Crítica de 'Napoleón' de Ridley Scott: romántico, soñador y sanguinario
El director presenta un filme de aroma clásico y aventurero, con un Joaquin Phoenix contenido, que no acaba de profundizar ni en el personaje ni en la época que retrata.
24 noviembre, 2023 02:23En los años 60, Stanley Kubrick llegó a acumular más de 17.000 imágenes y objetos de Napoleon Bonaporte, el corso de una familia modesta que llegó a ser emperador de Francia y sometió a media Europa, España incluida.
Bajito (medía 1,68), con un fuerte acento italiano adquirido durante su infancia en Córcega, ambicioso, el militar francés fue una mezcla entre el “liberador” que propagó los ideales de la Revolución Francesa y el tirano sanguinario. Al final de Napoleón, la nueva película de Ridley Scott, se nos informa de que sus campañas provocaron la muerte de tres millones de militares (o sea, adolescentes de uniforme) y un millón más de civiles.
La de Kubrick es, probablemente, la película "no realizada” más famosas de la historia. Han tenido que pasar más de 50 años para que otro director se atreva a abordar en una superproducción a un personaje tan controvertido y fundamental para entender el mundo contemporáneo.
La película de Ridley Scott comienza, no en vano, con la icónica escena de la decapitación de María Antonieta en octubre de 1793, en plena época del “terror” desatada por Robespierre en la que se ejecutaron a más de 16.000 “contrarrevolucionarios” mientras otros 10.000 murieron en prisión. Tiempos turbulentos que terminaron con la ejecución del propio Robespierre en julio de 1794 y que tras una etapa de inestabilidad culminaron con el golpe de Estado de Napoleón en 1799. En 1804 se coronaría emperador habitando eternamente en la contradicción: el líder supremo de los ideales igualitarios y republicanos que acabará coronándose a sí mismo.
El filme no cuenta nada de su infancia ni sobre sus orígenes. No es, ni mucho menos, un héroe como el Máximo de Gladiator (2000) -de la que está rodando una segunda parte-, ya que carece de un instinto noble. Da la impresiòn de que todo lo hace por su propia gloria y por nada más. Es una especie de Trump, Putin u Orban que se dedica a utilizar el nacionalismo de manera hábil para cumplir con sus propias ambiciones personales. Este Napoleón, salvo cuando aparece Josefina, parece un replicante de Blade Runner (1982), frío como el metal.
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La película comienza cuando el futuro emperador tiene 24 años y termina con su muerte, a los 52 años, en el exilio en la isla de Santa Elena, y Phoenix interpreta durante todo el metraje al personaje sin ser rejuvenecido ni envejecido. Por una parte, vemos al astuto y brillante militar que ganaba todas las batallas gracias a una audaz estrategia, cimentando su leyenda de “invencible” en Tolon, en ese mismo 1793 en el que arranca la película, cuando logró aplacar una insurrección de realistas ayudados por tropas inglesas. Por otra parte, la película dedica mucho tiempo a su amor por Josefina (Vanessa Kirby), que era la “perdición” del emperador, su talón de Aquiles.
Por cierto, también había soldados españoles defendiendo la causa del rey de Francia en Tolón, pero estos no aparecen ni aquí ni por ninguna parte en una película que de manera sorprendente apenas hace mención a la invasión de España, que causó la muerte de cientos de miles de personas de ambos bandos.
El mito de Napoleón
Napoleón es puro cine clásico, primoroso, con una ambientación perfecta y una puesta en escena impecable, en la que el “estilo” casi desaparece para crear una película canónica, definitiva del personaje. Las batallas, rodadas de manera espectacular, son realistas, impresionan y se nota la mano maestra de Scott.
Phoenix retrata al emperador como un tipo astuto, ambicioso, que logra lo que quiere dominando el campo de batalla, pero también la retórica, esa “grandeur” francesa chovinista que les ha procurado desde entonces la fama de estar demasiado pagados de sí mismos. “Los franceses no se gustan ni a sí mismos”, ha dicho Scott, con rabia ante las críticas de los medios galos.
Napoleón, dicho esto, no es soberbia. Al comenzar la historia in media res la película no acaba de profundizar en el personaje. Vemos cómo Napoleón acaba creyéndose Napoleón, el mal habitual de esos dirigentes endiosados que viven cada vez mas alejados de la realidad, rodeados por una corte de pelotas. Su debilidad es Josefina, una viuda con hijos que es la única que lo trata mal y le dice la verdad.
Ni siquiera un emperador está por encima de los celos y Napoleón sufre cuando Josefina le pone los cuernos, cuando se muestra distante y caprichosa. A pesar de todo, nunca deja de amarla. Frente al Napoleón hiperbólico, tiránico, casi un Dios en vida, aparece ese hombre que sufre por amor, que es engañado, como el más común de los mortales.
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Ese amor desmedido e incondicional hace un poco más simpático a un personaje al que Ridley Scott nos presenta sin ninguna admiración: frío, calculador, no muy carismático... Salvo la consustancial a las propias batallas, en la película no hay épica, no hay "momentos majestuosos" ni delirios nacionalistas como en Salvar al soldado Ryan (1998) de Spielberg. La película muestra la brillantez estratégica de Napoleón pero no la celebra, los violines no aparecen. El emperador gana batallas y acumula gloria, mientras deja un reguero de sangre a su paso.
Para ser magnífica a Napoleón no solo le falta profundizar un poco más en la psicología del personaje, también mostrar un poco de empatía por los caídos. En esta película con muchas habitaciones cerradas, juegos de poder y salones suntuosos, apenas aparecen el propio emperador y su esposa, como si Scott filmara sin profundidad de campo, sin mostrar ese pueblo francés sin el que no se puede entender tampoco cómo Napoleón se acabó creyendo Napoleón, cuando los demás crearon ese mito de grandeza en el que se vieron reflejados. A la película le falta un poco de política y le sobran arrumacos.