'Flow': animación única en su especie que opta al Oscar a mejor película internacional
La película del letón Gints Zilbalodis, premiada en Annecy y en los Globos de Oro, destaca por su exuberancia preciosista y por su torrencial fluidez narrativa.
Más información: 'Robot salvaje' es la película de animación del año: un emotivo y bello canto ecologista
En su esencial volumen Allegory: The Theory of a Symbolic Mode, publicado en 1964, el crítico estadounidense Angus Fletcher inauguraba su investigación sobre la alegoría con un inventario general de las formas literarias proclives a la articulación simbólica.
En el catálogo de modos narrativos metafóricos, aparecían numerosos subgéneros de la aventura fantástica, desde las “visiones apocalípticas” hasta los “viajes imaginarios”, desde las “odiseas cuasi-filosóficas” hasta los “relatos épicos plagados de summas de enseñanzas”. Pero en la casuística perfilada por Fletcher también había lugar para casos muy específicos, como “las novelas naturalistas de denuncia cuyo objetivo propagandístico apunta a la idea del cambio social”.
Pues bien, todas estas formas alegóricas confluyen en la deslumbrante Flow, una obra de animación, dirigida por el letón Gints Zilbalodis (Riga, 1994), en la que un gato debe sobrevivir a una inundación de tintes apocalípticos mientras transita por los vestigios de una civilización humana extinta.
Desde su arranque in media res, Flow destaca por su exuberancia preciosista y por su torrencial fluidez narrativa. En el plano estético, sorprende el registro que elige Zilbalodis para desplegar su elogio de la belleza del mundo natural: entre un cierto fotorrealismo (que aflora, por ejemplo, en la prodigiosa estampa de un cielo salpicado de nubes que se refleja sobre una superficie acuosa) y un impresionismo digital de volúmenes y contornos difusos (los movimientos de los animales parecen responder a una geometría vectorial).
Luego, en cuanto al relato, Flow convierte su mutismo y su renuncia al antropocentrismo en una apuesta por la acción en estado puro. Cabría pensar incluso en un regreso al origen cinético de la imagen fílmica, desapegada de toda psicología –aquel “cine de atracciones” sobre el que teorizó Tom Gunning–, pero eso supondría no atender al modo en que los animales del filme acaban operando como avatares de cualidades humanas como la compasión, el egoísmo, la solidaridad, el materialismo o el compromiso fraternal.
Según Fletcher, en su grado cero, el relato alegórico tiende a “decir una cosa y significar otra”, un mecanismo que Flow emplea de forma tan sistemática como abierta. Así, la odisea del pequeño gato protagonista puede leerse como un relato de aprendizaje sobre el valor de la cooperación y la superación de los miedos (en este caso, el terror al agua).
Pero, más allá de la fábula moral, la película perfila un trasfondo espiritual que, por una parte, recoge ecos del cristianismo en la figuración de un arca en la que sobreviven ejemplares de varias especies, mientras que, en un plano más místico, se alude al imaginario de los pueblos indígenas de América, culturas perdidas en las cenizas de la historia.
Si se añaden a todo esto unas inspiradas pinceladas de discurso animalista (los amantes de los felinos se derretirán de ternura) y un toque de alerta sobre la proximidad de la catástrofe medioambiental, se completa el discurso de una película luminosa y angustiante, pedagógica y misteriosa, única en su especie.
Flow
Dirección: Gints Zilbalodis.
Guion: Matiss Kaza, Gints Zilbalodis.
Año: 2024.
Estreno: 24 de enero