En la obra del finlandés Aki Kaurismäki (Orimattila, 1957) colisionan el lustre del acervo cultural de Occidente con las pulsiones destructivas del capitalismo salvaje. Un collage de aspiraciones y desengaños que ha dado pie a un cine en perpetuo claroscuro, iluminado por destellos surrealistas y apagado por un malestar social que busca arraigo en la naturaleza humana. "La edad de oro (1930), de Luis Buñuel, es la razón por la que hago cine”, confesaba Kaurismäki a El Cultural en una entrevista de 2015.
Pero también cabe recordar que, en 1983, el cineasta inauguró su filmografía con una adaptación de Crimen y castigo que trasladaba la acción de la novela de Dostoyevski a la Helsinki moderna.
En realidad, para perfilar el tono agridulce del cine de Kaurismäki, no hay nada mejor que atender a los títulos de sus películas, con los que podría escribirse una antología poética, desde Sombras en el paraíso (1986), primera entrega de la conocida como “trilogía del proletariado”, hasta Luces al atardecer (2006), último episodio de la “trilogía de Finlandia”, en la que un guardia de seguridad era engatusado por una femme fatale y rescatado por la dependienta de un puesto de venta de salchichas.
“Vivimos malos tiempos. Das Kapital lleva veinte años gobernando el mundo… Cuanto antes desaparezcamos, el planeta tendrá más posibilidades de sobrevivir”. Así se pronunciaba hace poco menos de una década Kaurismäki, quien pese a todo sigue realizando fábulas románticas tocadas por el rigor de Robert Bresson, la sensibilidad de Yasujiro Ozu y el absurdo de Samuel Beckett. “En el fondo, siento simpatía por la humanidad, y también por mí mismo, dado que soy un tipo gracioso”, remataba con sorna el finlandés.
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Y es que, pese al laconismo e ironía que gastan sus criaturas, Kaurismäki sintoniza de lleno con el profundo humanismo de Charles Chaplin, una dimensión filosófica que definió con precisión el crítico francés André Bazin: “Si Chaplin se declara abiertamente de parte del hombre, contra la sociedad y sus máquinas, su afirmación no se sitúa sobre el plano contingente de la política o de la sociología, sino de la moral y siempre a través del estilo”.
Social e individualista
Bazin señalaba que el personaje de Charlot nunca fue antisocial –jamás defendió una causa política antisistema–, sino esencialmente asocial e individualista. De un modo similar, los protagonistas de Kaurismäki, que mezclan su condición obrera con un look de roqueros, suelen hacer gala de una autonomía radical.
“¿Pero por qué quieres morir?”, le preguntaba un ladronzuelo al oficinista suicida de Contraté a un asesino a sueldo (1990), a lo que el personaje encarnado por Jean-Pierre Léaud respondía, impertérrito: “Por motivos personales”.
Sin embargo, este aparente ensimismamiento se resquebraja en cuanto los antihéroes bebedores de Kaurismäki se ven asaltados por el amor o la compasión, como ocurría por ejemplo en la magistral El Havre, donde un escritor reconvertido en limpiabotas, de nombre Marcel Marx, era asistido por su vecindario a la hora de dar refugio a un niño africano, inmigrante ilegal. Contra la injusticia, humanidad.