Lo más terrorífico de Acusado es que si al final los rótulos dijeran que está basada en una historia real nos lo creeríamos sin dudarlo. En 1956, Alfred Hitchcock dirigió Falso culpable, en la que contaba la caída a los infiernos de un músico de jazz (Henry Fonda) al que confunden con un ladrón y debe vivir una interminable agonía frente a jueces, policías y fiscales para acabar en la cárcel.

Hitchcock rodaba su película con tono expresionista, a lo Fritz Lang, para recrear mediante un juego de sombras el tormento de un personaje “común” que podría ser cualquiera de nosotros enfrentado a la maquinaria implacable de la justicia. Como en la novela El proceso, de Kafka, en la que un hombre es arrestado y acusado de un delito que no sabe cuál es, una vez Fonda entra dentro de los rígidos e inflexibles engranajes del sistema penal se convierte en una pieza más que vale tanto como un tornillo.

El director británico subrayaba en aquel filme el “mensaje” que también quería transmitir. Fonda podríamos ser todos, lo que le pasa al protagonista es fruto de una mera casualidad espantosa (se parece mucho físicamente al verdadero delincuente) y ninguno escapa al riesgo de caer en desgracia aunque seamos las personas más normales y cumplidoras de la ley del mundo. El Estado de Falso culpable era como el Leviatán de Hobbes: “Nadie hay tan osado que lo despierte…”.

La cacería del hombre

En Acusado el Leviatán no es el Estado, que aquí no muestra su poder sino, de hecho, su incompetencia. Son las redes sociales. La película cuenta la pesadilla del joven Harri Bhavsar (Chaneil Kular), quien es señalado en Twitter (ahora X) como el terrorista que ha matado a ocho personas en una estación de tren de Londres.

Su pecado, como el de Fonda en Falso culpable, parecerse físicamente a un tipo con gorra y piel oscura cuya foto difunden las autoridades como sospechoso además de haber tomado un tren desde la misma estación pocos minutos antes de la explosión. La casualidad, la maldita casualidad, que introduce la idea de la "tragedia".

A partir de aquí, el protagonista, que está pasando unos días en la casa de campo de sus padres para cuidar del perro mientras se marchan de viaje, comienza a ser amenazado de muerte y por supuesto, acaba siendo localizado por dos matones de extrema derecha que quieren venganza. Tras la cámara, Philip Barantini, quien después de una distinguida trayectoria como actor en series inglesas, triunfó a la grande con Hierve (2021), en la que demostró su capacidad para combinar el retrato social con el thriller en la cocina de un restaurante en llamas.

La película de Hitchcock, rodada poco después del fin del nazismo cuando la tiranía aún dominaba el bloque soviético, mostraba los resortes totalitarios de las democracias y la insignificancia que puede adquirir la vida humana cuando el Estado se pone en marcha y ya no hay quien lo pare. A la pérdida de la libertad y la angustia de la indefensión, se le unía, claro, el descrédito. Ya dice el refrán español que “cuando el río suena, agua lleva” y es sabido que la sociedad no atiende a razones de “presunción de inocencia”. A la vista está que cuando alguien es acusado de un delito acapara muchos más titulares que cuando es absuelto.

[Un documental indaga en el lado "humano y tierno" de Alfred Hitchcock]

En Acusado, el totalitarismo no está representado por el propio Estado sino por una especie de regreso a la ley de la jungla primitiva a través de un método moderno como las redes sociales en una especie de paradoja sincrónica. Por una parte, vivimos en la era de Internet y la tecnología; por la otra, volvemos a estar cerca de una especie de justicia medieval en la que el “pueblo”, que ya no es pequeño pero puede organizarse por sí mismo para actuar como si fuera la autoridad, es capaz de organizarse y destruir.

La idea de la turba, el viejo linchamiento en los pueblos de los culpables, regresa con fuerza. Ante una masa enfurecida que necesita descargar su cólera, al pobre Harri solo le queda confiar en la divina providencia (que por cierto aparece al final).

Despertar a la conciencia política

Otro elemento más, por supuesto, distingue a este sólido, tenso y por momentos brillante thriller de la película de Hitchcock: el elemento racial. El protagonista es hijo de una familia adinerada con valores liberales, ha sido educado en la Universidad y su apacible vida no parece en nada distinta a la de cualquier joven británico de su condición social.

Después de hacer crecido en un mundo de comodidades, Harri es como aquellos judíos burgueses de la Alemania prenazi que solo se dieron cuenta de que eran judíos cuando comenzaron a perseguirlos. En este sentido, la película, ese plano final, también cuenta el despertar de su conciencia política.

Planteada como un thriller que sucede en apenas 24 horas, como decía el propio Hitchcock, de lo que se trata es de ver cómo un tipo que al principio está limpio y aseado acaba hecho unos zorros. La mayor parte del filme, que solo al final alcanza un nivel de violencia casi gore en una sabia graduación de la tensión, sucede en esa casa de campo en la que Harri se siente cada vez más acosado por esa turba amorfa de internet que muy fácilmente puede convertirse en un verdadero peligro físico y tangible.

La influencia de otra gran película como Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), en la que el pobre Dustin Hoffmann, un científico pacífico, debía defenderse como un salvaje de unos lugareños descerebrados, también es evidente.