El 11 de septiembre de 2001 el mundo cambió. La catástrofe de las Torres Gemelas dio la bienvenida a un milenio que quedaría para siempre marcado por la tragedia. Grafton Tanner, en su ensayo Las horas han perdido su reloj, cuenta cómo el atentado supuso un antes y un después a nivel geopolítico y social, y cómo tras él “se respiraba en el ambiente la sensación de que algo había cambiado sin que hubiera vuelta atrás”.
En Kids in crime, serie del cineasta noruego Kenneth Karlstad, estrenada en Filmin en España, el atentado aparece de refilón en el episodio cinco, en la pantalla de televisión de la casa que sirve como centro de operaciones donde los protagonistas se convierten en los narcotraficantes más famosos de su barrio. Los televisores de todo el planeta, incluidos los de la pequeña ciudad noruega de Sarpsborg, emitieron el momento justo en el que los aviones de Al Qaeda impactaban contra los rascacielos neoyorquinos. Pero para Tommy (Kristian Repshus), Monica (Lea Myren) y Pal (Martin Øvrevik), jóvenes de 18 años adictos al Rohypnol y que huyen de su camello Freddy Inferno (Jakob Oftebro), es solo el ruido de fondo que les acompaña en su colocón.
Hace ya 30 años el escritor escocés Irvine Welsh dio a luz a unos jóvenes heroinómanos que pasaban sus días viendo pasar trenes. Fue tarea de Danny Boyle, en su adaptación cinematográfica de 1996, poner cara a esa generación perdida y degenerada de los suburbios de Edimburgo, que buscaba huir de la vida que sus padres, los babyboomers, tenían reservada para ellos.
Es inevitable encontrar paralelismos entre los chicos de Sarpsborg con los de Leith, ambos utilizan las drogas para evadirse y ralentizar el momento de tener que convertirse en adultos en funciones. “Una mujer, hijos, una camioneta, mi préstamo en el banco, una vida normal. Seré como ellos, pero antes quiero disfrutar un poco”, asegura Pal en un momento de la serie, recitando a sabiendas el mismo discurso que en su momento hizo el protagonista de Trainspotting.
Bautizados con el nombre de Generación X, estos jóvenes representaban muy bien la frustración y el miedo por el inicio de un nuevo milenio y todo lo que eso conllevaba. Esa sensación de recelo hacia el futuro se expandió como la pólvora por todo el mundo, desde Reino Unido hasta Estados Unidos, como bien lo retrataron David Foster Wallace o Douglas Coupland en sus novelas. Llegó también a Noruega, como muestra Karlstad en su ficción, país ejemplar donde “no hay pobreza ni apenas delincuencia”, rezan los anuncios televisivos que introducen la serie en el primer episodio.
El cineasta juega con la imagen de ejemplaridad que posee su país para retorcerla y mostrar cómo Noruega también tuvo toda una generación marcada por la llegada de los 2000. De ahí que toda la ficción esté plagada de referencias a esa época de Nokias de tapa y techno, tan presente actualmente y que engloba a la tendencia Y2K (Year 2000) que no solo está influyendo en la moda sino que cada vez se ve más en el audiovisual. De este modo, Karlstad con su cámara en mano, sus planos aberrantes y su mezcla de documental y ficción, crea una serie con una estética de videoclip: frenética, absorbente y sucia, aunque cada mota esté estudiada al milímetro.
“Siempre me he creído especial”, asegura el protagonista de Kids in crime, al que por sus peripecias le acaban llamando Tommy Montana. Este chico deportista y popular de clase media noruega encarna el prototipo de joven snowflake, convencido de su singularidad y con altas expectativas sobre la vida, que se considera único y diferente como un copo de nieve.
Kenneth Karlstad presenta a unos personajes erráticos, con los que puede costar empatizar, y que en vez de acercarle a los personajes de Skam (2015), ficción que también abordaba los problemas de la juventud en Noruega (y que tuvo tanto éxito que se exportó a otros países, entre ellos España), recuerda a los jóvenes de Skins (2007). La serie británica fue de las primeras en mostrar ese descarrilamiento juvenil de una forma tan explícita y salvaje, y su influencia ha llegado hasta nuestros días, con Euphoria (2019) como máximo exponente.
Sin embargo, Kids in crime, aún siendo un reflejo de una generación anterior, puede ser comprendida y aceptada por la de ahora, que más de viente años después sigue atascada en la misma incertidumbre: el futuro.