Era complicado prever el éxito de La memoria infinita tanto dentro como fuera de Chile. Difícilmente se podía esperar que un documental intimista sobre la relación de una pareja golpeada por el Alzheimer pudiera convertirse en una de las películas más taquilleras de la historia del país andino. Pero, claro, sus dos protagonistas no eran dos personas cualquiera sino dos personalidades que han marcado su historia reciente: Augusto Góngora, destacado periodista, y Paulina Urrutia, reconocida actriz y primera ministra de Cultura en democracia.
El filme de Maite Alberdi (Santiago, 1983), además, se ha estrenado en más de 65 países, ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance, se ha llevado el Forqué a la mejor película iberoamericana, está nominado al Goya en la misma categoría y sigue en la carrera de los premios Oscar.
Alberdi, directora especializada en la no ficción que ya había abordado la vejez en La Once (2014) o El agente topo (2020), estaba dando una clase en la universidad donde Paulina trabajaba y se dio cuenta de que Augusto estaba en la sala. “Él ya tenía Alzheimer”, recuerda la directora, “pero ella lo dejaba participar, interrumpir, y no se avergonzaba. Paulina hacía que fuera parte de su trabajo y de su vida, nunca había visto a una persona con esta enfermedad tan integrada en el mundo, y se les veía enamorados”.
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A partir de aquí, Alberdi empezó a escribir a Paulina para que la dejaran entrar con una cámara en sus vidas. “Paulina tenía dudas razonables, pero él fue muy valiente”, asegura. “Decía que después de que tanta gente le hubiera abierto las puertas de su casa para mostrar su dolor era natural que visibilizara su propia fragilidad”. Y es que Augusto fue uno de los rostros del noticiero clandestino que trataba de difundir la verdad durante la dictadura, y fue cronista de sus crímenes y desmanes.
Durante una larga temporada, la directora iba a grabar a casa de la pareja un día a la semana, con un equipo de tres personas. Pero, de repente, irrumpió la pandemia. Alberdi le mandó una cámara a Paulina para que siguiera recogiendo la evolución de la enfermedad de Augusto.
“Hablábamos mucho durante la cuarentena, que se alargó casi un año y medio, pero yo no le pedía que grabara cosas concretas que necesitara para la película”, explica la directora. “Eso sí, traté de enseñarle a usar la cámara, pero nunca aprendió del todo y la mayoría del material estaba desenfocado, pero era tan íntimo que fue vital para el filme. Además, yo nunca hubiera estado presente cuando Augusto sufría sus mayores crisis de dolor, que solían ser bien entrada la noche, sobre las 2 de la mañana”.
En un principio, la directora estaba decidida a contar esta historia de amor sin hacer hincapié en el pasado de sus protagonistas, pero en la sala de montaje decidió cambiar de rumbo. “Me di cuenta de que el pasado determinaba ese amor, ellos se querían en parte por las luchas que habían protagonizado públicamente”, explica Alberdi. “También en el montaje me di cuenta de que esta no es una película sobre lo que se pierde, sobre el olvido, sino sobre lo que permanece, sobre lo que siempre se recuerda: tanto el amor como el dolor. Augusto podía olvidar lo que había hecho el día anterior, pero narraba con todo lujo de detalles el asesinato de alguno de sus amigos durante la dictadura de Pinochet”.
De alguna manera, la directora se dio también cuenta de que este relato conectaba con una memoria de la democracia, sobre todo ahora que ha surgido una extrema derecha en Chile que trata de reinterpretar el pasado. “Puedes tratar de manipular la información, pero el dolor de un pueblo permanece aunque pasen los años. Esa es la memoria infinita a la que alude el título”, puntualiza Alberdi.
El filme tiene momentos tiernos en los que vemos el amor que se profesan los protagonistas, al que el Alzheimer no puede hacer mella, pero a medida que avanza el metraje vemos como Augusto sufre con mayor frecuencia episodios de angustia y desorientación que ni Alberdi ni Paulina hurtan al espectador.
“El límite de lo que íbamos a mostrar en pantalla fue apareciendo desde el cariño”, explica la directora. “Paulina es la persona que más quería a Augusto en el mundo, pero fue ella la que decidió grabar las imágenes más difíciles, porque pensaba que era importante que hubiera testigos de esas duras vivencias”.
Representar la vejez
Alberdi acaba de terminar de rodar su primera ficción (“no puedo contar nada”, nos dice), por lo que La memoria infinita parece dar por finalizada una primera etapa de su carrera dedicada a representar la vejez desde el documental. “La vejez me interesa porque me permite mostrar una fragilidad que nuestra sociedad parece que quiere esconder”, explica Alberdi. “El documental, por su parte, me sigue apasionando porque proporciona experiencias de vida profundas, que amplían mi abanico de emociones y dolores”.