Los malos de la vida real son bastante desagradables, pero los del celuloide desprenden un suave magnetismo, sobre todo si sus actos brotan de un fondo ambiguo, donde el bien y el mal se desdibujan, intercambiando sus rostros. Es el caso de Pike Bishop (William Holden), el jefe de una banda de forajidos en Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969, la obra maestra de Sam Peckinpah). A Pike no le tiembla la voz cuando ordena a uno de sus hombres que vigile a un grupo de rehenes y actúe sin contemplaciones: “Si se mueven, mátalos”.
Muestra la misma determinación cuando uno de sus compañeros le suplica que lo mate para acabar con su sufrimiento, pues ha recibido una bala en la cara y ya no puede ver. Sin titubear, Pike extiende el brazo, dispara y continúa su huida tras recodarles a los supervivientes que no deben afligirse, pues han logrado salvarse de la emboscada que les habían tendido en San Rafael.
Es cierto que han perdido a bastantes amigos, pero han hecho morder el polvo a un puñado de cazarrecompensas y agentes del ferrocarril. Bishop tampoco vacila cuando una mujer le mete un balazo en la espalda. Furioso, se da la vuelta y la llena de plomo. El plomo solo es un aspecto de su ética elemental, según la cual la vida es una incesante lucha por la supervivencia que no transige con la debilidad o el sentimentalismo.
Pike Bishop, el protagonista de la obra maestra de Sam Peckinpah, inspira simpatía a pesar de su violencia
A pesar de su violencia, Bishop inspira simpatía. Es un antihéroe, un bandido al que no le pesa pisotear a una mujer con su caballo en mitad de un tiroteo, pero nos atrae porque su comportamiento refleja el malestar de una época donde el ferrocarril y los bancos han comenzado a destruir una forma de vida basada en la libertad, la camaradería, el coraje, la lealtad y el nomadismo.
Sam Peckinpah logra transmitirnos la frustración de los viejos cowboys. El progreso les está quitando todo: las noches al aire libre, la despreocupación por el futuro, las cabalgadas por grandes espacios abiertos. Las leyes quizás traen la civilización, pero también una existencia mucho más gris. Ya no hay lugar para la aventura, la independencia o la rebeldía, que se perciben como una amenaza para el orden establecido.
Indisciplinado, alcohólico y algo misógino, Sam Peckinpah pretendió narrar la inadaptación de un grupo de hombres a los valores del mundo industrial. La técnica es quizás la segunda naturaleza del ser humano, como apuntaba Ortega, pero nos crea necesidades artificiales, empobrece las relaciones afectivas y nos aleja del orden natural. El automóvil del corrupto y sanguinario general Mapache (Emilio “Indio” Fernández) anuncia la decadencia del caballo, estandarte de una época donde las fronteras aún no eran barreras infranqueables.
Es cierto que un motor de combustión nos permite viajar sin fatiga y recorrer grandes distancias, pero sobre cuatro ruedas el mundo se hunde en un descorazonador prosaísmo. Los paisajes ya no son lugares que habitar y contemplar, sino visiones fugaces donde no es posible echar raíces. Con el caballo, el hombre se siente arraigado a la tierra y en contacto con la naturaleza.
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Un automóvil es una máquina que despersonaliza y siembra la fealdad. No es posible establecer con él una relación de cariño y camaradería, como sí sucede con un caballo. Además, el coche introduce en el paisaje aberraciones que atentan contra su belleza, como el asfalto, el ruido y el olor a gasolina. Pike Bishop y sus hombres son inseparables de sus monturas. Ser un jinete no es un hecho accidental, sino una filosofía. El caballo es el símbolo de un mundo que se resiste a morir.
Cuando Bishop y sus hombres cruzan un río o una llanura bajo un cielo incendiado por rojos, naranjas y cárdenos, dejan de ser individuos para convertirse en centauros de una edad post-heroica. Sus crímenes pasan a segundo plano al plasmar una estampa mítica que desafía al tiempo y la historia. La fotografía de Lucien Ballard y la banda sonora de Jerry Fielding contribuyen a crear la impresión de que los forajidos no son simples hombres fuera de la ley, sino bajorrelieves de un friso arcaico o personajes de un lienzo de Jacques-Louis David.
Las leyes quizás traen la civilización, pero también una existencia mucho más gris
Matar no es un problema para Bishop, pero eso no significa que carezca de cierta ética. Ángel (Jaime Sánchez), un joven mexicano que forma parte del grupo, sustrae una de las cajas de rifles y municiones que habían robado al ejército de los Estados Unidos por encargo de Mapache. No lo hace de espaldas a sus compañeros, sino con su consentimiento. A cambio renuncia a la parte del botín que le correspondería. Su intención es entregar las armas a los patriotas que luchan contra la dictadura del general Huerta. Mapache lo descubre y decide castigarlo.
Ángel no traiciona a sus compañeros, revelando su complicidad, pese a que lo torturan, atándolo al paragolpes trasero del coche del depravado general. Tras contemplar su estado, Pike y su lugarteniente Dutch Engstrom (Ernest Borgnine) experimentan la necesidad de rescatarlo y logran arrastrar a sus compinches, los hermanos Gorch (Warren Oates y Ben Johnson), mucho más burdos y primitivos. Solo son cuatro frente a un ejército de doscientos federales.
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Todos saben que sus posibilidades de salir vivos son inexistentes. Antes de lanzarse a una muerte segura, Pike y los hermanos Gorch pasan unas horas con unas prostitutas. Dutch prefiere quedarse en el exterior, afilando una estaca. Pike pagará con generosidad a la joven que le ha proporcionado unos momentos de placer. Por el contrario, los hermanos Gorch no soltarán ni una moneda, respondiendo a las quejas de la prostituta con burlas y comentarios despectivos.
Pike no necesita convencer a Dutch, que está impaciente por ayudar a Ángel, pero sí tendrá que decir algo convincente para que los hermanos Gorch le secunden. Sabe que un discurso sería inútil y no va con su forma de ser. Por eso se limita a mirarlos a los ojos y escupir escuetamente: “¡Let’s go!”. Lyle Gorch responderá con la misma concisión: “Why not?”. A partir de ese momento, la película adquiere una dimensión épica.
Sam Peckinpah pretendió narrar la inadaptación de un grupo de hombres a los valores del mundo industrial
Los cuatro forajidos emprenden una marcha triunfal entre rurales, soldaderas, prostitutas, ancianos y niños, pero no se dirigen hacia el éxito, sino hacia el ocaso. El baile de la muerte que desatarán será una verdadera orgía de sangre. Mapache degüella a Ángel cuando le piden que lo libere y sus compañeros lo cosen a balazos ante su ejército. Pike y sus hombres no sobreviven al tiroteo, pero antes de morir diezman a sus enemigos.
¿Por qué Pike y sus desperados deciden inmolarse? Se han barajado muchas interpretaciones, pero todo indica que la sospecha de que su tiempo ha pasado se ha transformado en insoportable certeza. La historia los ha derrotado. Pike descubre que su vida está tan vacía como la botella de whisky que apura tras yacer con una prostituta. Ya solo queda despedirse del mundo con dignidad.
Se ha especulado que Dutch siente una atracción homosexual por Pike. Eso explica que se quede fuera del burdel mientras sus compañeros se divierten. También se ha aventurado que Pike no consigue consumar el coito en su último encuentro con una mujer y eso le corrobora que está acabado. Ese fracaso se mezclará con la mala conciencia de haber abandonado a un compañero, una conducta que había calificado como propia de un animal.
La mentalidad de Pike está muy alejada del mundo moderno. De hecho, sus valores chocan con los del progreso que está transformando el Oeste. Y con los de la sociedad actual, que ha proscrito cualquier forma de violencia directa, si bien sigue cultivando un violencia silenciosa y estructural.
En 'Grupo salvaje' está toda la épica del Far West: la exaltación la amistad, la rebeldía, el coraje, la libertad y el estoicismo
Sam Peckinpah introduce recurrentemente a los niños en la acción. Al inicio de la película, un pequeño grupo disfruta arrojando dos escorpiones a un ejército de hormigas rojas. Cuando los escorpiones descubren que no pueden derrotarlas, se suicidan, hundiendo el aguijón en su propia espalda. El gesto puede interpretarse como una profecía del final wagneriano de Pike y sus hombres. Poco después, veremos a los mismos niños imitando el tiroteo que ha devastado San Rafael.
Los cadáveres y la sangre no les impresionan. La violencia solo les parece un juego. Más adelante, se implicarán en la tortura de Ángel, subiéndose a su cuerpo mientras lo arrastra el automóvil de Mapache. Por último, un niño vestido de federal matará a Pike, disparándole por la espalda. Sam Peckinpah parece insinuar que el ser humano es violento por naturaleza. Ese pesimismo contrasta con el comentario de un viejo bandido, que le dice a Pike: “Todos los hombres desean volver a ser niños, especialmente los peores”.
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Todos los hombres desean volver a ser niños, pero los niños de Grupo salvaje se parecen a los de El señor de las moscas: feroces, amorales, violentos, crueles. Sam Peckinpah no era aficionado a las teorías complejas. En las entrevistas, hablaba de forma escueta o elíptica. Sin embargo, Grupo salvaje parece un film existencialista que proclama el carácter absurdo de la vida y la perversidad incorregible de la condición humana.
En 1969, el western ya había entrado en su crepúsculo. Al igual que Pike y sus acompañantes, había envejecido y se encaminaba hacia la muerte. Grupo salvaje es una despedida. Una despedida tan hermosa como la que organizan los habitantes del pueblo de Ángel a los bandidos, homenajeándolos con flores y besos mientras suena “La golondrina”. Pese a la masacre en el cuartel de Mapache, Sam Peckinpah no cierra la puerta a la esperanza.
El viejo Freddie Sykes (Edmond O'Brien), el quinto miembro del grupo, sobrevive y le propone a Deke Thornton (Robert Ryan) que continúen cabalgando: “No será igual, pero algo es algo”. Thornton había formado parte del grupo y, tras ser capturado, los había traicionado, aceptando colaborar en la caza de Pike y sus hombres. Sykes no se lo tiene en cuenta.
En un mundo que se desintegra, la intransigencia y el rencor solo agravan la soledad de los que se van quedando fuera de juego. Los verdaderos canallas son los que organizan la caza legalizada del hombre, como Harrigan (Albert Dekker), el alto empleado del ferrocarril que ha dado a elegir a Thornton entre matar a Pike o volver a la cárcel de Yuma.
Miguel Marías sostenía que Grupo salvaje le parecía inferior a otros filmes de Peckinpah. No comparto su valoración. Hace unos días, volví a ver la película. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he sumergido en ella. Quizás han sido más de veinte y en una ocasión, que recuerdo con nostalgia, pude verla en una sala de cine. La impresión ha sido la misma que la primera vez.
En Grupo salvaje está toda la épica del Far West: la exaltación la amistad, la rebeldía, el coraje, la libertad y el estoicismo ante la fatalidad. Antes o después, todos daremos el paseo de Pike y sus hombres hacia un ocaso inevitable. Ojalá podamos hacerlo con el valor y la dignidad con la que ellos avanzan entre una multitud perpleja.