Alfonso Cuarón y Cate Blanchett se han tomado el tiempo (de una serie) y el espacio (pues han exigido alargar el embargo de todas las críticas de prensa hasta que no se proyectara entera, algo excepcional) para hablar Con Propiedad de Temas Importantes.
El cineasta mexicano adapta en Observada la novela homónima de Renée Knight sobre la caída personal y social de una prestigiosa documentalista, Catherine Ravenscroft (Blanchett, opulencia tanto en el nombre como en el casting), cuando un traumático suceso, ocurrido veinte años atrás, es desvelado por un librito escabroso en que ella se reconoce.
Publica el relato sobre este trágico "error inicial" un villanesco tal Stephen Brigstocke (Kevin Kline), vivo retrato de una mofeta andante a quien la narración concede el don de explicarse, en voz en off, enterrando las razones de Catherine bajo una voz femenina que la juzga con dureza, en segunda persona. Observada se construye en siete capítulos que devuelven una imagen convexa, susceptible a revisión, del delicado equilibrio entre espectáculo y cancelación de Tár.
Aunque la serie, "delicada", no es. Emmanuel Lubezki y Bruno Delbonnel (La tragedia de Macbeth) nos devuelven al Londres azul y mugriento de Hijos de los hombres, solapando la realidad más cruda con el regreso a un pasado amarillento y tan idílico como una portada del Caribe Mix. El choque entre capas es excesivo, sofocante… Y algo tramposo. Eso sí, Cuarón pide ver los siete capítulos enteros. Para el mareo, biodramina.
El mito de Enric Marco
En la sección Orizzonti, la principal competición paralela de la Mostra, acaba de presentarse la nueva película de Jon Garaño y Aitor Arregi, responsables de Loreak, Handia y La trinchera infinita, esta vez con guion de José Mari Goenaga (junto con Jorge Gil Munárriz).
Antes de su estreno en las Perlak de San Sebastián y en salas, en noviembre, la prensa internacional ha vuelto a dar eco de la larga sombra del sindicalista Enric Marco, quien falseó su biografía para aparecer como superviviente del campo de concentración nazi de Flossenbürg.
Enric Marco hoy revive como un antihéroe frágil, marcado por los tics y las taras de la vejez. Eduard Fernández interpreta a la versión de su farsante en El hombre de las mil caras, ahora con algo de saliva reseca en la comisura de la boca.
Especializado en canturrear toda suerte de lamentos y gorjeos, algo niño como todo anciano quejica, Fernández resiste bien la radiografía de Garaño y Arregi, que aspira a demarcar el terreno de la verdad sobre un personaje que, en lo cierto y lo no-tanto, nunca fue más allá del relato.
Lennon y Yoko Ono
Mientras escribimos entre opulentas paredes del Palacio de Festivales del Lido, en pueblo de Colorado de menos de tres mil habitantes está arrancando uno de los festivales de cine indie más prestigiosos del planeta, Telluride. Allí se estrenará, justo mañana, One To One: John & Yoko, nuevo documental de Kevin Macdonald (Auge y caída de John Galliano) y el montador Sam Rice-Edwards.
La película se construye como rompecabezas desordenado que explica los dieciocho meses antes de uno de los conciertos más míticos y desconocidos de la historia: el One To One de John Lennon y Yoko Ono, en 1970, justo después de que el músico dejara los Beatles.
Pero no será este un recopilatorio de octogenarios bustos parlantes, sino la reconstrucción del estado de ánimo de dos artistas que, desde el privilegio de su notoriedad, decidieron volverse políticos. Para ilustrar qué los llevó a exponerse, One To One: John & Yoko surfea por entre los contenidos que cada día copaban las parrillas de la televisión de la época, la única ventana al mundo que la pareja tenía desde su apartamento en Greenwich Village.
Anuncios de Coca-Cola, la Guerra de Vietnam, los parlamentos inflamados del presidente Nixon, el racismo sistémico, el apabullante reportaje de Geraldo Rivera sobre Willowbrook, incluso los altercados protagonizados por AJ Weberman rebuscando en la basura de Bob Dylan.
También aprovecharán Rice-Edwards y Macdonald para romper su dispositivo, insertando algunas de las conversaciones que se daban alrededor de Yoko Ono como artista, desde las dificultades de sus colaboradores por encontrar (y mantener vivas) unos pocos centenares de moscas para una performance, hasta la separación dramática de su hija Kyoko.
Con la cascada anárquica de imágenes y sonidos grabada en nuestras retinas, quizás entendamos que un concierto de John y Yoko pueda sobrepasar a sus canciones y volverse un acto de comunión política y de digestión existencialista. En todo caso, vale la pena verlo y oírlo.