Donna Leon y Cecilia Bartoli. Foto: Uli Weber.
Mission lleva por título el último proyecto discográfico de la mezzosoprano italiana, que reúne veintiuna primeras grabaciones de arias e interludios orquestales de Agostino Steffani, compositor puente entre el Renacimiento y el Barroco. Dentro del mismo proyecto, Las joyas del Paraíso, de la escritora estadounidense, sigue la pista al que fuera también cantante, sacerdote y diplomático en la Europa absolutista. Mientras Bartoli, que visitará Barcelona y Madrid en diciembre, recupera parte del repertorio de Steffani, Leon investiga su posible implicación en el asesinato de Philipp von Königsmarck.
A la entrevista acuden Cecilia Bartoli y Donna Leon pero en la grabadora se cuelan una serie de psicofonías, como si fuera el propio Agostino Steffani (1654 - 1728), protagonista del disco Mission y el libro Las joyas del Paraíso, el que hablara. Han recurrido la mezzo italiana y la escritora estadounidense al disfraz y al Photoshop para rescatar la memoria de este cantante, sacerdote, diplomático, espía y uno de los compositores de ópera más famosos de su tiempo. No han escatimado en tela ni maquillaje para deconstruir a este zelig del renacimiento tardío y reconciliarlo con la Wikipedia moderna. El objetivo no es otro que "convertir -explican al unísono- los interrogantes en signos de exclamación", con la esperanza de que el genio italiano encuentre acomodo en el repertorio antiguo aprovechando el filón discográfico del barroco.
No es la primera vez que Cecilia Bartoli se trasviste para la portada de uno de sus discos. Lo hizo, coltellino en mano, para reivindicar en su Sacrificium (2009) a los castrati napolitanos del siglo XVIII. Y repite ahora convertida en la cantante calva, aunque no hay nada de absurdo en esta arriesgada Mission (Decca), que consiste en usar a Steffani como puente entre el renacimiento de Monteverdi y el barroco de Vivaldi.
El disco contiene un surtido de dúos (con el contratenor Philippe Jaroussky), arias solistas acompañadas de coro e interludios instrumentales (a cargo de I Barocchisti y Diego Fasolis), veintiuno de los cuales no se habían grabado nunca. En total, 25 pistas para ayudar a resolver los misterios que encierra Agostino Steffani, que debutó como cantante en Venecia a los 11 años, fue castrato en Múnich, trabajó para la sede luterana de Hannover siendo católico, participó en las maniobras diplomáticas para casar a Max Emanuel, fue acusado de espía por la corte bávara de Bruselas, ordenado sacerdote en Augsburgo y medió entre el Papa Inocencio XI y el emperador romano. Tuvo tiempo también de engendrar un catálogo musical de más de 150 obras, entre óperas, composiciones sacras y piezas de cámara, corales y orquestales.
Ha encontrado Bartoli el eslabón perdido del barroco, pero asegura que no le importa tanto vender (a pesar de los ocho millones de copias que la avalan) como saldar la cuenta pendiente con este Händel anónimo, precursor de Telemann y Bach. No dejó rastro en las enciclopedias musicales italianas por pasar la mayor de su vida en Alemania, de la misma forma que fue excluido de los archivos alemanes por su condición de extranjero. "Y, sin embargo, su nombre se venía repitiendo insistentemente entre el círculo de directores historicistas", cuenta la mezzo. "Por fin, hace cuatro años, encontré en una biblioteca de Londres un manuscrito sobre sus óperas. Entonces comencé a tirar del hilo... Pronto me di cuenta de la envergadura del personaje y supe que no podría abarcarlo yo sola. Ahí es donde entra mi amiga Donna Leon, que no es sólo una excelente narradora sino toda una experta händeliana".
En Las joyas del Paraíso (Seix Barral) la gran dama del crimen se proyecta en la musicóloga Caterina Pellegrini, que investiga en la actualidad la supuesta implicación de Steffani en el crimen más famoso de su época. En su ópera La Libertà Contenta (1693) el compositor critica la vida adúltera en alusión directa a la relación que mantenían la princesa Sophia Dorothea y el conde sueco Philipp von Königsmarck, que un año después sería asesinado por cuatro caballeros de la corte de Hannover. Fue un crimen de estado, pero pudo haber contado con la connivencia de Steffani. "Por miedo a ser descubiertos, los amantes intercambiaban en su correspondencia versos y palabras clave de las óperas de Steffani, confiando en que su amor pudiera perpetuarse en secreto", adelanta la escritora, que ha estado buceando los últimos meses en los fondos del Vaticano, donde fue a parar un baúl lleno de papeles del compositor. "Una cosa está clara y es que el retrato de Steffani sigue incompleto. Tiene que volver a los libros de historia y a los teatros".
Pregunta.- ¿Cómo se cruza Agostino Steffani en sus vidas?
Cecilia Bartoli.-Fue una sorpresa encontrar tantísima información sobre un personaje que había pasado inadvertido durante siglos. En mi primer acercamiento a sus óperas no tardé en reconocer a Händel, con quien pudo coincidir entre 1703 y 1728. Su coetáneo sajón habría tenido acceso a sus partituras tanto en Hannover como en Londres, y todo hace pensar que de allí tomó prestadas algunas ideas para sus oratorios. Todo esto me llevó a Donna, en busca de una opinión fundamentada pero también de una compañera con la que compartir tantas emociones.
Donna Leon.- Para cualquier melómano Steffani es un jarro de agua fría. Cuesta creer que un hombre de estas características pudiera permanecer tanto tiempo en la sombra. Cuando Cecilia acudió a mí, no pude evitar contagiarme de su entusiasmo. Había encontrado una especie de rosetta y me invitaba a descifrar los jeroglíficos.
P.- ¿Hasta qué punto el libro y el disco se complementan?
D.L.- No se trata, desde luego, de una audioguía, pero existen evidentes paralelismos entre los dos proyectos, que aspiran al rigor histórico pero que no renuncian a un cierto margen de libertad para arrojar luz sobre algunos aspectos de su vida. Mi novela está llena de guiños sinestésicos al disco, como cuando uno de los personajes está contemplando una escena familiar y le vienen a la mente fragmentos de Tassilone...
C.B.- De alguna manera la música se encarga de rellenar los espacios en blanco de la biografía de Colin Timms y los manuscritos a los que hemos tenido acceso. En su música, que está a salvo de la negatividad de algunos de sus coetáneos, queda patente su estado de ánimo, su don de gentes, su capacidad para adaptarse a cualquier circunstancia y ese espíritu viajero que le llevaba a recorrer miles de kilómetros en pocos meses. Fue un europeo brillantemente precoz. Su Stabat Mater revela una gran sensibilidad.
P.- Estarán de acuerdo en que no hay alma cándida que domine el arte de la diplomacia. ¿Fue Steffani un ilustre malhechor?
C.B.- He ahí la cuestión... Es cierto que se movió en las altas esferas del poder, pero no me puedo creer que llegara a mancharse las manos de sangre. No después de haber cantado el aria con laúd Amami, e vedrai...
D.L.- Yo tengo mis dudas. Sobre todo en lo que concierne a la muerte de Von Königsmarck. Hay motivos para pensar que Steffani estaba al corriente de todo, pero también sabemos que los amantes usaban los libretos de sus óperas para codificar sus mensajes de amor. ¿Les ayudó o les traicionó? He invertido 320 páginas en dar respuesta a ese enigma...
P.- ¿Dónde están los límites de la ficción en su novela?
D.L.- Tengo que reconocer que no hay límite alguno [risas], a pesar de las suspicacias que esto pueda provocar en ciertos lectores. Recuerdo que el traductor francés de Las joyas del Paraíso me escribió para preguntarme el título de una novela francesa del siglo XIX a la que aludo. No tenía sentido, me decía, traducir algo habiendo un original en el mismo idioma. Lo que no se imaginaba es que ni el autor, ni el libro y ni las acotaciones existían realmente. Sé que no fue intencionado, pero me pareció todo un halago.
P.- El disco también se presta a confusiones. En una cata ciega, la gente diría que el que suena es Monteverdi o Händel.
C.B.- Pero lo diría por falta de referentes, porque desgraciadamente Steffani sigue siendo un desconocido, un intruso, un compositor en tierra de nadie, un italiano en Francia y un extranjero en Alemania, una liaison entre el renacimiento y el barroco. Su aportación a la música no es comparable a la de otros compositores porque él, además de músico, fue otras muchas cosas. Me atrevería a decir que el germen de algunos de los problemas más graves que tiene la música clásica está en esa ansia de especialización, de unificación de criterios. No tengo nada en contra de la música atonal, pero sí del miedo que despierta entre el público.
D.L.- Tiene gracia que la música atonal resulte ininteligible para cierto tipo de público y que, al mismo tiempo, haya cuajado tan bien como banda sonora en mil películas.
P.- ¿Y hasta qué punto la faceta diplomática de Steffani llegó a condicionar su creatividad?
C.B.- Sabemos que su fracaso a la hora de convencer a Max Emanuel para que apoyara al emperador austroalemán en vez de a Luis XIV le trastocó. Sufrió una profunda crisis que le hizo refugiarse en la música y centrarse en asuntos eclesiásticos.
D.L.- Me atrevería a decir que los periodos menos productivos de su vida, como su etapa en Bruselas, no obedecían a la típica falta de inspiración o de tiempo. El que no compusiera o firmara algunas de sus óperas con pseudónimo tenía que ver con cierto complejo de artista, apercibido quizá de que la música era el hermano bastardo de la literatura.
P.- ¿Como pasa hoy?
D.L.- Digamos que no somos conscientes todavía de que en los teatros de ópera, como en los hospitales, es la vida lo que está en juego.
Yacimientos de arqueología musical
A principios de año, aparecía en Salzburgo Allegro molto, partitura inédita que Mozart compuso con 11 años. Poco después, el musicólogo islandés Johannes Agustsson descubría en la Biblioteca Estatal de Dresde un concierto para violín y orquesta de Vivaldi al tiempo que Deutsche Grammophon publicaba el prólogo de la ópera Orango de Shostakóvich que la investigadora Olga Diagnoska había rescatado del Museo Glinka de Moscú. De la mano de Steffani, Bartoli ha viajado por primera vez al barroco temprano y quiere seguir excavando en este yacimiento. "Desgraciadamente, en la historia de la música hay muchos steffanis que necesitan nuestra atención".