La España de Bieito sale del armario
Nicola Beller y Gustavo Peña en Pepita Jiménez. Foto: Pérez de Eulate/Teatro Argentino.
¿Se puede exponer la sensualidad, la represión y el amor en dos actos? Calixto Bieito lo hace en la ópera Pepita Jiménez, de Isaac Albéniz, que llega a los Teatros del Canal el domingo 19. Basada en la novela de Juan Valera, la acción transcurre en la convulsa postguerra española.
Compuesta por Isaac Albéniz sobre un libreto en inglés de Francis Money- Coutts (idioma que se ha respetado) y basada en la novela de Juan Valera, la obra, dirigida musicalmente por José Ramón Encinar al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, es un encargo de Jorge Cuya y Marcelo Lombardero con producción de los Teatros del Canal y el Teatro Argentino de la Plata. El reparto de voces lo encabezan Nicola Beller (Pepita Jiménez), Gustavo Peña (Don Luis de Vargas), Marina Rodríguez Cusí (Antoñona) y Federico Gallar (Don Pedro de Vargas). Bieito ha cuidado especialmente el inglés de los cantantes y ha reforzado las partes más débiles del libreto, dando a los personajes secundarios complejidad y dotándolos de mayor cuerpo.
La sensualidad, el erotismo, la fantasía, el amor y la esperanza de esta historia en dos actos, estrenada en 1895, subrayan instantes de intensidad y tensión que podrían pasar inadvertidos y debilitar así la estructura general. "Nunca tuve la tentación de traducirla al español -precisa Bieito a El Cultural-. Mi experiencia con las traducciones ha sido bastante mala. En cierta ocasión tradujeron mi producción de Jenufa al alemán y fue un verdadero horror y martirio para los cantantes. Si tradujéramos Pepita Jiménez al castellano tendríamos que cambiar partes de la música, acentos, etc. Estoy seguro de que eso sería un desastre. ¿Por qué no hacer el original en inglés como el compositor lo concibió?".
Pese a estar integrada estéticamente en el naturalismo del siglo XIX, Bieito ha optado por llevar la acción a la postguerra española, una época de gran represión sexual marcada por el papel central de la religión. "No creo haber introducido elementos de actualidad. He creado un paisaje de imágenes construido con las historias que me han contado de esa época, con los recuerdos de películas y novelas que me impactaron en mi niñez, como La tía Tula. Quería recrear ese período de represión sexual y vital de la España franquista. Esta lucha entre el erotismo y la muerte, entre el claroscuro y la luz, entre el perfume del azahar y el olor de los candelabros apagados la he planteado a través de planteamientos oníricos, sin ninguna intención política...".
Esa casa oscura
Dentro de ese mundo de sueños tienen gran importancia los armarios que forman la estructura del montaje. Esos roperos son, para Bieito, la forma de mostrar una casa oscura donde se ocultan los objetos de nuestras vidas, todo aquello que no queremos que salga a la luz y que en muchos casos tienen un componente infantil: "Los niños siempre se esconden en los armarios cuando juegan al escondite". Bettina Auer, responsable de la dramaturgia, ve en esta metáfora una forma de profundizar en nuestra historia: "En los armarios guardamos nuestras pertenencias. Así se encuentra todo lo que necesitamos para la vida cotidiana. En Pepita Jiménez, con su material original español y del siglo XIX, se despliegan temas centrales que marcan y caracterizan a este país hasta el día de hoy".Auer descubre en la España de Bieito un lugar de silencios, de armonías forzadas, en el que las cosas importantes no se declaran sino que se meten debajo de la alfombra: "Por eso, los personajes de nuestra representación se ven como personas pequeñas y vulnerables frente a una gran muralla de armarios pesados, los que les privan del aire para respirar. Son como construcciones representativas de la arquitectura monumental o de gigantescas catedrales góticas".