La adolescencia quizá es la aventura más grande de la vida. Fernando González Molina (Pamplona, 1975) regresa a sus raíces como director de películas juveniles con la saga Paraíso, cuya segunda temporada, y última, acaba de estrenar Movistar Plus. El director de hits como la comedia teen Fuga de cerebros (2009) y el drama romántico Tres metros sobre el cielo (2010) y su secuela, Tengo ganas de ti (2012), mezcla ciencia ficción, conspiranoia, romanticismo a espuertas y adolescentes en una serie que va dando vueltas sobre sí misma para viajar en el tiempo y en el espacio. Aquí, los vivos están muy muertos y al revés.
Ambientada en un pueblo de la costa valenciana, Paraíso parte de una sugerente tesis: ¿Qué pasaría si detrás de algunos de los mayores misterios de los últimos años se escondiera una sociedad secreta? “Es una serie disfrutona”, dice González Molina. "Siempre pensábamos cuando estábamos preproduciéndola que si queríamos hacer buen entretenimiento no podíamos no divertirnos y para eso tienes que jugar un poco, buscar límites, experimentar con maneras de contar, arriesgar en cosas que a veces la cagas… Es un laboratorio de ideas audiovisuales y eso es lo que le da su carácter especial. Hay una mezcla de géneros muy interesante. A veces los márgenes de la televisión son estrechos y hemos hecho un poco lo que nos da la gana. Creo que lo respira, como que no hay un molde al que tengas que ajustarte, a veces la televisión puede parecer un poco formateada. Eso sí, la estructura general de la serie estaba desde el principio, siempre supimos cómo acaba. No es que vayamos improvisando a lo loco”.
Hay ecos de sucesos tan horribles como los de las niñas de Alcásser, el secuestro y asesinato de Anabel Segura o Madeleine McCann en Paraíso. Explica González Molina: “Si no hubiera misterios, si todo estuviera resuelto, sería muy aburrido contar historias. Lo que hacemos al dirigir películas o escribir novelas es dar luz a esas partes oscuras. Por suerte, no sabemos si hay extraterrestres o por qué desaparecieron los dinosaurios. Y luego están esos casos criminales que nunca se resuelven y atraen nuestra atención. Mira Iker Jiménez el partido que le ha sacado. La ficción nos permite hablar de manera lúdica de la vida, la muerte, el más allá, quiénes somos, dónde vamos, qué pasa con nuestra alma, en este caso en versión lo-fi…”.
La pandilla al completo
La gran sorpresa de esta temporada es que resulta que los protagonistas están muertos. Por supuesto, volver al mundo de los vivos, o aún peor, evitar caer en el “abismo” será su principal misión. El “elegido” es Javi (Pau Gimeno), un chaval con mechón rubio a lo Bowie-Stardust que luchará contra una secta secreta de sofisticados zombis junto al “gracioso” Quino (León Martínez), el “sensible” Álvaro (Cristian López) y el “malote” Zeta (Héctor Gozalbo).
“El héroe nunca es el más interesante porque es el héroe y es una losa", explica el director. "Los estereotipos responden a las tipologías de personas y más en esta época, pero la idea era irle dando la vuelta. El personaje de Zeta (Gozalbo), por ejemplo, que al principio es como el malote de la historia, le descubres una gran sensibilidad al final. Lo curioso del asunto es que sea él mismo ¡cuando está muerto! Es alguien que hasta entonces no ha escuchado su interior. No solo no me parece negativo sino que veo positivo que los personajes sean reconocibles en un primer vistazo, luego le das la vuelta con ellos. Y no solo los chicos, tenemos a una mujer coguionista muy empoderada y tambien hay caracteres femeninos potentes”. La más aguerrida, Costa (Macarena García), una guardia civil que clama en el desierto y muchas veces debe luchar contra los elementos.
Estos muertos están muy vivos
En la primera parte de la serie, la pandilla trata de resolver el secuestro de tres chicas, una de ellas hermana del protagonista. Poco a poco, irán descubriendo no solo la existencia de esa fantasmal sociedad secreta formada por “no muertos”, también algunos secretos sobre su propio pasado. En la segunda parte, mucho más audaz, el director retuerce las tuercas una y otra vez: “En la primera temporada planteamos los personajes, los códigos y los elementos, y eso se come mucho de la serie. A veces las primeras temporadas viven un poco esclavas de eso. Tienes que presentar a muchos personajes y un entorno, y en el género fantástico además tienes que crear unas leyes. En esta segunda temporada ya estaba todo sobre la mesa. Con Ruth García, la guionista, nos planteamos hacer girar y girar la trama para no darle lo mismo al espectador”.
Empezando porque están muertos, y sus familias les lloran, la secuela de Paraíso no solo es más arriesgada, también es más adulta que la primera. Según González Molina, cuyo último trabajo son las tres películas de la saga del Baztán de Dolores Redondo iniciada con El guardián invisible (2017), proseguida por Legado en los huesos (2019) y terminada con Ofrenda a la tormenta (2020): “Las segundas partes casi siempre son más oscuras, más densas, los reversos siempre me interesan más. Paraíso es una serie que no pretende desvelar los grandes interrogantes de la vida, la idea es entretener, pero esta segunda parte juega más a fondo”.
La muerte y el romanticismo
Paraíso apuesta a fondo por la fantasía, la aventura y el gozo del cine juvenil. Sin duda, películas como Los Goonies o Cuenta conmigo vienen de inmediato a la cabeza. Hay mucho de Spielberg, de Shyamalan y de Zemeckis en ese tono épico que a Molina siempre se le ha dado bien. Para él mismo ha sido un placer reencontrarse con sus raíces. “La juventud es el lugar perfecto de la ficción", explica. "El otro día me preguntaron si me iba a pasar la vida haciendo cosas con adolescentes y por qué no. Aman más, sufren más, conocen menos… Adolescentes hay de Rohmer y de Cameron. No son un género”.
Los años 90 son también la época en la que el propio director vivió los años de iniciación que retrata. “Para que las cosas tengan alma y autenticidad, lo cual es difícil en producciones tan grandes, te enganchas a lo que significa algo para ti", relata González Molina. "Me acuerdo cómo era ser un chaval gay, cómo me sentía cuando me gustaba un chico, las películas que veía. No es autobiográfico, pero estos recuerdos míos están en la serie. Yo era un adolescente apocado de Pamplona. En las películas, series, cómics y libros encontraba refugio”.
Reflexiona el director: “Ese mundo de los muertos para mí era muy real. Ruth también era una friki, esta serie es la venganza del friki. Creo que al final en la vida seguimos siendo el que éramos en el patio de colegio. Por mucho que cambien las circunstancias es difícil trascender el personaje cuando eras un niño. Tener ese vínculo con el adolescente es un poco un ancla. Tanto cuando te va bien o muy mal”.
En Paraíso vemos un fenómeno universal, la fascinación con la muerte que muchas veces se produce en la adolescencia o primera juventud: del aspecto siniestro de Billie Eilish a la atracción que causaba Marylin Manson y un larguísimo etcétera. Dice Molina: “Cuando eres joven la muerte es un lugar de experimentación, ese momento en el que haces la ouija con tus amigos. Hay una atracción por el cine de terror porque es un territorio desconocido. La muerte no es tan sexi cuando eres mayor, es sexi de joven. La serie habla mucho de la muerte y hay una mirada un poco romántica. Como experimentabas una serie fantástica en esa época no se vuelve a repetir, las sensaciones tan fuertes cuando yo vi V, E.T. o Los Gremlins, eso no vuelve a pasar. En esa edad el miedo y el disfrute es más real. La ingenuidad ya no la recuperas”.
Jóvenes de los 90 para la generación Z
Los protagonistas de Paraíso son chavales de los 90 pero sus historias apelan a los jóvenes de hoy. “Los jóvenes de hoy son más adultos que en mi generación", asegura González Molina. "Quizá esto está mediatizado por mi propia nostalgia. Las redes sociales, los móviles hacen que esa inocencia muera rápido. Es difícil engañarles porque saben demasiado”.
Lo que sí ha cambiado mucho es la presencia de personajes LGTBI en superproducciones de este calibre: “La idea es hacer una serie absolutamente mainstream y colocar en el centro una historia gay, en este caso además de Zeta y Alvaro hay una historia de amor entre dos chicas. A mi primer referente gay televisivo, Steven, hijo de Alexis Carrington, le pasaban cosas horribles. Era inmaduro, caprichoso y por supuesto gay. Me alegra que los jóvenes puedan ver otros referentes”. En este caso, cuando el chico sensible se enamora del chulito de la clase, lo consigue: “Eso también es un poco una venganza de todos los gays que nos enamorábamos del guaperas sin remedio”.