiss y la propia Galilee, transforma la segunda planta del MUDE (Museo del Diseño y de la Moda) en un atelier que ocuparán sucesivamente distintos agentes de la cultura arquitectónica; y por último New Publics, en la Praça da Figueira, un espacio de acontecimientos públicos orquestado por José Esparza. Además, como remate de una agenda tan ambiciosa como agotadora, se celebrarán más de un centenar de eventos colaterales, de Trafaria a la Alfama.



Esta edición supone, sin duda, una apuesta por el cambio: frente a modelos internacionales (Venecia et álii) contra los que no es posible competir, se han adoptado medidas de choque relacionadas con el abandono de la ortodoxia disciplinar y el apoyo a los emergentes. Intenciones nobles que desembocan frecuentemente en una dialéctica de lugares comunes. A favor: ¿no deberían estos certámenes medir su éxito en su capacidad para plantear preguntas? En contra: ¿puede una muestra que borre cualquier conexión disciplinar conectar con el público sin convertir a la arquitectura en un confuso sucedáneo feo, pobre e ignorante del arte?



La Trienal yerra a menudo por exceso, si bien pueden aprenderse cosas, sí. El visitante debería cuestionarse qué debe esperar razonablemente de un certamen como éste sin necesidad de paternalismos; y aunque haya trabajos claramente fallidos -caso del estrado para New Publics, rematado chapuceramente tres días después de la inauguración-, tampoco puede resumirse como un simple listado de ítems calificados con estrellitas. La irregularidad es su propio (e intencionado) signo de identidad, mezclada con la tentativa de agotamiento de algunas casillas que quedaban libres en el paisaje cultural. De hecho, tiene algo de terapia; antes o después, alguien tenía que aflojar las ataduras con el sistema dominante -lo que conlleva afirmar jerarquías futuras: Andrés Jaque o Markus Miessen no son precisamente desconocidos- y era necesario que la arquitectura diera un paso más hasta negarse a sí misma. Frente a la cercanía que proclama el lema, la muestra ha llegado lo más lejos posible, al punto opuesto de la esfera cultural; un paso en cualquier dirección sólo puede iniciar un retorno, aliviado de automatismos, hacia orillas disciplinares.



Los chapines acharolados color limón de Beatrice Galilee curvan sus punteras de manera un tanto lánguida, bajo el sol martilleante de septiembre. Nerviosa, musita "thankyousomuch" con insistencia, rápidamente, como si el megáfono con el que se dirige a la adormilada masa de periodistas estuviese ardiendo. Apela al resto de los comisarios, al pueblo de Lisboa y también a ustedes, si los tuviese delante. Tiene motivos: acaba de enunciar una hipótesis que sólo podrá ser contrastada dentro de tres meses, y ni siquiera entonces se habrán desvelado todas sus esquinas: "Más que tener éxito o no, me encantaría que la gente apreciase que lo intentamos". Vale, cuenta con ello.