Sara Montiel: renovarse y vivir
Pedro Víllora, autor de la biografía de la actriz, 'Vivir es un placer', la recuerda en estas líneas
8 abril, 2013 02:00Sara Montiel en El último cuplé
María Antonia Abad Fernández no quiso que escribiese un libro sobre la retórica del éxito y no lo hice. Para ella, lo más importante era todo lo que había antes, y ahí están las mejores páginas de Vivir es un placer. Sara era consciente de cuáles eran sus orígenes y no solo no quería ocultarlos sino que puso especial empeño en revivirlos. Ella era una mujer manchega con tendencia a la socarronería, al humor, a no tomarse las cosas excesivamente en serio y a no creerse demasiado a la gente sin retranca. Le gustaban las personas con talento y cultura porque le abrían nuevos horizontes. Ella, que venía de una familia sin estudios, que apenas sabía leer ni escribir en su juventud y por eso tenía que aprender sus primeros guiones por vocalización y memoria, era feliz rodeada de intelectuales y artistas, escuchando a los sabios, aprendiendo.
Desarrolló una vocación por el arte que provenía de su inclinación por la belleza ya evidente en su infancia, y que la convertiría en una coleccionista de excelentes pinturas. Se había sentido feliz al lado de Miguel Mihura, su primer amor; de Alfonso Reyes, León Felipe y el círculo de exiliados en México. Y, cuando tuvo la ocasión de producir sus propias películas y elegir equipos técnicos y artísticos, dio grandes oportunidades a los jóvenes talentos de los años sesenta: Juan Antonio Bardem, Mario Camus, Jordi Grau o Antonio Gala trabajaron para ella. Podía haber contado con cualquiera, pero prefirió a quienes en cada momento vivían y representaban la modernidad.
Ese afán por la modernidad, por la renovación constante, no es incompatible con el respeto a lo ya conseguido. La artista que en los años setenta se niega a formar parte del irrelevante cine del destape es la misma que años más tarde cantará textos de Pablo Neruda, grabará con Javier Gurruchaga y Alaska o será musa de la MTV. Ahí radica la que acaso sea una de las claves de su trabajo: el inconformismo. Una de las primeras veces que lo puso en práctica fue cuando decidió abandonar la España de los años 40 y marcharse a México en busca de nuevas oportunidades. Pero otra, no menos importante, fue cuando se permitió dar la vuelta a todo un género musical como fue el cuplé.
En El último cuplé Sara no es solo una imagen, sino también una voz: cálida, susurrante, enigmática, sensual... Dejó atrás el erotismo zafio y evidente de algunas de las intérpretes originales para lanzarse por el camino de la insinuación. Poniendo su voz al servicio de las letras, haciendo que se entendiesen, logró abrir al espectador un mundo de posibilidades hasta entonces semiocultas. Su éxito, por tanto, se basaba en la renovación de lo ya existente, en la huida del anquilosamiento, en la libertad: la misma que caracterizaría una vida personal oculta tras el fascinante don de la gloria.