Paulina Urrutía (San Miguel, Chile, 1969) presenta estos días en España La memoria infinita, el documental dirigido por Maite Alberdi -directora de la emotiva El agente topo (2019)- en el que asistimos a su historia de amor con Augusto Góngora, golpeada en el año 2012 cuando le diagnosticaron a él alzhéimer.

Inesperadamente, la película se ha convertido en el documental más taquillero de la historia de Chile, aunque no es de extrañar si atendemos a la biografía de los protagonistas: Urrutia es una actriz de reconocida trayectoría en el cine, la televisión y el teatro chileno que se convirtió en la primera ministra de Cultura del país durante la presidencia de Michelle Bachelet entre 2006 y 2010.

Góngora, fallecido el pasado año a los 71 años, fue el rostro principal del noticiero clandestino que trataba de difundir la verdad durante la dictadura, y fue cronista de sus crímenes y desmanes. Posteriormente, llevaría los programas de cultura en la cadena de televisión pública.

El documental, además, funciona como una historia de la memoria de Chile, lo que también ha conectado con los espectadores del país. Sin embargo, la película enamora allá por donde pase. Se ha estrenado en más de 65 países, ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance, se ha llevado el Forqué a la mejor película iberoamericana, está nominado al Goya en la misma categoría y sigue en la carrera de los premios Oscar. Hablamos con Urrutia de uno de los filmes más emocionantes de este arranque de 2024.

Pregunta. ¿Cómo está siendo la experiencia de acompañar la película y de presentarla en salas en distintos países?

Respuesta. Un regalo. Maite ha estado muy ocupada con otros proyectos y este relevo me ha permitido estar en distintos países y ver la reacción de la gente al verla. Es una película que sorprende, que transforma, en donde el público vive en la sala las mismas emociones y experiencias que yo viví. Y presentarla y después tener la oportunidad de conversar con la gente es un regalo. Y ellos me transmiten con generosidad lo que viven al ver La memoria infinita.

»La película tiene una gran cantidad de lecturas en el ámbito de la memoria y nos lleva a enfrentarnos a uno de los tabúes más grandes que existen hoy día, la pandemia de nuestro siglo, que es este tipo de enfermedades que generan tanto miedo. Pero la película derriba todos esos miedos porque habla de la esencia del amor, en el sentido de cómo nosotros los seres humanos nos podemos relacionar contando el uno con el otro, justamente en los procesos de mayor vulnerabilidad y precariedad, a los cuales todos nos vamos a enfrentar en la vida.

P. ¿Cuál fue el motivo para que tanto usted como Augusto se decidieran a hacer el documental con Maite Alberdi?

R. La película retrata un matrimonio, que somos Augusto y yo, pero hay también un matrimonio creativo entre Augusto, un periodista y documentalista de otra época, y Maite, una magistral documentalista contemporánea. Ambos van urdiendo una de las historias más dolorosas de nuestro pasado reciente. También revelan como Augusto, una vez recobrada la democracia, logra registrar todo lo que el país es capaz de hacer a través de las artes, de develar pensamientos, creencias, maneras de soñar…

»Luego viene esta etapa en donde aparece la enfermedad, que Maite y Augusto registran con contundencia y coherencia. La película va recuperando la memoria de todos nosotros, va haciendo un ejercicio de memoria de nuestra construcción social como país. Y eso básicamente es poder mirarnos como seres humanos. Y todo ello es posible gracias al lenguaje transformador del cine, que a través de las emociones puede transmitir los más grandes mensajes ideológicos, los que están fundados en la humanidad.

P. ¿Le producía temor mostrar su intimidad a tanta gente?

R. Augusto y Maite nunca tuvieron dudas, pero yo y sus hijos y amigos nos negamos hasta el final. Básicamente, por miedo, y también por el desconocimiento de un lenguaje que ellos manejaban muy bien. Ahora siento como si Augusto me tocara el hombro y me dijera: “¿viste que había que hacerla?”. Poco a poco ambos fueron derribando las barreras de ese miedo. Maite tiene el talento, la sutileza, el respeto y la dignidad para dotar esta obra de una intimidad profunda que conecta con la esencia del cine. De esta manera, nuestro mundo conecta con los mundos particulares de los espectadores. Y eso es mágico.



P. ¿Cómo afectó la pandemia de coronavirus a la producción de la película y qué implicó el hecho de que usted tuviera que tomar la cámara?

R. Bueno, eso ha sido una de las cosas más increíbles. Si han visto trabajos previos de Maite Alberdi, como La Once o El agente topo, verán que esta película incorpora materiales distintos de los que suele utilizar: material de archivo histórico, familiar, personal y laboral de Augusto, por ejemplo. Además, Maite se vio obligada a soltar la cámara durante dos años por la pandemia. Sin embargo, ella ha sabido utilizar esos elementos con maestría, como si siempre hubiera trabajado con ellos.

»Maite me dio la cámara para que fuera testigo de lo que Augusto y yo vivíamos diariamente y finalmente ese material se convirtió en la esencia del testimonio y está cargado de honestidad y transparencia. Yo nunca revisé el material que grababa y por eso está desenfocado. Pero fue algo muy importante porque me permitió sacar fuera lo que Augusto y yo vivíamos. Maite ha hecho un gran trabajo seleccionando las imágenes a partir de la cantidad ingente de horas que seguramente yo grabé y de la que no era consciente. Entonces, imagínate el trabajo de montaje, de ir articulando esta historia, es realmente una maravilla, un lujo.

Maite Alberdi y Augusto Góngora en 'La memoria infinita'

P. ¿Trata esta película sobre el olvido o sobre lo que permanece, que en el caso de Augusto parece estar relacionado con el amor y el dolor?



R. Las personas no tenemos memoria solamente individual o familiar. Tenemos una memoria que es colectiva, que es la que conforma las sociedades, que es con la que constituimos la cultura. Y esa memoria es la que nos hace humanos, porque nos permite reconocernos en el otro. El ejercicio que plantea la película no es aprender del olvido sino aprender de la memoria, de esa memoria emocional. En Augusto está presente hasta el final lo que más le dolió en su vida y aquello que le hizo feliz, que lo mantiene vivo.



P. ¿Por qué era importante para usted visibilizar los episodios de angustia que vive Augusto de madrugada?

R. Es la esencia del testimonio, la necesidad de que haya un testigo, alguien que comparta eso que uno está viviendo. Al principio, los momentos de delirio de Augusto eran de una hora, pero después pasaron a 2, 3 o, incluso, 4. Y todos tenían un ciclo que me sabía de memoria. Entonces, coger la cámara me permitió sentirme un poco acompañada, sentir que había alguien a mi lado.